domingo, 28 de octubre de 2018

CONSENTIMIENTOS

(A Celia)


Revuelves pon encima de la mesa, mientras me miras.
Juegas como lo que eres, una niña.
Calibras perfectamente hasta dónde puedes llegar.
De reojo, a sabiendas de que te vigilo, tocas esto o lo otro.
Me conoces y sabes que mis límites son infinitos.
Por eso, abusas de mí, me rindes con tu mirada.
Cuando quiero darme cuenta, ya lo has hecho otra vez.
Me has vencido con esa sonrisa pilla con la que me derrito.
Ahora devuelves las cosas a su sitio.
Me avisas de que tú mandas
y yo obedezco.
¡Quién me lo iba a decir a mí!
Y aún presumo de que conmigo no haces lo que quieres.
¡Qué iluso soy!
¡Cómo si los demás desconociesen
que soy un títere bailando en tu presencia
al son que tú tocas!.
Y, a pesar de todo, yo no te consiento nada.
(Estáis avisados todos: NADA)
Pero tú sigues consintiéndome,
mientras recibes mis abrazos de oso
y mis besos de lobito bueno
a cualquier hora del día.

No olviden la sonrisa, es imprescindible para los tiempos que corren.



viernes, 26 de octubre de 2018

CONJURO


“Abracadabra, pata de cabra,

que Celia y Tito Luis sean felices,

semana tras semana”.

Y es que mi nieta el pasado domingo, que fue hasta Xixón con sus padres y unos amigos, asistió a un festival musical infantil y, a la salida, le compraron una especie de varita mágica en cuyo interior lleva una pila conectada a un pulsador que, al calcarlo, ilumina el objeto de color verde, manteniendo una posición para parpadear y otra para dejarla fija. Pues menudo fue. Ahora, en cuanto le permito minutos entre que se levanta y desayuna, entre desayuno e higiene, entre higiene y vestirla y entre la vestimenta y la marcha al cole, se lanza a por la varita y realiza conjuros sobre las muñecas, sobre las ovejas que pastan en el prado bajo casa, sobre los personajes de los dibujos animados y, hace un par de días, incluso sobre ambos, sobre ella y yo: “Abracadabra, pata de cabra,…”

Pues bien, es una especie de ceremonia que llevamos celebrando cada vez que se acuerda de su varita. No os imagináis mi interior hinchándose como un globo de feria. Estoy seguro que mis pulmones acogen en esos momentos más aire del que la propia atmósfera puede contener, hasta el punto que pienso que puedo explotar en cualquier momento: “…que Celia y Tito Luis sean felices”…

Ayer, cuando acabó de desayunar, se levantó para sentarse en el sofá ante la tele los cinco minutos reglamentarios, no sin antes asir la vara, encenderla y con varios movimientos hacia arriba, abajo, derecha e izquierda, soltó su hechizo, ese que yo no olvido ni un minuto al día, y fue terminar y venir corriendo hacia mí, abrazarse a mis piernas, soltarme un “Te quiero, Tito” y darme dos besos a la altura de las caderas. Ahí me quedé, arrebolado de emoción como siempre, ante el arranque de mi palomina, como la llamé un par de veces siendo poco más de un bebé y que ella me recuerda de vez en cuando: ”...semana tras semana”.

Hoy, su padre tenía un día de asueto del trabajo, de esos que van quedando y los jefes les dan a sus trabajadores por lo general cuando les apetece con el fin de que se acaben antes de fin de año. O sea, que me tocaron la mitad de los besos diarios, sinceramente bastantes menos que la mitad, aunque mi ilusión me lleva a pensar que los míos eran más sentidos y largos. Ya, ya lo sé, es mentira. Pero el delirio de un abuelo no tiene fin. Después de vestirse, se volvió hacia la caja donde guarda la varita mágica, la encendió con la luz parpadeante y, zarandeándola ante su cara, empezó con el encantamiento que a mí me fascinaba. No dije nada, solamente esperé por sus palabras, mientras el padre nos miraba alternativamente a uno y a otra:

“Abracadabra, pata de cabra,

que Celia y papá sean felices

semana tras semana.”

Luego se echó a reír, miró mi cara de estupefacción, se abrazó a su padre y, desde allí, me dijo: “Y tú también, Tito.”

Y yo sonreí. Qué remedio.  

jueves, 25 de octubre de 2018

INDIGNIDAD EN EL CONGRESO


Suele pasar. Cada vez más últimamente, por desgracia para España y los españolitos de a pie. Ayer hubo una sesión en el Congreso de los Diputados cuyo tema central trataba de la venta o no de armas o barcos de guerra a Arabia Saudí, después del crimen abyecto que miembros de este país perpetraron en Turquía contra un periodista crítico con su régimen político.

Pues bien, aparte de que los partidos mayoritarios estaban todos por la labor de hacer caso omiso a romper los tratados firmados o los que vengan en el futuro, amparándose en la disculpa o la razón, allá cada cual con sus creencias, de que la pérdida de puestos de trabajo es inasumible para España, el tema que deparó más atención fue ¿¿¿???  En realidad no se sabe bien qué, porque lo que  se pudo sentir en el Congreso fue una especie de bufonada no apta para todos los públicos: uno llamando golpista a un segundo, este segundo cortando todas las relaciones con el primero, un tercero avisando de que podrían acabar ante un pelotón de fusilamiento, el segundo del rifirrafe acusando a los demás de no tener escrúpulos, un cuarto, emulando a la RAE, definiendo “sin escrúpulos” como la manera de comportarse del segundo en liza, etc. Un espectáculo carente absolutamente de dignidad, impropio de unos señores que se sientan en una Institución como esta y que da una idea del nivel ético de muchos de los que nos representan.

Los que lograron soportar la sesión entera delante de una televisión me imagino que, ante el intento de semejantes butades cercanas a la insensatez y a la barbarie lingüística más ruin, o bien se durmieron o bien se taparon los oídos para no oírlos ante el riesgo de sufrir un ataque de iracundia contra los dispares representantes políticos que allí ocupan escaño. No me extraña la sensación de vergüenza ajena que habrán tenido que padecer al escuchar a unos oradores tan mezquinos, que, en teoría, son los que velan por nuestro país, y las increpaciones entre ellos arrojándose todo tipo de armas verbales como si fuese una riña de gatos callejeros en carnaval.

Y me figuro lo que habrán aguantado porque yo, que sólo tuve ocasión de ver y escuchar cuatro o cinco cortes de esa retransmisión, aunque varias veces, me deprimí hasta tal punto que, como llorar sirve de bien poco, estallé en carcajadas de coraje al percibir que con aquellos personajes estirados y serios que deberían dar ejemplo a los ciudadanos, con dosis de respeto y de inteligencia que animasen a sus conciudadanos a hacer lo mismo, lo único que les esperaba a  los pobladores de esta piel de toro era la ignorancia y la brutalidad verbal, lo peor que le puede suceder a una sociedad que supone que estas instituciones democráticas habrían de ser la cuna del entendimiento y de la búsqueda únicamente del bienestar para sus gobernados, es decir, para todos nosotros.

Pero no, este Congreso se ha convertido en una inmensa periferia, ajena a la sociedad, en la que conviven distintos clanes cuasi mafiosos, cada uno defendiendo lo suyo e intentando acabar por los medios que sean con el de al lado para obtener mayor poder y realce a nivel personal. ¿Los ciudadanos?  Les importamos un cagajón de mula, excepto en época de elecciones. Y como tampoco tenemos mucho donde elegir, así nos va y así nos quieren.


No se quemen y hagan como yo, ríanse, que es bueno para la salud.