jueves, 17 de agosto de 2017

LEYENDO


Ya sé que soy un poco o un mucho informal. Hace semanas que no cuelgo ni un solo artículo. Qué le voy a hacer. Si lo hiciese de otra manera, a lo mejor no sería el mismo, yo qué sé. Es seguro que me cae la cara de vergüenza cada vez que me sucede algo así, pero también es verdad que cada día me cuesta más, a pesar de que todos los días me hago propósito de enmienda.

Como he dicho en multitud de ocasiones, me encanta la tarea de no hacer nada y más aún si ese nada se transforma en absolutamente nada. Me abroncan cuando me paso las horas, pocas, que tengo libre sentado en casa sin otra cosa que hacer más que leer. Qué queréis, me encanta hacerlo y perderme en esos mundos que crean personas extraordinarias capaces de fabular e imaginar personajes de ficción o situaciones con personajes reales que me envuelven y no me permiten ni un minuto de asueto porque los vivo desde la misma raíz, desde el origen de la novela, hasta el desenlace como si fuese un personaje más, imperceptible a cualquier sentido de sus protagonistas. Ni el mismo autor puede imaginarse siquiera que yo ando metido en su libro como un espíritu que sobrevuela sus propias palabras. Y así, entre crónicas y leyendas, aventuras, anécdotas y enredos, entre intrigas y confabulaciones narradas de forma pausada o vertiginosa, históricas o ficticias, igual da si el texto me engancha desde el primer momento, me paso las horas sin poder apear un libro de las manos. Y lo peor, que cuando acabo uno ya hay otro esperando a la vuelta de la esquina dispuesto a hacerme perder los sentidos enviciándome nuevamente en sus tramas, sus maquinaciones, en su red tejida maravillosamente con palabras que absorben completamente mi mente.

O sea, que está clarísimo: el tiempo que podría haber dedicado a escribir se me va leyendo. Pero, a pesar del bochorno y desazón que me causa abandonar el blog tantos días, no puedo olvidar que ambos conceptos, escritura y lectura, se complementan simbióticamente, uno no puede existir sin el otro Por eso, cuando leo, no puede dejar de representárseme la persona que, inclinada sobre un folio, una libreta o un documento informático, estuvo durante meses o años desarrollando una idea que se fue a transformar en un  libro en el cual yo soy, sin permiso suyo, uno más de sus héroes o villanos. A veces, le pongo a ese escritor mi cara y se me va el tiempo también volando. ¡Iluso de mí! Mejor me pongo a juntar letras y dejar de soñar, aunque ese libro que está encima de la mesa tiene una pinta que...

 

Sigan disfrutando del verano y sonrían, que los días serán mejores.

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