Ahí
tirada, desfallecida,
como
una muñeca de trapo
arrojada
sin ton ni son sobre la cama,
con
tu sonrisa cercenada por la calentura,
por
la brutal gripe que asuela tu cuerpo,
sin
ganas ni de recibir mis besos de lobito;
con
tus ojos apagados y llorosos
que
miran fijamente sin ver ni verme;
con
tus labios entreabiertos resecos,
anhelantes
por una gota de agua fresca
que
alivie tus ansias de jugar;
con
tus manos quietas y laxas,
ni
tan siquiera con la fuerza necesaria
para
agitarlas en un gesto de fastidio
ante
el nefasto virus que quiebra,
¡maldita
sea su estampa!,
tu
alegría, tu voz, tu sonrisa.
Y
ante ti, triste y compungido,
como
un desdichado huérfano de amor,
de
caricias, besos y dulzura,
abatido
por los embates del tiempo,
añoso,
cano y arrugado
postrado
a tu lado en oración,
me
hallo sin saber qué hacer,
a
no ser rogar al cielo
con
palabras musicales, mas extrañas,
de
tus/mis cuentos mágicos,
que
me devuelva la felicidad,
el
alborozo, la salud de esa niña
que
hace latir el corazón
de
este abuelo apesadumbrado
al
que ella bautizó no hace mucho
con
la palabra precisa y atinada,
al
que con acierto y cariño
definió
como “gastado”.
(Escrito entre
el doce y el catorce de enero de 2019)
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