domingo, 14 de abril de 2019

DE VUELTA A LA REALIDAD


Sentado, a oscuras, contemplando la mar,
esperando que la noche ocultara mis penas,
he visto bailar el agua
cuando la luna, augusta y majestuosa,
reinó en todo su esplendor,
despojándose lenta y voluptuosamente
de las últimas vestiduras blancas que la ocultaban.
Mis ojos se llenaron de paz,
mientras en el anfiteatro celeste
una, dos, mil estrellas, millones,
se aposentaban refulgentes y reverenciadoras
para disfrutar de tan solemne espectáculo.
Un millón de luceros y yo,
solos en la oscuridad,
únicos testigos cómplices
de un momento irrepetible.
Y mis aflicciones se difuminaron,
y desparecieron,
como un papel de fumar entre calada y calada.
Por fin, podía levantarme,
podía regresar a mi vida,
la de siempre,
la cotidiana,
la de un día y otro día,
llena de alegrías y pesares,
de risas y de amor,
de indiferencias y de obviedades,
de afectos y pasión,
pero mía.
El albor, la claridad, la luz
habían ya descubierto
mis secretos más inconfesables,
aquellos que sólo la silente noche,
guardiana fiel de mis secretos,
conseguía desvanecer.
Nuevamente, de vuelta a la vida,
de vuelta a la realidad.


(variante de otra escrita hace un par de años)


lunes, 1 de abril de 2019

DESCUBRIENDO UNA EFEMÉRIDES


Faltaban seis días para que se celebrase el Día del Padre, unos de esos inventos comerciales que arraigaron en la cerebro de casi todos los habitantes de este país desde hace un montón de años. Por más que uno intente ver ese acontecimiento anual, igual que sucede con otras efemérides de cualquier categoría, como un sinsentido, como si el resto de los días del año no fuesen también Días del Padre o el de cualquier otro concepto, es imposible sustraerse a esa atracción que supone para los hijos el hecho de regalarle algo un día concreto a una persona a quien quieren con toda su alma. Y más aún si ese niño o niña lo adora. 
Así que, más por sana curiosidad, si ello es posible, que otra cosa, mientras ella retozaba por encima de la cama con un par de muñecos a los que estaba cambiando de ropa, le pregunté que qué le iba a regalar a su padre el próximo martes. Se lo tuve que repetir dos veces más antes de que me hiciese caso y entendiese mi pregunta, tal era su grado de concentración en aquello que estaba haciendo; no obstante, yo ya me había familiarizado con esos momentos de abstracción de la pequeña, lo mismo para jugar con un muñeco, que para estar mirando un libro o viendo un programa en la tele. Quería pensar que en eso se parecía a este nefasto escribidor, que se enorgullecía por ello aunque maldita la gracia que hacía a los demás tener que andar repitiendo las cosas cuando se interesaban por algo.
 Por fin, levantó la vista hacía mí.
-¿Qué pasó, Tito?
-Que te preguntaba, porque no te enteras, cielín, que si ya tenías el regalo para papá.- le repetí, pues, al cabo de un minuto, cuando fijó su atención en mis palabras.
-Ah, sí, Tito, me va a comprar una muñeca que me gusta mucho, para que juegue con la LOL que me regalaste tú.- me contestó antes de ponerse nuevamente a luchar con una chaquetita azul que le quería vestir a una de las muñecas.
-No, no. ¿Cómo que te va a regalar él? Eres tú quien ha de hacerle  un regalo. Es el Día del Padre, no es tu santo ni tu cumple ni nada.- le expliqué tan campante porque suponía que eso ella, que era lista como el hambre, lo entendería de buenas a primeras. Aunque casi inmediatamente me apercibí, cuando me miró percatándose de mi gesto de expectación ante su posible respuesta, que lo que me iba a contar entonces no era algo que yo pudiese concebir ni en los momentos más surrealistas que hasta entonces me había tocado vivir con ella. Sólo me faltó echar las manos a la cabeza cuando situó la muñeca a un lado, se sentó en posición de loto y clavó sus ojos en los míos dispuesta a darme una conferencia cuyo título yo ni siquiera podría ser capaz de imaginar.
-Vamos a ver, Tito.- tal parecía una catedrática impartiendo un curso avanzado de electrónica espacial a alumnos de infantil.- Es el Día del Padre, sí, pero es el Día de la Hija, claro. Entonces, él me tiene que regalar a mí también.-Y se calló mientras abría un poco los brazos lateralmente, extendía las manos con las palmas hacia arriba y los dedos abiertos y me hacía un gesto con la cara como preguntándome si lo entendía.
Me quedé mirándola sin comprender absolutamente nada, No fui capaz ni de abrir la boca.
-¡Ay, Tito, es que no entiendes nada!- exclamó con gesto de fastidio.
-No, no entiendo nada, es verdad, cielo. ¿Cómo que el Día de la Hija? Ese no se celebra. A ver, o me lo explicas o me vuelvo loco.- le solté la parrafada casi sin respirar de tal manera que dudo mucho que hubiese descifrado mis palabras.
Pero sí que lo hizo, porque no tardó ni dos segundos en volver a la carga.
-A ver, Tito. Si es el Día del Padre es porque yo soy su hija; si no fuese su hija, el no sería el padre y no podría celebrarlo. O sea, que es el Día de la Hija para que papi tenga Día del Padre. ¿Lo entiendes? Y lo mismo con mami.- Entonces agarró su muñeca y la chaqueta y volvió a intentar meter los brazos por la manga.
Mi cara debía de ser todo un poema. Me había dejado sin palabras. Por mi mente lo único que corrían eran vagos conatos de explicaciones posibles para intentar replicar a su argumento, pero no hallé ni uno solo capaz de rebatir la lógica aplastante de mi nieta.
-Y para el Día de la Madre ya le dije a mami lo que quería que me regalara ella, pero es un secreto.- apuntaló ella por si aún me quedaba un resquicio de duda sobre si también festejaría esa fecha como otro Día de la Hija.
-Ya lo voy entendiendo, sí. Es lógico, no celebra el Día del Padre quien no tiene hijos, por lo tanto los padres, si quieren festejar ese día, han de tener descendientes, y en este caso eres tú.
-Claro, Tito. ¡Ay! ¿A qué es fácil, eh?
-Sí, nada más sencillo, vida, tienes razón.
-Y tú también tienes que regalarle algo a mami, que es tu descendiente hija, que por eso tú eres también padre.
-Nada, hecho,  no te preocupes, tendré que pensar en algo.
-Tito, ¿y me vas a llevar contigo a comprarlo cuando lo pienses? Lo tengo secreto, ¿vale?
-Sí, claro, qué remedio.- Me di la vuelta y la dejé jugando con sus muñecas y sus ropitas, mientras me preguntaba cuándo sería el día que no me sorprendiera con alguna de las suyas. Aparte de que, entre tanto Día del Padre, de la Madre y el recién descubierto de la Hija, me quedé sin la respuesta a la pregunta inicial: ¿qué le iba a regalar ella a su padre?.