No queda casi nada para que Feijóo se pegue
el gran trompazo. Se metió en camisa de once varas aposta y, sin comerlo ni
beberlo, cuando se vaya a dar cuenta, aunque ya se la habrá dado supongo hace
días, le habrá salido rana la opción de presidir España junto a su amigo
Abascal y no le quedará otra que meter la cabeza bajo las alas y apechugar con
los resultados. Y es que los resultados electorales y los pactos con Vox no
creo que aún los haya digerido convenientemente, de ahí sus bandazos durante las
últimas semanas.
Y, claro,
en el PP le moverán el sillón en cuestión de pocos meses, situación que conoce
a la perfección después de haber sido testigo directo de la defenestración de
Casado. Me pregunto si se acordará.
Ahora, en cuanto un día se levante de esa
poltrona acolchada, en cualquier momento de vuelta se encontrará el sitio
vacío, habrá en otro despacho alguien que estará sentado en él porque lleva
años anhelándolo hasta el punto de cargarse por el camino a quien se le ponga.
E incluso me atrevería a decir su nombre, pero me conformo, en los tiempos que
corren, con apostar por una mujer.
Aunque mucho me temo que no será por feminismo ni nada de eso tan de moda hoy
en día, sino que ha de ser una persona que sea vista como alguien que no le
calle ni al lucero del alba, por más que haya sido la causante con sus
decisiones de verdaderos dislates y suelte en sus discursos estupideces a
montones; a fin de cuentas, dislates y estupideces se olvidan con el paso de
los días o se puede cambiar de opinión como buena farisea para alcanzar su
objetivo, para llegar al poder y le dará igual ocho que ochenta: Algo así como
la doble de Sánchez en versión PP.