sábado, 29 de diciembre de 2018

VIAJE


Fue un liviano roce de mi dedo índice
sobre el dorso pálido, rugoso y frío
de tu mano extendida exánime
posada en la blanca sábana de hospital
el que descargó en mi interior
con rotundidad extrema y sin fisuras
la certeza de tu viaje anunciado.
Un instante tan vívido y cruel
que traspasó las fronteras de mi alma
hasta entonces negada tozudamente
a constatar la realidad más evidente,
obstinada y escéptica sobre creer
que las ataduras de su gemela
se hubiesen vuelto casi inánimes.
Y fue entonces cuando deposité,
como si de una ofrenda religiosa se tratara,
un etéreo pero hondo beso en ella
anhelando con una emoción contenida
que a tus entrañas llegara el cariño,
el respeto y la consideración que sembraste
durante muchos años a tu alrededor.
No fue hasta horas después,
cuando la amargura más brutal
me alcanzó de forma despiadada,
la constatación explícita y diáfana
de tu ausencia corporal absoluta,
del desencadenamiento suave y dulce
de tu espíritu en busca de calma.
Descansa en paz, mi amigo,
descansa y solázate en ese otro paraíso
en el que la risa fresca y franca
y la luz brillante y celestial del amor
que has atesorado en tu vida terrenal
aguardan ansiosas tu presencia
para disfrutar de tu alegría y tu bondad.
Amén.
(a un amigo muy querido, a un compañero, a un hermano)

lunes, 24 de diciembre de 2018

HIPOCRESÍA NAVIDEÑA


Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. ¡Qué cosas! Celebramos algo que llena de alegría a este mundo occidental y cristiano y dejamos a un lado aquello que nos desune. ¡Y un huevo! De paloma.
Estas fechas son síntoma de hipocresía barata, de esa que durante el año prolífera en la mente de millones, aunque no salga a relucir en forma de palabras, de frases, de párrafos, los cuales siempre son un reflejo de lo que los demás quieren oír, aunque no de lo que en realidad pensamos y de lo que estamos convencidos. Somos hipócritas 365 días al año, a excepción de los bisiestos, que alargamos la cara de falsedad un día más.
Felices fiestas y tal y tal. Jajá.  No digo que haya gente a la que se lo digamos de corazón, pero a la mayoría, si no es uno es por otro, mejor les daban por el c…, vamos que estamos desando que acaben estos días para volver a la rutina y poder mandar a alguno a freír espárragos.
Y si a alguien se le ocurre decir lo que piensa de verdad, le acusarían de cualquier cosa menos de bondad, altruismo, generosidad, empatía, caridad, afecto o tolerancia, por poner sólo algunos ejemplos. Prepárate a escuchar algo así como soberbio, presuntuoso, vanidoso, engreído, insolente, sinvergüenza, grosero, irreverente, descarado, cínico,caradura, etc.
¡Qué sociedad esta donde prima el fariseísmo! Porque, a ver, ¿a cuántos de los que enviamos una felicitación navideña se lo estamos deseando den serio? ¡Si lo único que hacemos es continuar con una tradición ancestral que nos ha llevado muchas veces a cagarnos en la madre que los parió a algunos de esos a los que felicitamos!
Seamos serios y celebremos las fiestas en paz, con los que de verdad queremos, y dejémonos de tantos deseos falsos, que se nos acaba y se les acaba viendo el plumero.
¡Jolín, qué día tengo! No sé por qué escribí lo anterior, pero ahora... por no borrarlo.

Continúen con la sonrisa auténtica, no la forzada, y busquen la felicidad, la real, la que surge de la persona que nos ama de forma palmaria y a la que le mostramos lo mismo con el corazón en las manos. Y háganlo lo que resta de este año, el siguiente y siempre. 

