Trump
y el Estado Mayor del Ejército estadounidense (o como se llame) andan un poco
perdidos en cuestiones geográficas. Les pasa, me imagino, como le sucedía a la paloma de Alberti, que su
flota no sabe si va hacia el norte o hacia el sur.
Un
día la Armada, nos cuentan, se dirige hacia Corea del Norte y en realidad va
hacia Australia, y al otro cambia de rumbo y vuelve al norte. A Trump y sus
allegados, esos que debían tener un poco de sentido común por lo que conlleva
de peligrosidad estar al cargo de uno de los mayores ejércitos del planeta, les
importa poco decir hoy arre y mañana so. Están a lo que están, a ser capaces de
realizar las más perversas maquinaciones con tal de intentar engañar al
personal. Lo que pasa es que en esta ocasión les salió chungo el asunto, se les
vio el plumero. Entonces rectifican y, con el cuento ese que está tan de moda, el
de las posverdades, se ponen otra vez rumbo a ninguna parte.
Son
veletas moviéndose en el tablero mundial con más peligro que un tigre hambriento
suelto por un recinto cerrado lleno de herbívoros en libertad.
Lo
peor de todo es que una gran parte de los votantes estadounidenses celebran por
todo lo alto tal desatino. Y que quienes tendrían que dar ejemplo de responsabilidad desde el poder son en realidad unos enfermos mentales con ansias de
hacerse notar, aunque nada más sea para hacer el ridículo.
Y
en manos de esta gente anda EEUU. Pero lo peor es que a quien llevan de las
riendas es a todos los demás. Si no, no hay más que ver las respuestas de los
demás países “serios y demócratas” en litigio: los dejan hacer lo que les
plazca.
Y
es que estos americanos son la bomba, en sentido literal o no, allá cada uno,
que piense lo que quiera.
Sigan
felices, sin perder la sonrisa y disfrutando del día.
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