domingo, 20 de agosto de 2023

POLEMISTA

 

Cuando a veces me decido a intervenir en alguna charla entre amigos o conocidos que discuten sobre aspectos de la política española, soy incapaz de morderme la lengua y suelto ideas a lo loco (o no, qué sé yo) que, más tarde, ya solo y tranquilamente sentado en casa, me producen dolor de cabeza, o al menos me reconcomen pensando si tendría razón o no, si no estaría mejor callado, que por la boca muere el pez y en boca cerrada no entran moscas. Es muy difícil, en plena vorágine de frases sueltas por unos y otros, a favor de esto o de lo otro, o en contra de lo que sea, que haya ocasiones en las que desde lo más recóndito de uno mismo no afloren opiniones que pueden chocar con la realidad simple en la que muchos viven. Y este mismo pensamiento me supone al mismo tiempo la impresión de que soy un poco palurdo creyendo que lo que ellos ven como real, sea precisamente aquello en lo que yo discrepo. ¿Por qué voy a tener razón yo? ¿Por presunción, porque me creo superior? Suelo llegar a la conclusión en las más de las veces, con una arrogancia que me asusta, que si no soy capaz de callarme es porque me gusta ese tipo de gresca. Como dice un buen amigo mío, siempre estoy en contra de lo que opinen los demás, es decir, me gusta polemizar. Tal vez sea verdad. Pero lo que tengo claro es que me duele que desde algunos poderes públicos, o desde todos, nos quieran convencer de que todo debe hacerse como ellos dicen porque es lo mejor para todos. Y no me aguanto. Tengo que afilar el lapicero, la lengua más bien, antes de contestar que no estoy de acuerdo.

La realidad que nos cuentan no es la realidad que vivimos. Hay muchas gradas a distintas alturas en el anfiteatro de nuestra sociedad con realidades distintas. Dependiendo de tu estatus social vives una u otra. Por eso me opongo a aceptar lo que me dicen así porque sí. Y seguramente ello me conlleva a argumentar casi siempre contra todo lo que los demás dan por hecho. Como por ejemplo que nos quieran demostrar que vivimos en una democracia porque aquí todo vale. ¡Y no trago, lo siento!

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