viernes, 21 de diciembre de 2018

LEVANTÁNDOSE CON EL PIE IZQUIERDO


Hay días que me levanto con el pie izquierdo. Luego, leo el periódico, veo la tele u oigo la radio y...¡plaff!
Por enésima vez, un montón de carreteras catalanas se hallan cortadas por comandos de jóvenes, en su mayoría, que, dicen, actúan de forma pacífica. No lo entiendo. Primero, si son tan suyos y tan responsables de sus actos, a santo de qué viene el que se encapuchen, lo mismo en estos actos que en otros. A esos, lo siento, no los llamo más que cobardes y a quienes consienten que eso suceda así, otro tanto de lo mismo. Tanto protestar por el uso de trajes en la mujer árabe porque se tapan la cara siguiendo los preceptos religiosos, o eso nos quieren hacer creer a quienes tampoco lo entendemos,  incluso prohibiendo la entrada en centros públicos, y, mientras, se permite a esos insensatos, por calificarlos de forma leve, que te armen la marimorena por calles y carreteras sin tomar cartas la autoridad competente en el asunto apelando a la libertad de expresión y al pacifismo de las protestas. ¡Anda ya! ¿Dónde queda la libertad de los conductores atascados durante horas o la de la gente que quiere pasear tranquilamente por las calles? Lo siento, pero cada vez me vuelvo más radical, si es que lo es creer que hay determinadas acciones que chocan directamente contra el respeto que se debe tener en cualquier circunstancia hacia aquellos que no piensan como tú. Hay conductas que no se pueden permitir ni a unos ni a otros. Y menos aún, cuando esas conductas acarrean sinsabores a otros ciudadanos. Porque lo de manifestaciones pacíficas no se lo cree nadie que vea las imágenes, a excepción de que se sea tan ingenuo que se piense que la violencia solo es aquella que va acompañada de golpes. Y si no, que se lo pregunten a los cientos o miles de personas que han vista alterada su vida personal y/o laboral a causa de estos incidentes consentidos, que han visto perjudicados sus intereses personales y/o económicos a causa de grupúsculos fascistas, cobijados bajo una bandera inventada hace cuatro días, un trapo pintarrajeado como son todas ellas, que solo ven la verdad y la democracia en lo que ellos defienden y fuera de ahí no hay nada más.
Se acabó, no puedo más. Me había prometido no volver a meterme en estos berenjenales, pero a veces la mente se me ofusca. De verdad, no pierdan la sonrisa, aunque en ocasiones no sepan ni de qué se ríen.

sábado, 15 de diciembre de 2018

¡¡GASTADO!!


        Cuando llegué a su casa, me recibió a la puerta, me agarró de la mano sin darme ni siquiera un beso o un buenos días y, corriendo, me llevó casi a rastras detrás de ella hasta la cocina. Estaba nerviosa. Había empezado el último mes del año y éste era especial para ella
-¡Diciembre, Tito, ya estamos en diciembre!- La niña, excitada por el acontecimiento, se dirigió hacia la puerta de la nevera donde, por medio de un imán, colgaba un calendario pequeño.
-Fue lo primero que hizo cuando se levantó: venir a las carreras y arrancar la hoja del mes de noviembre- me habló su padre desde el salón donde ordenaba cuidadosamente en una estantería unos muñecos de la cría que ella había colocado un poco al tuntún la noche anterior.
-Sí, Tito, mañana vienen Nino y Tata para adornar la casa- me contó ella entre risas.
Luego, señaló con el dedo índice izquierdo hacia la palabra diciembre y fue silabeándola como si estuviese saboreando un bombón de chocolate: di- ci- em- bre, tal cual, así, mal. El dedo se deslizaba con una inusitada rapidez por las letras; ella aún no sabía leer y solo conocía las letras, su nombre. O sea que di-ci-em- bre. Tal vez le sonaba más rotundo pronunciado de esa manera. Cuando la corregí, di-ciem-bre, ella me miró de refilón y…ni caso, vaya.
Las Navidades son fechas de alegría y satisfacción para ella, está casi todo el resto del año anhelando su llegada. A fin de cuentas, el veinticinco es su cumpleaños y, además, viene Papá Noel, como no se cansa de recordarnos y repetirnos en cualquier momento.
-Veinticinco de diciembre, fun, fun fun- cantaba ahora mientras indicaba la fecha con el dedo en el calendario.
-¿Pero qué pasa ese día, Celia?- pregunté haciéndome el ignorante.- ¡Ah, sí, que es Navidad! Qué despiste tengo, cielo.
-¡Que no, Tito!- me miró con los ojos abiertos como platos.- ¡Que…
-¿Ah, no?- la corté.-Pues siempre creí que era ese día. Será que este año lo cambiaron.
-¡Uffff! ¡¡¡Que es mi cumple, Tito!!!- me chilló para que no hubiese duda de que yo lo oía y me daba por enterado de una vez por todas.- ¡Ay!, siempre andas un poco loco, eh- y colocó su dedo índice derecho en la sien realizando el gesto de atornillar algún tornillo flojo.
-¡Loco! ¿Quién, yo?- le respondí como si estuviese intrigado y al mismo tiempo molesto con ella.
-Bueno, loco, no- me soltó clavando sus ojos en mí, tal vez creyendo que me había molestado.- Pero estás viejo y te olvidas de las cosas- razonó muy seria.
-¿Así que estoy viejo, eh?- me mostré ofendido y puse cara de enfadado, como si aquellas palabras me doliesen un montón.
-Bueno, viejo, viejo…no- Y se quedó pensativa un par de segundos antes de soltarme: ¡¡Gastado, estás gastado, Tito!!- y salió corriendo con una sonrisa enorme en su cara hacia su padre, que la aupó a su cuello y me miraba intentando contener la risa.
Y yo no me pude contener tampoco al verla a ella voltear la cabeza sonriendo, mientras sus labios formaban nuevamente aquel adjetivo: ¡¡Gastado, Tito, gastado!!

