Día
de resaca. Muchos cuerpos lamentarán hoy, cuando intenten abrir los ojos y a
continuación ponerse en pie, haberse dejado llevar ayer noche por la llamada de
las cervezas, de los chupitos o de los combinados de naranja, limón, tónica o
cola con ron, ginebra o lo que sea que más les placiera. Se celebró la 2ª Flor
aquí en Grau y la noche, esa que convierte el pelaje de todos los gatos en
pardo, hizo lo mismo con muchos jóvenes y no tan jóvenes, aunque agarrados con
desesperación a unos años que ya no van a volver, para convertirlos en
verdaderos cochinos incapaces de saber un ápice de educación cívica. Cuando me dirigí
a eso de las siete de la mañana hacia la Travesía de La Panerina andando desde
La Plaza por la calle Eduardo Sierra, me apeteció hacer una serie de fotos con
las que ilustrar este artículo, escrito o palabras arrejuntadas con el fin de
que mi retina no olvidase las imágenes que me entraron por los ojos. Cristales,
botellas, vasos, papeles, bolsas, vomitadas y demás restos más propios de
gorrinos que de personas, tirados por el suelo convirtiendo la calle en una
verdadera pocilga. Mesas invadiendo la calzada atiborradas de cascos de
cristal, de vasos de plástico y vidrio, que invitaban a rodear la manzana para
no sentir vergüenza ajena. Líquidos pegajosos, malolientes, meados en algunas
esquinas, aunque perfectamente a la vista, que hedían como letrinas asquerosas
y nauseabundas. Al acercarme hacia la Plaza de La Panerina, más de lo mismo. Un
recorrido que realicé con ganas de taparme las narices y con los ojos cerrados,
si no fuese porque la realidad con la que cualquiera se topa después de una
fiesta en esta zona es siempre la misma y parece que siempre se tiene en la
boca la pregunta de ¿no te acuerdas
cuando tú eras joven? Echo la mirada hacia atrás y no me lo parece. Los tiempos, chaval, que han cambiado-
me susurra una vocecita que sólo oigo yo. Sí,
ya lo veo y lo huelo, pero ¿para mejor? No sé, serán los años los que me hacen
ser un tanto desagradable y antipático. Me voy haciendo viejo, supongo.- y
continúo mi camino.
No
es la primera vez, ni me imagino será la última, que me va a tocar contemplar
tal desatino. Supongo que los tiempos han cambiado tanto desde mi juventud que
ahora esto, que yo considero una falta absoluta de consideración para con el
resto de ciudadanos, por no decir otra cosa, se ve con total normalidad por parte
de la sociedad y sus representantes que permiten semejante guarrada.
Cuando
más tarde, alrededor de las ocho menos cuarto, salí con mi nieta camino del
cole, los barrenderos ya estaban manos a la obra. No obstante, a mi nieta, de
menos de tres años, aún le dio tiempo a ver los estragos de una fiesta nocturna
infame, aunque no hubiese sido como alguna otra de mayor desenfreno que me tocó
ver en el mismo lugar.
-¡Qué asco, tito!-
exclamó ella al pasar del revés, puesta de rodillas, en el cochecito desde donde no se pierde ni el
vuelo de una mosca.- ¿Qué hacen?-
siguió ella, preguntándome por los
barrenderos afanados en poner un poco de orden en aquel vertedero urbano.
-Están limpiando,
barriendo para echar toda la basura a los contendores.-
respondí a sabiendas que debería de haber ampliado mis palabras y explicarle lo
que había sucedido. Pero, a santo de qué me iba a explayar con la niña si no
hubiese entendido ni papa.
-¿Por qué? -Hace
unas semanas que comenzó con la preguntita de marras y, mientras miraba hacia
atrás al pasar por delante de la entrada de Pepe el Bueno, no pudo reprimirse
ante algo que hasta la fecha yo le había evitado dando un rodeo.- ¿Por qué, tito?
-Pues…, porque han estado
de fiesta durante la noche- no sabía qué decirle. No era
cuestión de ponerme a filosofar ni a intentar convencerla de lo que significa
tener educación o no tenerla.
No
obstante, quiero pensar que me equivoqué. Debería haberlo hecho. Para la
próxima, juro que se lo explico, aunque se quede con la boca abierta
tildándome, si ello es posible, de loco de atar.
-¡Qué asco, tito!- y
miró hacia adelante a ver si ya estaban abiertas las puertas del Palacio Fontela.
Sigan
divirtiéndose, no hagan mucho caso a alguien como yo, que coge berrinches, tal
vez sin sentido, por cosas como estas, y sonrían, que es salud.
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