Tengo mis raíces hundidas tan profundamente
en este amor infinito
que la más mínima convulsión me convierte
en una marioneta titubeante,
en un junco a merced del huracán.
Es tan honda mi dependencia tuya
que el más nimio gesto serio en tu cara
me vuelve preocupado y ansioso
por complacerte,
por reinventarme para pintarte una
sonrisa.
Porque aquí, en este interior insondable,
abrazado por carne y huesos achacosos,
sigue firme y compacto
latiendo con una fuerza desmedida
un corazón encadenado a ti.
Raíces tan profundas que con los años
han ido pausadamente creciendo,
raíces sólidas y hercúleas pero que,
¡qué cosas!, tiemblan y se estremecen
con la delicia del más liviano de tus besos.
(Para ti, que lo sabes,
en diciembre de 2020)
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