Sigan disfrutando del último mes del año. Seguro que estos días aflorarán sonrisas más fácilmente, no  se corten y háganlo con todas sus fuerzas.


jueves, 13 de diciembre de 2018

CATARRO: ¡QUÉ MAL LO PASO!


Aquel día no había dormido bien. A las dos de la madrugada llamó a su madre porque le dolía un oído, el derecho. Cuando llegué este amanecer a su casa, me avisaron de que no iría a clase, que, si veía que empeoraba, seguramente la tendría que llevar al pediatra.
Llevaba toda la semana con una mucosidad grande; a cada momento, durante los dos últimos días, un “Tengo mocos, Tito”, le surgía mientras me miraba sabiendo perfectamente que mi reacción no tardaría ni dos segundos antes de que estuviese a su lado con un pañuelo de papel o de tela para sonarla. Pero ayer, a lo largo de la tarde, la mucosidad más líquida y fácil de expulsar fue escasa, mientras que las flemas que también arrancaba de vez en cuando se hicieron algo más oscuras. La densidad de los mocos le criaba costras en la nariz y le era más difícil su extracción.
Ahora, a las siete y cuarto de la mañana, casi diez minutos después de que sus padres se hubiesen marchado al trabajo, despertó medio llorando y llamándome. “Tito, Tito, tengo mocos, pero no salen, están duros”. Rápidamente, me asomé a la puerta de su cuarto en el que ya resplandecía la luz que ella había encendido, puesto que una de las llaves ese encontraba a la derecha de la cama, al alcance de sus brazos. Ella se recostaba en medio de la cama, con su Bubú, su muñeco de felpa, entre la mejilla izquierda y el cuello. Me acerqué con mi pañuelo de tela, aún sin usar, para sonarla. Apenas nada. En las ventanas de la nariz alguna pequeña costra endurecida durante la noche que le arranqué cuidadosamente con el pañuelo. “Vamos al baño, anda, mi palomina, que te echo un poco de agua en la cara y se reblandecerán los mocos.”
Ella, obediente, se levantó y se me abrazó a las piernas, antes de dirigirse al baño que habitualmente usaba, justo enfrente de su habitación. Pasó por delante de mí, encendió la luz del aseo y abrió el grifo de agua fría. Se echó, con sus manitas, agua por la cara, sobre todo por la zona de la nariz, y se secó inmediatamente. Una tosida le obligó a arrancar una flema grisácea, compacta y grande que se apresuró a arrojar escupiéndola al váter y tirando de la cadena inmediatamente después. “Ag, Tito”. Se encaminó a continuación hacía el salón y se tendió sobre el sofá tapándose con una mantita que descansaba con ese fin usualmente en una de las esquinas del mueble.
Tenía los ojos brillantes, la nariz congestionada y el resto de su cara, siempre alegre y con ganas de retozar y de que le hiciese cosquillas al despertar, no mostraba nada más que una seriedad y una tristeza profundas. Sus ojitos, brillantes como luciérnagas nocturnas, y su frente, más caliente de lo normal, permitían atisbar una temperatura anómala. No tenía ganas de juegos, ni de bromas. Le puse dibujos animados, pero lo único que me contestó fue que le llevase a Bubú, que lo había olvidado en su cama.
Se lo llevé, pero, al verla así, saqué de uno de los cajones de la cómoda el termómetro y, levantándola un poco para que reposase su cabeza entre mi brazo izquierdo y mi pecho, se lo puse en la axila derecha. Enseguida pitó: 37,8º C, cuando ella no solía pasar de treinta y seis y medio. No me extrañaba, pues, su comportamiento inhabitual e ilógico y que atribuí inmediatamente a ese ascenso de la fiebre.
Fui a la nevera y cogí el frasco con solución oral de ibuprofeno apto para niños. Reposaba en un estante, frío, desde hacía algo más de un mes, un día que la habíamos llevado al médico por lo mismo de hoy. En un pequeño vasito que contenía la caja del medicamento, eché la medida correspondiente a su edad, dos mililitros y medio, y se lo di a la niña. Sabía bien, le gustaba, y no puso ningún reparo para apurarlo hasta que no quedó ni gota, incluso con la lengua lamió la superficie interna del vaso para no dejar nada. Luego hice lo mismo con un jarabe, de cuyo nombre me olvidé, y que hacía compañía al ibuprofeno en el frigorífico. Cada ocho horas, había escrito mi hija en la pegatina exterior del frasco. Para que yo no me olvidara, claro.
Una vez tomados ambos, se acurrucó contra mí un minuto y enseguida volvió a recostarse abrazada a Bubú, con la cabeza apoyada en un pequeño cojín grisáceo con rayas blancas y el cuerpo cubierto por la manta marrón y blanca, centrando su atención en la pantalla del televisor donde Bob Esponja se peleaba con Calamardo en la cocina del peculiar restaurante submarino, intentando ambos preparar una hamburguesa de no sé qué, algo de cangrejo, aunque no atendí bien a ello.
Encendí la lámpara de pie, tras el canapé, y apagué la del techo. A continuación, me aposenté a su lado, a sus pies, y le acaricié la cabecita, inclinándome hacía ella y cubriéndola de besitos de lobitos. Los de lobitos eran suaves y dulces, casi sin ruido, mientras que los de lobo feroz eran más sonoros y fuertes y le gustaban menos que los primeros. Cuando me quise dar cuenta, había cerrado sus ojos y se había quedado dormida, profundamente, incluso con pequeños ronquidos que despertaron en mi cara una sonrisa, la primera de aquella mañana. Su cara en ese momento se asemejaba a una de esas que yo me imaginaba y que debían de poblar los palacios celestiales, la de un ángel confiado y feliz, seguro de que siempre alguien estará velando por él. Y yo, ahora, ante la visión encantadora de mi nieta, me figuraba ser algo así como ese ente que lo cuidaba y que se derretía ante su presencia. Celia, el ángel, y yo, su guardián.
Y es que, cuando se halla algo enferma, por poco que sea, me cae el alma a los pies y soy casi incapaz de esbozar siquiera una sonrisa de compromiso hasta que no veo una suya reluciente como el sol de mediodía. No soporto verla mala, alicaída, sin ganas de jugar con sus Nenucos a las mamás y papás, a la profe y sus alumnos, a hermanitos y hermanitas traviesas u obedientes, a cualquier cosa que se le ocurriese y donde yo ocupo siempre un lugar, un personaje que debo hablar, impostar la voz, como se supone que lo debería de hacer esa persona o ese muñeco que ella desea que represente en sus juegos. ¡Pobre de mí si no lo hago!
¡Y pobre de ella si no me lo manda!
Porque os juro que si no me lo manda.,… pues me aguanto. ¡Como que soy su abuelo, que lo hago, que me aguanto hasta que ella diga! ¡Menudo soy yo!
Cuando despertó había mejorado, la medicina, supongo, estaría haciendo el efecto deseado. Luego, a lo largo del día, solamente a media tarde le volvió a subir algo la fiebre. 
Durmió bastante bien y al día siguiente ya estaba como nueva, como sucede con los chiquillos en general: recuperan en horas lo que un adulto no hace ni en una semana. Pero mejor, benditos sean y benditos sigan.

