viernes, 11 de febrero de 2022

GUERRAS

 

Hoy no existen las guerras. Nadie, ningún país, ningún dirigente declara la guerra a otro.  

Ahora, de repente, alguien espeta una serie de diatribas contra el oponente y este le responde de forma semejante o peor; y alguien lanza un ataque más o menos sorpresivo y el atacado se defiende y contraataca;  y se lanza una ofensiva que es respondida por otra contraofensiva; suenan primero una bala y luego una ráfaga, más tarde un cañonazo y después bombas o torpedos, desde aviones, desde barcos, desde baterías antiloquesea; se producen repliegues por un frente y despliegues por el otro; un contragolpe contra un determinado lugar y resistencia y posterior acometida desde el otro. Pero no se habla de guerra, son solo maniobras militares controladas y destinadas a defender los derechos de uno y de otro, no se desea ningún tipo de enfrentamiento contra nadie, aunque nadie se lo crea y los fragores de batallas siembren los campos de destrucción.  

Después, como si hubiese sido un visto y no visto, el silencio absoluto en ambos lados. Y antes de que nadie diga nada, una palabra coherente, comienzan los gemidos y lamentaciones, los lloros y los pesares, los odios y los rencores que duran eternamente, a veces expresados a voz en grito o simplemente solapados bajo engañifas arrinconadas en lo más profundo del inconsciente. Y sobre la tierra, entre el polvo, el agua o el barro, los muertos, miles de muertos, de uno y otro lado que alimentan la inquina entre pueblos.

Y cuando ya parecía que todo había terminado, aún faltaría el colofón, el estrambote al enfrentamiento armado: se firma un armisticio sobre papel biodegradable afirmando que el conflicto ha terminado. Lo firman quienes han visto en la muerte de sus semejantes el precio a pagar para seguir manteniendo sus prebendas y su supremacía, quienes nunca pisarán un campo de batalla y el único estruendo que oirán y les afectará de cerca será cuando sientan el golpe al ser despojados de su poder y caigan desde las alturas donde se habían aposentado creyéndose líderes inmortales, dioses.

Y por fin, en medio de la pobreza y la decadencia moral que les reste a esos seres humanos supervivientes que han visto y padecido  lo peor que le puede suceder a una sociedad, algunos gerifaltes presumirán, de forma arrogante y engreída, rayana en la soberbia, de que han logrado determinados y valiosos acuerdos diplomáticos entre ambas partes, se colgarán varias o muchas medallas y declararán que la guerra ha terminado. Solo cuando termina la confrontación bélica la gente, los políticos, los observadores confirmarán que existió una guerra. Hasta entonces, nada. Y lo harán, sobre todo, porque también la paz es rentable, muy rentable, tanto o más que la guerra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario