Entre la bruma silente y húmeda, sombras monstruosas
asemejan horripilantes, terroríficas pesadillas
vívidas y vividas entre amargos estertores
de muerte anunciada y agonías quejumbrosas.
Flotando en el frío viento matinal, presurosas,
se acercan como demonios fantasmagóricos furiosos,
almas dolientes en pena, errantes y milenarias,
de calma, paz, descanso y tierra ansiosas.
Rozan, apenas un ligero soplo, mis vestiduras andrajosas,
mi ser hecho de agua tibia y sangre roja ya vetustas,
de carnes colgantes y huesos frágiles azotados por el
tiempo,
ropajes irreconocibles llenos de debilidades misteriosas.
Se alejan las siluetas mientras, de reojo, envidiosas,
lanzan una mirada larga, triste, melancólica y vacía
a esta su burda imagen, necia remedadora de su pasado
arcaico,
que cierra los ojos mientras esconde sus manos temblorosas.
Cuando levanto la cabeza,
el aroma salino perfumado de las olas
templa mi cuerpo frío y despierta mi mente impía,
mientras el sol refulge espantando a mis espaldas la calima,
que se escabulle de mis delirios llevando con ella a las
sombras.