Esa especie de reloj
biológico que albergamos en nuestra mente me despertó hoy a las cuatro de la
mañana. Seguramente que ayer, a la hora de apagar la luz para dormir, pensé que
no estaría mal levantarme temprano para acercarme hasta el río a pasar dos o
tres horas intentando que alguna trucha se dignase picar y alegrarme la mañana.
Pero, claro, una cosa piensa el borracho y otra el tabernero. Primero, porque
una cosa es levantarse temprano y otra son las cuatro de la mañana; y segundo,
porque no es lo mismo tener mono de pesca que disponer de un cuerpo que lo
permita. Total, que cuando me desperté y vi la hora, le mandé a ese reloj
interno que no volviese a acordarse de ello hasta las nueve, por lo menos. Y me
hizo caso, o casi. Hasta las ocho y media dormí como un angelito. Me tiré fuera
de la cama y no pude dejar de pensar cuántas truchas hubiese ya pescado si me hubiese
acercado hasta el río. Aún ahora, a media mañana, ese prurito me está revolviendo
las tripas; incluso las manos se me van a hacer el movimiento de levantar la
caña para sacar la trucha; y hasta los ojos se me escapan hacia el ordenador y
los dedos buscan afanosamente el teclado, aunque en vano, para escribir pesca
de río en google, pulsar en imágenes y gozar viendo algunas fotos de piezas
recién sacadas o a punto de ello. ¡Qué cosas tiene este cerebro mío! Por más
que el cansancio me dejó en la cama, porque el cuerpo decía que no, mi mente
debió de estar soñando y pescando toda la noche entre las cuatro y las ocho y
media. El caso es que, en este momento en que escribo estas cuatro palabras
tontas en este folio, mi cabeza no deja de ver truchas balanceándose en el extremo
del sedal, luchando por soltarse del anzuelo y volver a su espacio natural. Pero
me aguanto y no busco las imágenes de pesca de río en google. Por hoy las perdono
a todas. Me voy antes de que me entre tal comezón que no sea capaz de soportar esta
incertidumbre: ¿cuántas llevaría pescado en este momento? Dejo de escribir, lo
cuelgo en el blog y me levanto para irme. ¡Ay, mi espalda! No te digo, que no,
que no es cuestión todo de querer, que a veces mandan otras cosas. ¡Ay, a ver
si me estiro de una vez, esta hernia acaba conmigo! ¿Veis? No es lo mismo.
Y justo en este instante
no puedo olvidarme de recomendarles que no pierdan la sonrisa, como la mía,
¡ay!, justo ahora.
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