Hace más o menos seis meses, despertó sobresaltada a eso de las cinco de la madrugada llamando a su madre. El pijama y las sábanas estaban húmedos. Saltó como un rayo de la cama y tropezó con su madre que ya se dirigía hacia ella al oír la llamada. La niña bajó la vista hacia su pantalón oscurecido por la orina, con cara avergonzada y sin decir palabra. La madre también se fijó en ello, pero lo único que hizo fue acuclillarse, darle un abrazo y comerla a besos. Luego fueron al baño, donde la lavó; a continuación le puso un pijama nuevo y la acostó en la cama matrimonial junto al padre. se arrebujó con la manta y se arrimó al costado de su papá; no tardó en quedarse calentita nuevamente dormida. La mamá, mientras, fue a la habitación de su hija y quitó toda la ropa mojada, arrojándola al cesto de mimbre que había ex profeso junto a la lavadora.
Cuando se levantaron, al cabo
de unas horas, acompañó a su madre a hacer la cama. Algo le relató sobre un sueño y el váter de casa de Mamá Nini, pero que no recordaba exactamente qué. Las imágenes no volvían a su cabeza y, enseguida, haciendo un gesto de hastío con las manos, le alcanzó la almohada a su madre.
Quién sabe, pero me imagino un diálogo entre ambas así o semejante. Cosas mías, que fantaseo demasiado.
-
¡Oh. Mi muñeca de colores,
te
has meado!
-
Sí, mamá,
no
he aguantado.
-
Mañana te despertaré
a
media noche, cielo.
-
Sí, mama,
que
el pañal no lo quiero.
-
Dormirás conmigo,
cariño,
y lo harás feliz.
-
No, mamá,
que
soy grande, jolín.
-
Pero si…
-
Sin peros, mami,
que
tengo tres años
y
ahora, me lo dijo papi,
ya
sola me apaño.
-
De acuerdo, muñeca,
de
acuerdo…, claro,
no
me preocupa, pequeña,
irás
tú sola al baño.
-
Eso es, mami,
que
esto de hoy, lo de mear,
como
dice mi abuelo,
fue
algo… eventual.
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