Otro
año que cae. Pasarán determinadas cuestiones a los libros de historia, esa
Historia grande que escriben los ganadores, los vencedores, los que salen
forrados de sus negocios a cuenta de los demás. Las pequeñas historias que
tanta y tanta gente vive minuto a minuto en nuestra querida España no tendrán
cabida en esa Historia a pesar de que, en definitiva, no dejan de ser esas pequeñas
cosas, esas insignificantes vivencias las que marcan una época, en este caso,
este año 2015.
Se
acaba y el 2016 viene de tiros largos suponiendo que no habrá otro como él.
Equivocado, claro, como todos los que le precedieron. Siempre habrá un
siguiente superior, siempre habrá otro que lo supere, para bien o para mal, porque
el Año Nuevo aún no entiende de bondades y de maldades, viene limpio de polvo y
paja y sus vestiduras serán aquellas que le vistan los que hablan de cambiar
España. Nace para que los de siempre puedan hablar de él, hacerlo suyo para una
cosa u otra, esa es su función. Dentro de 365 días se despedirá y nos dejará
como estamos hoy, si no peor, que Dios no lo quiera. Espero y deseo que, siendo
yo el que yerre, por una vez entre un año decidido, uno que sepa ver cómo están
las cosas en nuestro país y, aún desnudo, sin ningún tipo de vestidura
impuesta, pegue un puñetazo sobre la mesa para mejorarlas. Le propondría,
ignorante de mí, que una de las primeras medidas fuese sugerir a los Reyes Magos, ¡qué iluso soy!, que
enviasen gafas a nuestros políticos, todos afectados de una miopía galopante y
preocupante, para que pudiesen al menos distinguir con cierta claridad la situación y arreglaran los desperfectos que
se han hecho a millones de ciudadanos. No sé, casi que me temo que algunos no
desenvolverían ni el paquete porque a lo mejor se darían cuenta de que,
viéndose al espejo, no son más que sepulcros blanqueados.
No
obstante, suspiro porque sea generoso y justo y a todos nos traiga algo de lo
que deseamos, algo bueno y que nos haga ser mejores.
Feliz
2016 y que las sonrisas nunca falten en vuestros corazones.