Que no se diga: una sonrisa sale de cualquier situación, echen una y disfruten del día.

domingo, 9 de diciembre de 2018

DIÁLOGO EVENTUAL


      Hace más o menos seis meses, despertó sobresaltada a eso de las cinco de la madrugada llamando a su madre. El pijama y las sábanas estaban húmedos. Saltó como un rayo de la cama y tropezó con su madre que ya se dirigía hacia ella al oír la llamada. La niña bajó la vista hacia su pantalón oscurecido por la orina, con cara avergonzada y sin decir palabra. La madre también se fijó en ello, pero lo único que hizo fue acuclillarse, darle un abrazo y comerla a besos.         Luego fueron al baño, donde la lavó; a continuación le puso un pijama nuevo y la acostó en la cama matrimonial junto al padre. se arrebujó con la manta y se arrimó al costado de su papá; no tardó en quedarse calentita nuevamente dormida. La mamá, mientras, fue a la habitación de su hija y quitó toda la ropa mojada, arrojándola al cesto de mimbre que había ex profeso junto a la lavadora.
      Cuando se levantaron, al cabo de unas horas, acompañó a su madre a hacer la cama. Algo le relató sobre un sueño y el váter de casa de Mamá Nini, pero que no recordaba exactamente qué. Las imágenes no volvían a su cabeza y, enseguida, haciendo un gesto de hastío con las manos, le alcanzó la almohada a su madre.
     Quién sabe, pero me imagino un diálogo entre ambas así o semejante. Cosas mías, que fantaseo demasiado. 

