En
estos días a los que nos referimos en nuestra sociedad como de alegría y
felicidad, fechas en las que, como quien dice, la Navidad ya nos ha echado el
ojo encima y nuestros deseos de paz se hacen más fuertes y nuestras ansias de
solidaridad se revitalizan hasta el punto de entristecernos hasta el máximo
simplemente viendo cómo una persona sin techo no dispone de un lugar donde
guarecerse durante las noches frían del Adviento o una familia es casi incapaz
de comprar un miserable cacho de pan que llevarse a la boca y metemos la mano
en nuestros bolsillos para dar unas monedas que pueden o no ser suficientes
para paliar esa carencia, no deja de venirme a la cabeza la gran cantidad de
organizaciones no gubernamentales que luchan por evitar estas situaciones tan
desgraciadas, tan trágicas, tan miserables que a todas luces no hacen otra cosa
que confirmar lo que ya sabíamos: han de hacerse cargo los ciudadanos con sus
donaciones, sus limosnas, a través de esas ONGs, porque el Estado ha fracasado
absoluta y estrepitosamente en sus funciones. Por más que nos cuenten acerca de
los logros alcanzados a lo largo de los últimos años, tanto a nivel estatal
como de las Comunidades o Ayuntamientos, en política social, siguen existiendo
cientos de miles de personas en nuestro país necesitados de algo más que
nuestras risas y nuestra felicidad, de nuestros gestos serios y de nuestra
tristeza, de nuestros mejores deseos para el próximo año. Les hace falta que
los gobiernos que salen de las urnas se ocupen primero, y antes que cualquier
otra cosa por más importante que nos la vendan, de conseguir que nadie tenga
que acercarse a un banco de alimentos, a una organización religiosa, a una ONG,
a cualquier otra asociación o al vecino de al lado para que todos y cada uno de
los ciudadanos de cualquier país puedan alzar la cabeza al menos con dignidad y
sentirse orgullosos de formar parte de la humanidad.
Tampoco
pierdan la sonrisa, a pesar de ello, es gratis y alguien te la agradecerá.
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