lunes, 30 de noviembre de 2020

DE EJEMPLAR, NADA

 

Se ha muerto Maradona. Bueno. ¿Y qué? Pues ya me diréis porque, vaya, menudo ejemplo de ciudadano. Una persona ejemplar no lo es solo porque haya jugado bien al futbol, sino porque a lo largo de su vida ha destacado en algo más que dar cuatro patadas al balón, por muchos títulos que haya conseguido.

Ahora resulta que el mundo se lanza de cabeza a vanagloriar a una persona que maravilló durante unos años con el balón en los pies. Lo hizo bien, eso nadie lo duda. Incluso hay seguidores de este deporte que lo califican como el mejor de la Historia. Ahí ya… Tanto, tanto… Depende. Cuando murió Cruyff, también lo había sido. Pelé sigue por ahí. Di Stéfano… Y en los últimos tiempos Messi o Cristiano. Y los que quedan en el tintero, a juicio de unos y de otros. Todo va en gustos.

Pero, aparte de su faceta futbolística, vamos a ver, ¿qué ejemplo de deportista fue este astro argentino, incluso dios para algunos descerebrados?

Destacó, una vez retirado, y antes también, en ser un adicto compulsivo a la droga de toda clase, en maltratar mujeres, en ofrecer espectáculos denigrantes a cuente de sus vicios, etc. Y esta persona es un ídolo de masas porque durante unos pocos años deslumbró al mundo con su fútbol. Hasta marcó un gol con la mano, que le dieron por válido, y se permitíeron tacharlo de la Mano de Dios. No, no fue honesto y lo reconoció inmediatamente en ese partido, para qué: ante todo la gloria de haber engañado a un árbitro y unos linieres, por haber engañado al mundo con triquiñuelas.

¿Estamos locos o qué?¿En qué sociedad vivimos?

Se muere un Premio Nóbel y no sucede nada. Se muere un médico o médica, un enfermero o enfermera porque ha estado atendiendo a personas con enfermedades contagiosas y no pasa nada. Se muere un padre de familia ejemplar como consecuencia del ataque de un desalmado y nadie lo recuerda. Se muere un maestro por el que pasaron cientos o miles de alumnos cuyas vidas han cambiado gracias a sus enseñanzas y como si lo hiciera el perro del hortelano. Fallecen investigadores que han descubierto infinidad de de soluciones para los distintos problemas que afectan a la salud o a la vida de los ciudadanos y aquí paz, después gloria, una nota de prensa o una calle y al cabo de dos días al cajón del olvido. Se muere un escritor que nos ha conmovido o nos ha enseñado con sus palabras el sentido de la vida, y el noventa y nueve por ciento de la población no sabe ni quién fue.

¿Estáis seguros de que la sociedad no se está volviendo tarumba a la vista de tanta imbecilidad?

Está bien que se le recuerde, vale, ¿pero ponerle como ejemplo?, ¿de qué?

Solo espero que tanta superchería no dure y más pronto que tarde, desde ese pabellón de los dioses mediocres, incluso algunos de ellos analfabetos, lo arrojen a los leones para que juegue al fútbol con ellos; a ver si a esos se atreve a meterles la manita de su dios en la boca, aunque sería posible que previamente los colocara con una rayita para que hiciesen también el imbécil en su presencia y en su ausencia.  

miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿Y COBRAR SANCIONES? PUES VA A SER QUE...

            Un magistrado de Oviedo acaba de tumbar una de las sanciones impuestas por la Policía durante el estado de alarma. No solo eso, sino que carga los gastos del juicio a la Administración.

Lo leo en la LNE y no sé si troncharme o cabrearme.

No hace tanto que en un artículo que escribía en este blog comentaba lo de la falta de leyes que sustentasen este tipo de sanciones que se impusieron y se imponen. Una cosa es la desobediencia manifiesta a las fuerzas del orden y otra las multas a gogó por una cosa u otra. Es más, incluso me preguntaba cuánto había ingresado el Estado como consecuencia de ello. Ahora ya me puedo imaginar cómo va a ser eso.

Recuerdo aquellas ruedas de prensa geniales que daban Simón junto a altos cargos de las Fuerzas policiales, militares y de la Guardia Civil. Sobre todo cuando llegaban y nos contaban la acumulación de multas, sanciones y detenidos que se habían producido durante la primera ola de aquel Estado de Alarma que tanto nos alarmó y que quedó en agua de borrajas a la vista de lo que está sucediendo hoy por toda España, donde la ola se transformó en una de esas de tsunami y aún ahora no regresó al mar, continuando la devastación por allí por donde pasa.

Del resto del mundo no hablo, puesto que no es más que otra manera más de convencernos de que hacemos las cosas igual que los demás y a todos nos toca la pandemia por igual. No es así, pero allá quien lo crea. Algo así como un refrán asturiano al que voy a permitirme hacer una pequeña variación: “en so casa cuecen fabes y na nuesa a calderaes”; es decir que ellos lo hacen tal vez mal, y eso puede que consuele a algún necio, pero aquí peor, y quizá suceda porque son tontos e inútiles quienes nos gobiernan o porque lo somos más los gobernados.

Ah, y de Trump y Biden tampoco, que con las elecciones estas tienen bastante para comernos el coco y desviar la atención de lo que sucede aquí.

Pero a lo que iba al principio. Creían asustarnos con los importes económicos que nos metían por saltarnos una u otra norma, y resulta que ahora no es ya que no se vaya a recaudar nada, sino que además van a tener que hacerse cargo desde el Estado de abonar los costos de los juicios. ¡Vaya chollo que se han buscado nuestros gobernantes! Y todo porque no fueron capaces de elaborar una ley que sustentara el cumplimiento de aquellas y estas medidas que nos han impuesto. ¡Y eso que bien que se lo explicaron destacados juristas!

