¡Cómo corremos! Hace nada, iba cogido a un
carricoche con mi nieta bien tapada mientras la paseaba por el Paseo del Río.
Hoy, está a punto de cumplir años. Intento echar la vista atrás y los recuerdos
se me nublan, se me desvanecen, ¡tantos días y resulta que a la mente de este
pobre jubilado, sólo le restan cuatro situaciones y poco más!
Gracias a que alguna de ellas las fui
poniendo por escrito, ya que si tengo que echar mano en este instante de una
libreta en la que plasmar mis vivencias, creo que no sería capaz de ir más allá
de la página diez o doce. Resulta desalentador y descorazonador saber que estos
años, que para ella hoy son lo máximo, ¡va a cumplir cinco!, han supuesto para
mí estas lagunas de memoria. Es verdad que muchos hechos a lo largo de mi paso
por el tiempo serán inolvidables: sus patadas y sus sonrisas al vestirla siendo
bebé, sus primeros gorjeos intentando contarme algo desde la sillita, sus
gestos indicándome cosas y llamándolas como Dios le dio a entender, sus
primeros pasos, sus juegos, su imaginación desbordante a la que creo que
contribuí en abundancia, sus días en la Escuela Infantil, a la que comenzó aún
sin saber andar, sus carreras al verme ir a buscarla con dos años, su primer día en el cole
de Educación Infantil, nerviosa sin parar de hablar con otros dos amigos, sus
besos antes de entrar a clase, sus besos al salir, sus despertares a las ocho
de la mañana entre risas, sus ojos y mente concentrados cuando está realizando algo
que le gusta y, por lo cual, ni atiende ni oye ni contesta a nadie, su sonrisa
cuando le doy un beso porque sí, mi adoración cuando me abraza y me da un beso
seguido de un te quiero, Tito, mi
orgullo al caminar por la calle llevando una conversación que choca a
cualquiera que se cruza con nosotros, sus impulsos de bailarina o de cantante en ocasiones
ante la audición de una canción determinada, su entonación del villancico 25 de diciembre porque este día es su
cumpleaños, sus descubrimientos de palabras o expresiones en lengua asturiana
que me pregunta para confirmarlas, su ingenuidad, su ternura, su dormir
confiado, sus gestos ante el espejo para hacerme reír, sus ponme la tele, Tito, el olor de su pelo, su carácter juguetón, su
simple presencia.
¡Tantas cosas parecen! Pero tantas quedan
en el olvido que solo deseo que, cuando mi cuerpo no aguante más, todas ellas,
las difuminadas por el tiempo y las nítidas en el recuerdo, sobrevivan en algún
lugar o paraíso, si hay un alguien que así lo disponga, donde se hallen a
disposición de quien quiera usarlas. Seguro que, como en el rastro, o en una
librería de viejo, algo habrá que pueda servir.
¡Madre mía, a qué velocidad nos movemos!
¡¡¡Cinco años ya y casi sin darse uno
cuenta!!!
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