A Barbón, el presidente asturiano, le está
saliendo el tiro por la culata. Resulta que allá por junio su presunción de
haber tomado medidas precisas para que Asturias se mantuviese en unos límites
mínimos de infección por la covid, se ha tornado en un par de meses en contra,
a lo mejor porque las medidas especiales no existían, eran igual que en los
demás sitios, o eran de cartón piedra y la casualidad hizo el resto.
Hoy no podemos presumir de nada de ello y
el principal bastión en que se basaba su liderazgo se ha abatido como si fuese
de paja seca. Llegó el lobo, pegó un soplido, nos echó la casa abajo y a los
asturianos nos persiguió sin saber dónde refugiarnos porque la siguientes casas
también estaban medio en ruinas, es decir, la de la sanidad y la de los
políticos de verdad.
¿Hubo relajación, incumplimiento de normas
y exceso de confianza ciudadana? Claro que sí. Pero la hubo sobre todo porque
las declaraciones de los políticos de turno, tanto asturianos como a nivel
nacional (incluso algunos, no solo Sánchez, se permitieron vacaciones como si
el estado de España fuese el de un mundo feliz), así nos lo hacían presagiar,
que todo estaba ya casi finiquitado y que había que vivir con el virus, pero
que este ya estaba casi eliminado; que, ¡hala!, a disfrutar de las vacaciones y
a gastarse el dinerito en España; incluso llegaron a vaticinar la existencia de
una vacuna infalible para finales de año. Y todos tan contentos. A salir, a
cantar y a bailar.
Entonces comenzó la debacle que estamos
viviendo. La primera ola aún no había acabado, el tsunami había penetrado
demasiado adentro en la sociedad. Y Barbón no la vio venir. Él quería, a pesar
de sus declaraciones sobre que no se cortaría a la hora de tomar medidas
drásticas si se descontrolaba todo, que Asturias figurase como un destino
seguro para el turismo, que el resto de España dijese que era un Presidente
excelente por su gestión de la crisis, que era un mandamás maravilloso con los
pies en el suelo y que además no era un gallina.
Y casi lo logró. Los medios de comunicación
nacionales e internacionales se hicieron eco de aquel ‘’milagro’’. Hasta hace
unas semanas que se soltó la venda de los ojos. Y ahora se está yendo al garete
la salud y la economía. Así es que el Presi confina de cualquier manera las
tres grandes ciudades de la Comunidad y pide el Estado de Alarma y el toque de
queda (que por lo visto debe de ser la bomba capaz de acabar con la covid). A
mí lo del toque de queda me deja pasmado. Y si es de doce de la noche a las
seis de la mañana, más. Justo la hora en que la mayor parte de la población se
halla en casa durmiendo más o menos preocupada con sus cuitas o a rienda suelta
los más jóvenes pensando que esto solo le toca a los mayores. ¿Ah, que se
evitan botellones y reuniones de jóvenes por las calles con el toque? Anda,
hombre, si se van de fiesta a sus domicilios particulares, como se ha visto que
han hecho ya en otros lugares de España. Con los botellones y las fiestas no
hay que andar con paños calientes, y aquí en este Estado español es lo que se
hace. Se acusa y multa a un responsable,
pero se deja que todos los demás asistentes al sarao se vayan de rositas. ¡No!
A todos les debe caer el puro, para que aprendan para el día siguiente. E incrementar
la dosis económica si se les coge repitiendo operación. ¡Y que paguen, no que quede
en papel mojado!
Seguimos apelando como solución esencial a
la responsabilidad, a la solidaridad, al sentido común. Tururú. Como si fuese
la panacea para salvarse de este virus cabrón, de origen natural o artificial,
gente habrá que lo sepa de verdad. Si lo cumpliésemos todos, tal vez. Pero
llevamos siete meses viendo que no. O sea que de poco sirve apelar a ello con
palabras grandilocuentes.
Mientras no se establezcan sanciones duras
para quienes falten a las normas, no se acabará esto. Pero sanciones a todos.
Y que no me cuenten que hay casos en
reuniones familiares y caseras. ¿Quién
asisten a esas reuniones? Porque si son personas que han estado de juerga sin
tomar medidas de ningún tipo a lo largo de los días anteriores, la infección no
se da en una cena o comida familiar traída del cielo por arte de birlibirloque,
es porque algún asistente lo trae de fuera.
Así pues, sr. Barbón y demás, no pongan
cara de sorprendidos ante lo que está cayendo ni clamen a tontas y a locas al cielo, cumplan con su
obligación de evitar el incremento de afectados, y reducirlo al máximo hasta
que desaparezca si fuese posible, tomando las medidas necesarias, consciente de
que a algunos sectores no les gustará lo más mínimo y monten manifestaciones,
protestas y demás. No es cuestión solo de restringir libertades ni movimientos,
que puede seguir habiéndolas, es cuestión de castigar a los culpables y que no
paguen justos por pecadores. Olvídense de la responsabilidad, de la solidaridad
y del sentido común, ya pidieron suficientemente esto y no funciona. ¿O están
privados de sus sentidos para no darse cuenta?
Ya veremos qué nos depara el futuro si se
aprueba un nuevo estado de alarma.