Un año ya.
Casi mira uno atrás y no sabe si
fueron 365 días o solamente una semana. ¡Qué fácil es decir un año para
cualquiera de nosotros sentados tranquilamente en un sofá o en una terraza, en
el cine o simplemente dando un paseo por un parque! Y sin embargo, en las aldeas,
los pueblos y las ciudades de Ucrania, sus habitantes (los que hasta ahora han
sobrevivido o malsobrevivido) creerán
que ya han vivido mil vidas distintas.
¿Y
qué hemos hecho hasta ahora para acabar con esa contienda sangrienta? Si
hacemos caso a todo cuanto nos cuentan en Occidente, hemos puesto a disposición
de los ucranios todo cuanto necesitaban para enfrentarse a ese coloso ruso que
se ha autoerigido en salvador no solo de su país sino también de aquellos que
lo rodean. Bueno, aportar todo lo necesario no, pero algo es algo. Aunque mucho
me temo que poco, dado la enorme diferencia de fuerzas militares y humanas
existente entre el agresor y el agredido. No obstante, tampoco creo que el incremento
de apoyo militar sea la solución. No sé para qué existe la diplomacia.
No pienso que el desenlace llegue
a término en el campo de batalla. Sería una carnicería aún mayor que la que ya se está produciendo. Ha de llegar en un despacho, en un salón o
similar donde se ponga fin a esta barbaridad. Pero no es fácil. Ni uno ni otro
contendiente quieren ceder. Uno por orgullo y endiosamiento, el agresor, ese dictador ruso que
no permite ni que su pueblo sepa lo que sucede; el otro por terquedad, vestida de nacionalismo y defensa de las libertades
del mundo, y ya por engreimiento, capaz de soñar con poner de rodillas al
gigante eslavo.
Así las cosas, mucho me temo que
vamos a tener guerra para rato. Y las consecuencias económicas, como siempre,
las pagaremos los mismos que sufren en cada uno de los conflictos bélicos que
azotaron y azotan a la humanidad, los de abajo, los que comulgamos con ruedas
de molino ante las noticias interesadas que nos cuentan nuestros políticos. Ay,
si alguien nos contara de verdad las causas de tanta barbarie y las razones
reales por las que no se acaba.
Bueno, pero ya sabéis lo que me pasa: es habitual
que cada vez que auguro una cosa suela
salirme al revés. Así, pues, eso espero hoy también. A ver si entra un poco de
cordura en las cabezas de esos “cabezones” y nos dan una alegría en forma de paloma
picassiana.