Después de dos sesiones de cuasi circo en
el Congreso de los Diputados, donde se habló poco de política de cara a
afrontar los próximos años y mucho de broncas, insultos y desafíos hasta el
punto de avergonzar a una gran mayoría de españoles que pudieron seguir en
directo tal batiburrillo, el presidente en funciones, Pedro Sánchez, se
enfrentará mañana al acto de ser elegido como tal, con pleno derecho, o volver
a sacar de la chistera unas nuevas elecciones.
Aunque parezca claro, a raíz de la primera
votación celebrada ayer, que lo conseguirá por escaso margen y sin mayoría
absoluta, aún restan algunas dudas que solventar y que no quedarán dilucidadas
hasta el final de la votación próxima. El escaso margen de dos votos que lo
separa de alcanzar sus objetivos no parece que se vaya a derrumbar, pero en la
conciencia de alguno de los diputados puede arraigar durante el día de hoy la
sospecha de si las alianzas establecidas por el equipo de Sánchez no irán poco
a poco arruinando cada vez más a unas Comunidades Autónomas en favor de otras
que durante las últimas décadas, gracias a partidos regionalistas o independentistas
fuertes, que se convirtieron en imprescindibles para la gobernabilidad de
España, han ido consiguiendo más y más, recortando los bienes a aquellas donde las
agrupaciones son meros apéndices de la sede central de su partido en Madrid.
Y no es una afirmación baladí, es una
situación fácilmente constatable en cuanto nos fijamos en todos los aspectos de
la vida pública de cada uno de ellas: educación, sanidad, infraestructuras, ayudas
a la industria, pesca, impuestos, abandono y vacío del medio rural, trabajo,
etc. No es opinable que médicos, maestros, profesores cobren menos en Asturias
que en otras Comunidades, por lo cual o no vienen o se van; que las carreteras
sean una cochambre, que la única autopista de entrada desde la Meseta sea de
pago hasta el 2050 y suban los aranceles para transitarla, mientras otras
privadas se han rescatado a precio de oro o se les ha rebajado el peaje en
algunas públicas o eliminado; que el ferrocarril sea del siglo XIX y el AVE
siga sin alas; que las industrias electrointensivas paguen más en esta Comunidad
que en otras debido a acuerdos del gobierno centralista con aquellos que
necesitó para seguir en el sillón del poder; que el carbón desaparezca, y con
él centrales de producción eléctrica, y no haya planes reales de activar las
comarcas (reales, digo, no gastar dinero como ya se derrochó hace unos años en
tonterías); que el medio rural, agricultura y ganadería, cada día vaya a menos
sin ayudas fiscales, de comunicación, de nuevas tecnologías, de apoyo a quienes
decidan quedar y trabajar en él; que las cuotas de pesca se rebajen a mínimos o
se van, en base a los mismos acuerdos de gobierno, a otras comunidades mientras
los asturianos se quedan con migajas, etc., etc., y así sucesivamente.
En sueldos de cargos políticos, sí, ahí no
hay problema de dinero, ni en instituciones-chanchullo donde colocar a los
palmeros de turno. Hace más de cincuenta años le dijeron a un amigo que vivía y
trabajaba en Bruselas, que Asturias quedaría reducida a una gran reserva natural
poblada por animales más o menos salvajes y apta para hacer safaris, mientras
que su población habría desaparecido casi en su totalidad. Y, a la vista del
camino que siguen en Madrid y que aplauden los políticos asturianos, va a
acabar siendo verdad. ¡Qué pena que no haya un partido en Asturias que defienda
primero a esta Comunidad, después a Asturias y por último a Asturias otra vez!
Sí, porque para defender otras opciones ya existen otros partidos en distintas
comunidades españolas que piden primero para ellas, mientras que aquí continuamos
con marionetas que se mueven a la orden del titiritero de turno. Como sucedió y
sucede hasta ahora.
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