Bueno, pues ya está. He dejado correr unos
días antes de arrojarme de bruces en el 2019. Quién sabe, tal vez por desidia.
Ya estaba uno acostumbrado al 2018 y meterse de lleno en algo nuevo como que no
apetecía mucho. Dicen que vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Pero a fin de cuentas, cuando todo lo que te rodea se empeña en proclamar que
al menos una de las cifras ha cambiado, pues no queda otro remedio. O sea, que
viva el 2019.
Y como es seis de enero, me acuerdo de que
se sortea la Lotería del Niño y pongo la tele. Están en plena faena. Salen los
premiados y…ni un céntimo, como en el de Navidad del pasado año. Bueno,
pues empezamos igual que acabó el 2018. Tampoco es para tanto una cifra arriba
o abajo. Para el caso que me hace a mí la suerte. No obstante, me arrepiento al
instante y ya pienso en que lo más importante es la salud. O sea, que de
momento todo marcha viento en popa.
Ya me parecía a mí que eso de los dígitos
no tenía nada que ver con el devenir de cada uno. Ilusión, mucha, cuando
comienza el año, pero realidad, toda la del mundo según avanzan los días. No,
no es desilusión, es sencillamente poner los pies en la tierra y saber que,
como sucede año tras año, la vida sigue independientemente del día o del mes o
del año en que estemos y lo único que debemos de valorar es continuar buscando
la sonrisa para ser felices todos los minutos que permanezcamos en esta vida.
Y eso no lo dan ni los sorteos ni las
buenas intenciones del día de Año Nuevo. Eso es cuestión de cada uno, de ver un
motivo de alegría en el aspecto más nimio que se cruce ante nosotros, ante la
imagen o el sonido que tengamos ocasión de ver u de oír. Alrededor, podremos
hallar millones de razones para no perder la sonrisa. Pues adelante. Viva 2019
y la sonrisa diaria.
Que ustedes sean muy felices.
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