Que
Javier Fernández, que desempeña, o eso dicen, la función del Presidente del Principáu
d’ Asturies y actualmente también “jefe” de la gestora del PSOE nacional, sea
considerado según el último barómetro del CIS como el dirigente español a nivel
estatal mejor valorado debería darnos una idea de cómo está el panorama político
español en este momento.
No
obstante, y sin ir más lejos, hemos de reconocer que los españoles han escogido
a una persona que precisamente no es una de las elegidas para encabezar ninguna
lista de partido, al menos de momento, de cara a próximas elecciones nacionales.
Esto induce a pensar que la falta de confianza en los actuales cabezas de lista
sigue siendo de lo más preocupante para nuestro país, incapaz de generar o de
sacar a relucir una cabeza pensante bien acondicionada y amueblada que llegue
al corazón y a la mente de una mayoría de españoles. Seguramente que haberlas,
haylas, pero los aparatos anacrónicos de los actuales partidos políticos siguen
funcionando como una máquina perfectamente engrasada que destruye cualquier
opinión que ellos consideren una impureza capaz de apartarl a los actuales dirigentes de su cuota de
poder.
Ya
vemos como en el PP no se mueve nadie sin que la tríada Rajoy, Soraya y Cospedal lo
aprueben, un monolitismo difícil de romper ya que las cuotas de mando las
tienen perfectamente repartidas entre ellos tres y sus acólitos. En el PSOE les
crecen hasta los enanos, con un Patxi López que no sabe dónde se metió, un
Sánchez desnortado aunque terco en su no es no, y una Susana Díaz que no acaba
de deshojar la margarita, aunque todo el partido dé por hecho que, cuando esté
segura de su victoria por aplastamiento del contrario, dará el sí quiero,
aunque también lo estaba en Andalucía cuando adelantó elecciones y en cambio no
consiguió la mayoría absoluta ni el trituramiento de sus opositores que buscaba con aquella medida teniendo que refugiarse
en los brazos de Ciudadanos. Este último partido, de la mano de Albert Rivera,
que laminó a sus oponentes, como estaba cantado, se distancia de la social
democracia, de la que ya estaba más que alejado, para encomendar su hipotético
y onírico triunfo electoral al liberalismo progresista, que ya irá explicando cómo
se come a la vista de los pactos alcanzados con el PP al comienzo de esta
legislatura y los resultados que le están dando, por más que intenten sacar
pecho, explicar sus logros y justificarse como si hubiesen sido los reyes del
mambo, cuando en realidad Rajoy los interpreta de oído según su propia escala
musical. Y Podemos ya lo ven: en busca del poder absoluto la deidad que encarna
Pablo Iglesias y echándole un cable al cuello su gran visir hasta hace poco
Íñigo Errejón; alrededor suyo, los demás, incluso el movimiento anticapitalista
de Miguel Urbán que no sabe ya por dónde tirar, si es que le queda algún
resquicio, para poder influir y arreglar algo en el resultado de esta lucha que, si no
lo remedian, acabará desmembrando el movimiento surgido del 15 M.
Así
las cosas, ¿quién se extraña de que Javier Fernández, ese político asturiano que
nos dirige en mi tierra, sea el mejor valorado en la encuesta del CIS? No hay
más que verlo para sentirnos igual: él, triste
y preocupado por el futuro…, el suyo y
el de los demás que viven encastillados como él a cuenta del ciudadano;
nosotros, tristes y preocupados también, viendo lo que nos está cayendo encima
con la merma de derechos y libertades que poseíamos o creíamos poseer antes de estos últimos años, la
pérdida de poder adquisitivo y de poder para enfrentarnos a quienes abusan de
nosotros, aumento de la pobreza entre los más y de riqueza entre los menos o el
agravamiento de las condiciones laborales, educativas, sanitarias y sociales de la mayoría
de los españoles, entre otras cosas.
Con
todo y con ello, una pizca de confianza deberíamos mantenerla, más que nada
porque, a fin de cuentas, y aunque podría o puede ser peor, el futuro debemos
escribirlos los españoles en vez de esperar que nos lo escriban. Y se consigue
con ese paso adelante que deben de dar personas cualificadas, competentes, cumplidoras
y fieles a sus palabras y a sus ideas, capaces de volver a ilusionarnos a
todos, sean del partido que sean, con justicia, honestidad y sentido común. Es la
única manera de cambiar este país. Habrá que encontrarlos, digo yo.
Bueno, no se aflijan, sigan confiados en un futuro mejor y no pierdan la sonrisa, que es lo peor que nos podría pasar, aun en momentos difíciles.
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