-¡¡¡Tomaaaa!!!!- La voz de alegría del niño se escuchó en
la cocina. Cada vez que lo lograba, se oía un ¡¡¡toma!!! recalcado y en voz bien alta que
decía bien a las claras que un nuevo objetivo había sucumbido a su magia.
Cuando me acerqué hasta la habitación donde se hallaba
desde hacía unos veinte minutos, no pude dejar de apreciar el alto nivel de
concentración en que lo sumía la confección de aquel rompecabezas. Extendidos
por el suelo, los distintos componentes del juego formaban una especie de
alfombra a trozos de varios colores que a mis ojos semejaban un número infinito
de islas desacompasadas flotando sobre el parqué. En cambio, para el crío todo
tenía sentido. Sus ojos se posaban con regularidad sobre uno u otro de los
trozos y raro era que no acertase con el adecuado y lo situase en el lugar
correcto. Con cada encaje de las piezas el ¡¡¡toma!!! se oía en toda la casa.
Había sido por su cumpleaños cuando no atiné a comprarle
otra cosa que aquello, un puzzle con los coches protagonistas de la película
Cars que tanto le gustaba. Y, aunque al principio hubo otra gran cantidad de
regalos que le llamaron más la atención y con los que jugó más a menudo, desde
hacía tres días, nada más comer, se metía en aquella habitación y había
comenzado a armar el dichoso puzzle. El primer día, al cabo de media hora salió
y no dijo nada; se dirigió a mi cuarto, se puso a ver una película en la tele y
pidió un zumo mientras se tumbaba sobre la cama de matrimonio una vez quitados
los zapatos, que acomodó junto a la mesita; se tapó con la manta y, a pesar de
que pregunté qué tal con el juego, no me contestó.
-¡Calla, Luís, que ahora es cuando va a empezar la
batalla!- y se hacía el sordo ante mi pregunta, mientras señalaba el televisor
donde veía Las Crónicas de Narnia.
Luego, sin que se diese cuenta, me acerqué a la estantería
donde reposaba el puzzle para saber qué había hecho. Todas las piezas,
desperdigadas dentro de la caja, hablaban de que no había sido capaz de
elaborar ni un solo pedazo de rompecabezas. No le dije nada. Tal vez, pensé,
fuese demasiado para él.
Al día siguiente, cuando llegaron ambos hermanos de la
escuela, comieron y a continuación, mientras ella se sentaba ante el ordenador
para ver la película de Grease, con la que disfrutaba de lo lindo, él se
dirigió nuevamente hacia la habitación de los juegos. Yo me acomodé en el
sillón de mi habitación a leer. Pasaron casi cuarenta minutos y, de repente,
apareció en mi puerta con cara sonriente y feliz.
-Luis, mira, ven!- y se acercó a mi, me asió de la mano y
me levantó para que lo siguiera.
En el suelo de la habitación de juegos, casi la mitad del
puzzle estaba articulado, la parte que correspondía a Rayo Mc Queen, el coche
rojo por el que suspiraba cada vez que veía su película.
Su rostro se levantó hacia el mío, que no daba crédito a
lo que veía. Mi cara de satisfacción por su logro no era nada al lado del
brillo de sus ojos, que estaban clavados tanto en el puzzle como en mi cara,
como diciéndome ¡¡¡toma, qué creías!!!
Y fue el tercer día cuando sus ¡¡¡toma!!! empezaron a
escucharse en la cocina. No tardó ni diez minutos en aparecer por ella para,
con cara de orgullo, llamarme y decirme que fuese a la habitación. Me supuse
que lo habría terminado, pero… Algo en mi interior me avisaba de que había un
problema. Desde la puerta ya avisté el rompecabezas hecho y de reojo miré al
niño. Cierta tristeza destilaba su rostro, una pena que no entendía. Lo alabé y
lo felicité; le di un abrazo fuerte y tres o cuatro besos, al tiempo que me
quedaba pasmado mirando para el dibujo que había confeccionado con las ochenta
piezas. Seis coches es distintas posiciones y escorzos inverosímiles Si aún no tiene
cinco años...; no me imaginaba que fuese capaz de hacerlo solo. Y mira tú por
donde… No obstante, no le veía risueño, alegre como ayer, cuando solo había
armado una tercera parte.
Al cabo de unos segundos le pregunté si no le había
gustado hacerlo, si había sido muy difícil.
-Sí, Luis. Pero es que el juego no trae mando a distancia
para que corran.
Y allí me quedé, con cara de tonto, mientras pensaba en
que la mente de los niños siempre va un paso por delante de la de los adultos.
Y así la vida continúa. Sean felices y sonrían.
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