lunes, 22 de junio de 2015

SOLUCIONES DELICIOSAS

(Para Celia)

Había estado dando una vuelta por el Paséu ’l Ríu, disfrutando de aquella brisa primaveral que acariciaba mi cara y me reconfortaba después de una noche casi sin dormir, plagada de sueños incomprensibles que al amanecer se diluyeron como los jirones de niebla veraniegos cuando el sol les envía sus primeros rayos para avisar de que ningún otro fenómeno puede hacerle frente si decide hacer gala de su realeza. Iba sin rumbo, con el libro cerrado en la mano izquierda, solo por el placer de ver reflejados en mis ojos los colores en ciernes que avisaban de una nueva estación; o por escuchar el susurrar de aquellas primeras hojas que le hablaban al vientecillo que las acunaba y, quién sabe, tal vez preguntándole por los sucesos acaecidos a lo largo de su ausencia durante el final del otoño y el invierno anterior; o, algo que me hacía detenerme de vez en cuando, disfrutando al percibir el gorjeo de decenas de pájaros que se afanaban en la finalización de sus nidos y que llenaban el recorrido de una sinfonía imposible de plasmar en un pentagrama por ningún ser humano.

Fue al llegar cerca de Casa Villuir cuando me pareció oír a mis espaldas un ligero murmullo, una voz tan delicada llamándome por mi nombre que me giré inmediatamente para conocer el origen de aquella caricia verbal. No había nadie. Levanté y bajé la vista alternativamente, fijándome incluso en las ventanas de los edificios de las Calles Nuevas por si alguien me había llamado desde ellas, pero solo sentí el roce tierno del aire que besaba suavemente mi piel. No era la primera vez que me sucedía algo similar; ya en ocasiones anteriores, desde hacía unos meses, a lo largo del paseo que discurre a la vera del Río Martín, entre el Tanatorio y La Podada, hasta mis oídos habían llegado pequeños bisbiseos inextricables, pero nunca con la claridad con la que hoy escuché mi nombre. Me encogí de hombros y continué caminando, pensativo, dándole vueltas a aquellos susurros misteriosos e inexplicables que, desde hacía unos días, me sorprendían y me epataban hasta el punto de considerar en ciertos momentos que mi mente empezaba a funcionar de alguna manera anormal y acabaría volviéndome loco. No obstante, preferí seguir creyendo que todo cuanto las personas dicen se difunde por el aire y las palabras quedan para toda la eternidad viajando sin rumbo por el espacio sin cortapisas ni fronteras que limiten su significado ni sus intenciones. Así que busqué la interpretación más agradable, la más complaciente para mi ego: aquello que oía no era más que la voz de mi nieta que, donde quiera que estuviese, estaba llamándome, al principio con sus balbuceos propios de los cinco meses y ahora ya diciendo mi nombre, y reclamando mi presencia porque le faltaban los besos, mimos y arrumacos matinales de su abuelo que sigue chocheando en cuanto la ve. Tal vez todo sea cosa de la edad, pero es tan placentero encontrar explicaciones así a los arcanos indescifrables que envuelven nuestras vidas.


Disfruten del día como lo disfruto yo, sin perder, además, la sonrisa.

 

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