- ¡Oh. Mi muñeca de colores,

te has meado!

- Sí, mamá,

no he aguantado.

- Mañana te despertaré

a media noche, cielo.

- Sí, mama,

que el pañal no lo quiero.

- Dormirás conmigo,

cariño, y lo harás feliz.

- No, mamá,

que soy grande, jolín.

- Pero si…

- Sin peros, mami,

que tengo tres años

y ahora, me lo dijo papi,

ya sola me apaño.

- De acuerdo, muñeca,

de acuerdo…, claro,

no me preocupa, pequeña,

irás tú sola al baño.

- Eso es, mami,

que esto de hoy, lo de mear,

como dice mi abuelo,

fue algo… eventual.

viernes, 7 de diciembre de 2018

COPA LIBERTADORES EN ESPAÑA. ¿¿¿???


La final de la copa sudamericana, o algo así, de fútbol se jugará en España, en Madrid. La razón: que, como los hinchas más bestias del Boca Juniors y del River Plate están sin domesticar, ya se produjeron y se teme que se repitan las algaradas y los problemas de orden público allá en Buenos Aires. Nada mejor, pues que vayan a armar de las suyas a otro lugar. ¿Y qué otro sitio más adecuado que Madrid? Pues ninguno. Apoyo total por parte de todos los estamentos involucrados. Los empresarios se frotan las manos, incluso han hablado de decenas de millones de euros de ganancias ante la final de la Copa Libertadores. Pero, eso sí, la seguridad que origina un evento de esta naturaleza a cargo del Papá Estado. De Asturias se han ido no sé cuántos agentes de la policía para reforzar en la capital de España, es decir, que durante unos días la seguridad en esta patria chica del norte de España queda reducida por culpa de un partido de fútbol que ni nos va ni nos viene. Y en otras comunidades sucederá otro tanto de lo mismo.

¿A santo de qué los problemas de seguridad que originan estas dos hinchadas deben traspasarse a nuestro país? No lo entiendo. Si no están preparados para ello, que eliminen el futbol allá, o que hagan desaparecer estos dos clubes, o que eduquen a esa gente que tiene  las facultades mentales perdidas absolutamente, o que a los responsables de los tumultos les hagan pagar una pena que no les queden más ganas de meterse en líos, o los que no se meten en nada que se organicen y echen a esos gamberros y delincuentes de sus estadios, o que las autoridades los encierren, que total, a la vista de los hechos, la sociedad estaría mejor y a los que nos gusta el fútbol se lo agradeceríamos. Y lo mismo con el resto de hinchadas, de grupos incontrolados que dicen ser seguidores de cualquier equipo y lo único que buscan es gresca, enfrentamientos y violencia a espuertas para hacerse notar. De uno en uno, esos sinvergüenzas  no valen para nada, necesitan la manada para sentirse fuertes, son unos cobardes.

Por eso, que los gastos que creen esos energúmenos, antes, durante y después del partido, que los paguen quienes tuvieron la ocurrencia y estuvieron de acuerdo en jugar este partido en suelo español, y que lo hagan de su bolsillo, veréis como se lo piensan antes de dar su complacencia a ello.

Pero eso, ya sé, no va a pasar. Es una realidad que en España, según para qué cosas, el dinero nunca falta. Y que responsables tampoco los habrá, porque la culpa será del que asó la manteca, si las cosas se tuercen hasta el punto de que haya algo más que seguidores dispuestos a disfrutar de un partido de fútbol.

Hala, a gozar de este fin de semana soleado, al menos aquí, y la sonrisa, por más que duela, que no se pierde jamás, que siempre se encuentra algo para esbozar una.

martes, 4 de diciembre de 2018

CARACOLILLO

(Para Celia)



Caracolillo, sube, sube.

Caracolillo, no te caigas.

¡Cuidado, no te resbales!

¡Cuidado, cuidado!

¡¡¡No, no, no, no, no, no, no!!!

Caracolillo, no, por Dios,

que, si te posas en el suelo,

¿quién sabe, Caracolillo,

si en tu empeño cejarás?

Caracolillo, sube, sube,

no te resbales, por favor,

que yo te espero aquí

los días de lluvia

y los de sol,

con muchas hojas de lechuga

y muchas hojas de col.

Caracolillo, sube, sube.

¡No te apures, Caracolillo!

¡Tranquilo, no corras!

Poco a poco,

cada día un poco más.

Y, ¡ay, ay, por favor!,

Caracolillo, no te caigas.

¡¡¡No, no, no, no, no, no, no!!!

Caracolillo, no, por Dios.