Es increíble con que facilidad, desde todos
los ámbitos informativos, nos adoctrinan a los ciudadanos sobre el hecho de que
nuestros políticos nunca mienten. Ya pueden hablar en las campañas de lo que
les dé la gana, prometer lo que les plazca para arañar los votos que necesitan
para su sillón, gritar a los cuatro vientos que van a hacer esto, eso, aquello
y lo otro si salen vencedores en los comicios que sean, porque nunca nos
engañarán.
Se encargan de explicarlo ellos y, como
voceros, ahí están todos los medios de comunicación a los que si no paga uno lo
hace el otro.
Resulta, mis queridos conciudadanos, que a
la palabra mentira le han salido cuernos y rabo: ahora no existe y todo queda
en promesas incumplidas o rectificaciones. Los políticos nunca mienten.
Vamos a ver, si yo voto a alguien que me
promete hacer una cosa u otra y al cabo de un tiempo, un año o dos me sale con
que tiene que rectificar y cambiar el rumbo, ¿por qué tiene que contar con mi
voto a partir de ese momento? ¿O con el de aquellos que lo han votado y han
visto como todo ha sido una mentira (perdón, una promesa incumplida) con el
único fin de alcanzar poder? Por ética (ya sé que es una palabra tabú en esas
élites) deberían abandonar, pedir perdón a sus votantes e irse.
Pero no nos dirán una verdad hasta que
cuando hagan campaña y prometan lo que prometan, el oro y el moro, al cabo de
la legislatura se les pueda pedir cuentas y, con los juzgados por el medio, con
penas ejemplares, castigarlos por dolo a la ciudadanía. Ya veríamos a estos
mandamases cuidarse muy bien de lo que nos prometen o lo que no antes de pedir
un voto. Sería la manera de que entendiesen lo que para la gente en general significa
una promesa incumplida o una rectificación en contra de todas las promesas
hechas, es decir, engañarla con mentiras de todas las clases imaginables
Todos quedaríamos más tranquilos una vez
depositada nuestra papeleta en la urna. Y sería lo justo para creer en esta
clase política u otra, es igual.