viernes, 7 de agosto de 2009

POR FAVOR...

Como todos los días, mi regreso matinal a casa, una vez comprado y leído el periódico (es un decir, a lo de leído me refiero, ya que es imposible en poco más de media hora enterarse de todas las noticias y chorradas que trae cualquiera de ellos) me dirigí como es habitual a la panadería para comprar el pan, una barra gallega (tampoco sé por qué se la llama así si está hecha aquí en Grau). Tenía delante de mí a una señora que preguntaba por un par de productos de repostería que no veía en la estantería. La chica que despachaba le informaba de que se habían acabado hacía pocos minutos. La señora, rezongando algo así como que mucho madrugaba la gente, le pidió entonces, hablando un poco más bajo de lo habitual, dos piezas de otra bandeja llamándolas por su nombre. La chica, que no había entendido bien el denominación que la señora había pronunciado para nombrarlas, risueña, le preguntó:
-¿Cómo los llamó, medias julias?
.No, no, -
respondió ella.- medias lunas.
-¡Ah!-
se sorprendió la joven-. Dos croissants.A lo que la señora, no sé por su cara cuánto de molesta se sentiría, porque estaba de espaldas a mí, lo único que dijo fue:
-Aquí en España siempre fueron medias lunas. Pero ahora, como todo el mundo sabe francés e inglés, le cambian el nombre a todo. Y yo me niego a hacerlo.A continuación, una vez pagada la compra, se volvió y se fue.
Tras de mí había un señor, con chubasquero y un sombrero impermeable porque afuera “orbayaba”, que no pudo contenerse.
-Siempre somos los tontos para todo. Y lo malo es que lo permiten. Si tenemos palabras en castellano para decir las cosas, ¿a qué viene que se nos bombardee desde todos los sitios con los nombres en otros idiomas hasta que nos olvidamos del propio? Es una vergüenza.
Lo miré de reojo, con media sonrisa que aprobaba lo que él estaba diciendo, y pedí mi barra ¿gallega?
-Aún me acuerdo del verano pasado- siguió el paisano-, en una fiesta en que había varios chiringuitos. Me acerqué a uno que vendía bocadillos y le pedí a una de las chavalas que lo atendía uno de “tocín”. Y va ella, toda peripuesta, y me pregunta que de qué le había dicho que lo quería. Cuando le contesté, señalándolo, que uno de “ tocín” o panceta, que uno de aquellos, ella, muy “sabionda”, me informa, como si yo fuese un niño al que hubiese que enseñar el nombre de las cosas, que aquellos eran de “beicon”. Y me dio uno.
Al pagar, con el bocadillo en la mano, le mandé que dejase la vuelta para ella, añadiendo al segundo siguiente que ojalá le sirviesen las ganancias de las propinas para ir a clase a aprender castellano.
Y ella, que de momento no oyera nada más que lo de “deja la vuelta para ti”, porque ya sabemos que la pela es la pela, me soltó un “gracias” saleroso, que se le cuajó de inmediato en la cara cuando sintió lo de ir a clase.
-Yá, yá-
acerté a decir mientras pagaba religiosamente mis ochenta céntimos por la ¿gallega? Y me fui a oír música a cualquier otra parte donde seguro que encontraría algo tan “gracioso” como lo que había contado aquel señor.
Cuando estaba cerrando la puerta de la panadería, oí a la chica que le preguntaba:
-¿Qué quiere, una baguette, como todos los días?
Hasta la próxima y sean felices, “s’il vous plait”.

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