A veces uno no sabe qué hacer.
A veces es imposible hacer ni tan siquiera aquello que uno quiere hacer.
A veces, ni deseando cumplir con lo que la conciencia dicta, se puede alcanzar el objetivo buscado.
A veces es imposible hacer ni tan siquiera aquello que uno quiere hacer.
A veces, ni deseando cumplir con lo que la conciencia dicta, se puede alcanzar el objetivo buscado.
A veces dan ganas de desaparecer, esconderse en algún sitio recóndito en el que no puedan encontrarte.
A veces, mande lo que mande el corazón, hay que hacer caso a la cabeza. Y entonces hay algo que se rompe dentro de tu pecho, en lo más profundo de uno, y que te deja hecho trizas.
A veces aquello que uno creyó a pies juntillas a lo largo de su vida, se esfuma de golpe y pasa a ser un recuerdo neblinoso que me imagino llegará a olvidarse cuando el sol disipe la tenue mancha blancuzca de la niebla.
A veces, y sólo a veces, en ocasiones contadas, como excepciones a la regla, sólo nos queda cumplir con la orden cerebral que despreciamos.
A veces, quién sabe, puede haber soluciones, pero yo no las encuentro.
A veces hay que poner las cosas en ambos platillos de la balanza y obedecerla, acatar el resultado de las más pesadas.
A veces, a veces, a veces. ¡Qué fácil es escribir estas dos palabras!
Y si a veces no se toman las decisiones correctas, la vida se desmorona y entonces las situaciones se aceleran, lentamente se deterioran, se empiezan a pudrir, se gangrenan y ya no hay solución para ninguna.
Y a veces, cuando esto sucede, dejan de existir ambas palabras y sólo queda el recuerdo doloroso con el que va a vivir el corazón y la cabeza durante el impávido trayecto hacia el olvido.
¡Y a veces ese trayecto es tan corto!
A veces, mande lo que mande el corazón, hay que hacer caso a la cabeza. Y entonces hay algo que se rompe dentro de tu pecho, en lo más profundo de uno, y que te deja hecho trizas.
A veces aquello que uno creyó a pies juntillas a lo largo de su vida, se esfuma de golpe y pasa a ser un recuerdo neblinoso que me imagino llegará a olvidarse cuando el sol disipe la tenue mancha blancuzca de la niebla.
A veces, y sólo a veces, en ocasiones contadas, como excepciones a la regla, sólo nos queda cumplir con la orden cerebral que despreciamos.
A veces, quién sabe, puede haber soluciones, pero yo no las encuentro.
A veces hay que poner las cosas en ambos platillos de la balanza y obedecerla, acatar el resultado de las más pesadas.
A veces, a veces, a veces. ¡Qué fácil es escribir estas dos palabras!
Y si a veces no se toman las decisiones correctas, la vida se desmorona y entonces las situaciones se aceleran, lentamente se deterioran, se empiezan a pudrir, se gangrenan y ya no hay solución para ninguna.
Y a veces, cuando esto sucede, dejan de existir ambas palabras y sólo queda el recuerdo doloroso con el que va a vivir el corazón y la cabeza durante el impávido trayecto hacia el olvido.
¡Y a veces ese trayecto es tan corto!
A veces ¡cuánta razón tienes, nin!
ResponderEliminarPrecioso texto, con una melancolía muy propia de este final de invierno.
Sigue escribiendo, que los que te seguimos lo apreciamos en lo que vale.