Ayer, imágenes aberrantes de muerte dieron la vuelta al mundo. Imágenes procedentes de ciudades de la periferia de Kiev. Acusaciones de asesinatos de civiles por parte de las tropas rusas que invaden Ucrania y que nos recuerdan la barbarie que se deriva de una guerra. No obstante, no sé qué tienen de extrañas tales matanzas. Es una guerra, señores, una GUERRA, y por más que nos la vistan con colores de victoria o de derrota, el salvajismo es la tónica dominante durante una confrontación de este tipo. Los crímenes de guerra han tenido lugar de forma apabullante en cualquiera de los enfrentamientos armados que se han sucedido a lo largo de la Historia y siempre los criminales fueron acusados por unos o por otros según en el bando en que cada uno se hallase. El respeto a los derechos humanos se salta a la torera en cualquier zona de cualquier país del mundo.
En este tipo de bestialidades, los cañones
destruyen igual objetivos civiles que militares. No hay distinción a la hora de
obtener la victoria, por las armas o sembrando el pánico y el horror entre la
población.
A lo largo del último siglo, hubo para dar
y tomar por parte de unos y otros contrincantes. Los nazis destruyeron Varsovia
y los aliados Dresde, por ejemplo, y no por ser precisamente objetivos
militares; la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, con casi doscientos mil
muertos más las secuelas posteriores en los descendientes de los
supervivientes, fue la mayor aberración cometida durante cualquier guerra
habida hasta la fecha; en Vietnam hubo sucesos horripilantes por parte de ambos
bandos; más recientemente, en Irak, invadido en base a falsedades, no hubo
perdón ni siquiera para los periodistas que intentaban contar la verdad, como
sucedió con José Couso; en Guantánamo se siguen violando los derechos humanos,
pero nadie se atreve a protestar ni poner sanciones; en Siria hubo denuncias de
uso indiscriminado de armas prohibidas y ahí sigue el responsable tan campante;
en Sudáfrica el racismo imperó durante décadas y décadas protegidos sus
gobernantes por Occidente y por sus riquezas; en el golfo Pérsico la
desigualdad entre hombres y mujeres o las penas impuestas a algunos
delincuentes o reos continúa y las naciones oyen, ven y callan porque esos
países son quienes son y mandan lo que mandan; en China, otro tal de lo mismo; durante
la invasión de China por parte de Japón hoy se han descubierto barbaridades de
toda clase cometidos por este último; Israel
se carga palestinos a diestro y siniestro, sabiéndose inmune a cualquier
tipo de sanción que nunca existirá, cada vez que un grupúsculo terrorista les
lanza un cohete; en las dictaduras de Chile o Argentina, en Yemen, en Sudán, en
Congo, y así podríamos continuar sin cesar durante folios y folios.
Un siglo, cien años, son muchos años en la
Historia de nuestro planeta como para obviar lo incuestionable: La GUERRA,
cualquier guerra, es una salvajada y esta solo puede dar como resultado la
crueldad más absoluta. No nos echemos las manos a la cabeza, o más bien no las
bajemos de ella porque día tras día en algún lugar del mundo se siguen
cometiendo atrocidades semejantes. Quien más y quien menos, a poco que
pensemos, hemos sabido que las mayores barbaridades acontecen en estos conflictos.
Por eso, ahora, cuando autoridades de muchos países piden que Putin, dictador supremo ruso que alcanzó la cima del poder espoleado de alguna manera por las acciones de la propia UE en los últimos lustros, sea juzgado
por el Tribunal de Derechos Humanos por su responsabilidad en estos asesinatos
en Ucrania, yo me paro a pensar que desde 1995 la ONU declaró la imprescriptibilidad
de los crímenes de guerra o de lesa humanidad, pero, a pesar de ello, apenas nunca
se procedió contra otros mandatarios.
Claro que, sabiendo que países como China,
Rusia o EEUU no pertenecen ni siquiera al Tribunal Penal Internacional con el
fin de que nadie ose investigar sus tropelías, tendríamos que encabronarnos. No sirve de mucho, poco menos que gestos contrariados contra la
arbitrariedad con qué toman y se aceptan tantas y tantas desgracias, mas a
sabiendas de la inutilidad de nuestras justas pero vanas protestas. Es el recurso del pataleo baldío, un berrinche más.
Entre ellos tres se lo guisan y se lo
comen. El resto formamos parte del atrezzo o somos meros figurantes pasivos en esa obra
melodramática que llevan representando magistralmente durante las últimas
decenas de años los mismos actores de siempre.
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