Desde hace cosa de una semana, las gentes
de este país viven pendientes de lo acaecido en la zona de Cumbre Vieja, en la
isla de La Palma. Los seísmos previos, contados por miles, estaban avisando de
lo que podía suceder. Y por desgracia la aparición de un volcán fue un hecho. Espantoso
y exterminador.
No obstante, muchísimos que viven alejados de este cataclismo miedo me da que contemplen las imágenes aterradoras que los medios de comunicación nos ofrecen cada dos por tres como si estuviesen viendo una película de catástrofes, de esas a la que tan avezados nos tiene Hollywood. ¡Incluso una Ministra lo ve como un chollo para incrementar el turismo en la isla! Qué le vamos a hacer, es lo que hay.
Aunque la realidad, como casi siempre, sabemos que supera con mucho la ficción.
Así asistimos con estupefacción a cómo la fuerza de la Naturaleza es capaz de
extinguir de un soplo los pueblos y el paisaje de forma brutal. Sin compasión.
No obstante, no podemos olvidar que la Tierra es esto. Que las Islas
Afortunadas, como otra infinidad de territorios, fueron la respuesta del
interior del planeta a movimientos geológicos que duraron miles y miles de
años, millones. Ni tampoco podemos olvidar que la actividad sísmica en ellas
sigue estando viva y los materiales internos de la corteza terrestre originan
caos como estos. Y esa misma fuerza imparable extendida por todo el planeta,
que un día crea algo a base de tiempo y tiempo, también está capacitada para
borrarlo o cambiarlo de un plumazo. Y el hombre poco puede hacer ante ello.
A todos nos cae el alma a los pies cuando oímos
a cientos y cientos de nuestros congéneres lamentarse por la pérdida de todos sus enseres,
sus casas, sus tierras, su forma de vivir. Y a todos nos alegra escuchar a
quienes gobiernan declaraciones esperanzadoras para solucionar el futuro de
estos palmeros, aunque me temo que se queden en generalidades y estorbos
burocráticos. Ya sabéis, con esto último quiero equivocarme, como siempre.
Después de seis días de tormento, los
ciudadanos españoles residentes en las localidades afectadas por las cenizas,
piedras, coladas de lava, fuegos, etc. siguen con una mano delante y otra
detrás. Se han ido a polideportivos, a casas de familiares o amigos, a algunas
cedidas por entidades financieras, etc. sin saber aún qué planes de alojamiento
para el futuro tienen previsto las autoridades, aparte de las buenas palabras.
Solo sabemos que los seguros o el Consorcio pagarán a quienes tuviesen
asegurado algo. No todo, claro, porque nunca ese dinero alcanzará para paliar
las pérdidas. Y me pregunto qué sucede con quienes no tenían seguro alguno.
No obstante, hay algo que nadie podrá
arreglar nunca, por más cosas que se hagan, por más movimientos de solidaridad
que existan ante este desastre natural para ayudar a los afectados. Los
sentimientos de esa gente será imposible restituirlos: la mirada serena de unos
padres a una habitación, que ya no existe, donde un bebé sueña en su cuna o el sitio,
ígneamente borrado, donde los llamó papá o mamá por primera vez; la sonrisa de ese
niño o esa niña a la salida de su colegio, hoy calcinado, en busca del parque
infantil, ahora convertido en una tea humeante; el recuerdo de unos hijos en el
cementerio, ya sepultado, ante la tumba, que ya no hay, de sus padres; la
alegría de una familia ante una buena cosecha, en este instante una finca
calcinada; el miedo ante la primera explosión, formidable y estremecedora, del
volcán; la tristeza y la desesperación, que se han insertado bajo su piel, al ver sus ilusiones cercenadas ante la visión
de los hechos. Tantos y tantos sentimientos con los que tendrán que seguir viviendo
y con los que, por más que hagamos y les digamos, habrán de cargar y
sobrellevar el resto de su existencia.
Como todos, solo me queda a ellos animarlos y
pedirles fuerza, valor y ánimo para continuar, y rogar a los otros que no los dejen perdidos en
mares u océanos de papeleos sin sentido y abandonados en ese extraño mundo de
la burocracia, los intereses y el olvido, que tantas y tantas veces estamos acostumbrados a ver, son los regidores en nuestro país. A ver si por una vez...
Después de leerlo con gran interés solo me queda aplaudirte.
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