Pero son muy listos, ¿a qué sí? Lo que ellos digan va a misa, menudos son, pero luego falta el cura y se jod… todo.

lunes, 2 de noviembre de 2020

MALA EDUCACIÓN, RESPONSABILIDAD Y CONSECUENCIAS.

            Le hice un gesto con la mano indicándole que se subiera la mascarilla, que la llevaba por la garganta.

Desde hacía unos diez minutos que había entrado a tomarme un vino en aquella cafetería y ver un poco el partido de Primera, aquel individuo no había cesado de andar de una mesa a otra, donde seguramente tenía algún conocido, hablando a voces y situándose casi encima de la cabeza del escuchante que se hallaba sentado tan tranquilo, pasando siempre a mi lado con gesto babeante y casi rabioso debido quizá al asunto que se traía entre manos. Es probable que tampoco les gustara mucho a aquellas personas la proximidad de semejante maleducado, pero tal vez por miedo al qué dirán o a evitar un conflicto, callaban y le dejaban seguir deambulando de una a otra.

Tres eran tres las mesas de las que se ocupaba el chico malencarado, de barba rala, nariz aguileña, moreno, mal peinado y gesticulante con sus manos como si fuesen molinos de viento desarticulados, explicando no sé qué de su trabajo y del jefe que tenía.

Al fijarse en mi gesto de subirse la mascarilla en el interior de aquel local, me contestó que él la mascarilla la llevaba en los coj…, vamos en la entrepierna, y que pasaba de tanta gilipollez.

No obstante, en esta ocasión, se dirigió a una mesa cercana a la mía y tomó asiento enfrente de un cubata que le habían servido recientemente, a la vista del contenido casi intacto del vaso de tubo que reposaba sobre la mesa.

Pero no tardó un minuto en volver a las andadas. Después de un trago que medió el vaso, nuevamente se levantó y tornó hacia la mesa ocupada por un matrimonio detrás de mí. Continuaba con el mismo tono de voz, alto y desaforado, por alguna orden recibida en la obra y echando pestes contra todos los que trabajaban con él,

”unos necios, cabrones y acojonados lameculos”, especialmente en lo que al capataz se refería, “el tío más hijo de puta que había conocido, al que solo le faltaba agacharse para que el jefe le diese”.

A mí ya me había molestado la respuesta anterior a mi gesto de levantar la máscara y había callado para no hacer más ruido, no fuese a tirarse más aún al monte y acabase aquello con una trifulca que nadie quería; no obstante, al darme cuenta de que no iba a cejar en su ir y venir, entonces llamé a una camarera y le comenté lo que sucedía con aquel señor, que se subiese la mascarilla y estuviese, como todos, en su mesa, ya que la barra era territorio prohibido a causa de la covid dichosa.

-“Ya se lo dije veinte veces, pero no hay quien se la haga poner”- me respondió un tanto seria. Aunque a continuación se dirigió a él y le conminó a colocarse bien la prenda.

-“Lo que me faltaba. Yo aquí entro y me gasto doce o quince cubatas cada vez que vengo. No me vengas a mí con chorradas”- contestó a voz en grito, poniéndose pavo para que la gente del bar se diese cuenta de lo macho que era, supondría el grosero personaje. ¡Pobrecillo, cuanta ignorancia y mala educación! Pero también ¡cuán gilipollas puede llegar a ser alguien así! Todos hicieron como que no lo habían oído, miraron hacia otro lado, siguieron conversaciones, clavaron su mirada en la tele y obviaron sus palabras como si se las hubiese llevado el viento.

Por más que se giró a ver si alguien le daba la razón o al menos lo miraba por si continuaba con sus estupideces, no halló más que indiferencia en todas las mesas ante sus exabruptos. Entonces volvió a su silla y de otro trago se zampó el combinado que le quedaba. Se levantó nuevamente, como con prisa, se acercó a la barra y pidió otro.

Así que yo le dije a la camarera que permanecía junto a mí que llamase a la policía.

-“¿Para qué? ¿Crees que va a venir alguien?”

-“Pues no sé, pero si no lo saben no podrán hacer nada. Eso seguro”.

-“Que no, que si vienen le dicen cuatro cosas, él se sube la mascarilla, se van y acto seguido se la quita y los manda a tomar por el culo desde la puerta, sabiendo que no lo van a oír, y si lo escuchan no se van a dar la vuelta porque no quieren líos de ese tipo. Luego él entra de nuevo y sigue al cubalibre”.- Se dio la vuelta y retornó a la barra donde su compañera estaba sirviendo a aquel mal llamado cliente

Así que sí, pensé. O sea, que si el plan que tienen algunos hosteleros es este, el de permitir a energúmenos hacer lo que les da la gana, pues a mí también me da la gana, pero otra. Dejé el vino a medias, ya pagado cuando me lo sirvieron, le eché un último vistazo al partido de fútbol que televisaban y me fui con la música a otra parte, donde el concierto sonase algo mejor.

Hasta hoy no volví a entrar. Y a partir de mañana, menos. Cierra. Orden del gobierno.

Hace unos momentos, le pregunté al dueño que de qué se extrañan en la hostelería porque les cierren los negocios. Saben bien por qué. Es verdad que pagan algunos justos por la mayoría de pecadores, pero si ellos no quieren ponerse las pilas, pues que no se quejen luego. Permiten conductas incívicas y se defienden con que ellos no son la poli para echar a nadie ni llamarles la atención.

Pues bien, si así lo hacen, así les va. Que no lloren por no haber sabido defender lo suyo, porque entre ellos hay muchos culpables. Y si no, compruébenlo ustedes.