Nos
abalanzamos en esta época con verdadera fiereza hacia los días de fiestas y de
vacaciones navideñas como si no hubiese más días de regalos y de saraos, de cuchipandas y de farra a lo largo del año. Son
jornadas de consumismo caótico que nos sumergen en gastos de los que nos
arrepentimos a partir del día seis de enero, al mismo tiempo que nos hacemos
firmes promesas de que no sucederá nunca más, que en años venideros nos plantearemos
estas semanas de otra manera (mejor decir que para el año que viene, que, como
queda más cerca, parece que lo vemos a la vuelta de la esquina). En realidad,
cuando echamos la vista atrás, nos damos cuenta de que es lo mismo que
pensábamos el día siete de enero pasado. Siempre, como fieles religiosos en
las fiestas de guardar, repetimos los mismos ritos y liturgias como si nos
fuese la vida en ello. Dicen que el único animal que tropieza dos veces en la
misma piedra es el ser humano. ¡Cuán equivocado estaba aquel primer pensador
cuando labró en la mente de la gente ese desdichado aforismo! El hombre, por su
propia naturaleza, es capaz de tropezar, equivocarse, caer y volverse a levantar
miles de veces, de las cuales saldrá siempre con el colofón de que no le
sucederá jamás algo semejante, que ha aprendido la lección. Me río con el
jajajá o jejejé clásico de los cuentos infantiles o de los mensajes de whatsApp
que echan humo en días como estos. Porque, a fin de cuentas, hace años que
seguí esa misma senda, de arrepentirme a primeros de enero, proponiéndome a mí
mismo que nunca jamás recorrería el mismo camino y comprometiéndome a evitar
pasar por los mismos tragos por los que habían transcurrido aquellas jornadas,
para llegar al veintitantos de diciembre y continuar por los mismos derroteros
que me había reprochado. No sé, pero a día de hoy me figuro que las fiestas de
Navidad y esos días de vacaciones están puestos en el calendario para que las
personas, aun siendo plenamente conscientes de ello, tropecemos un año tras
otro con el mismo escollo y reconozcamos al final que no somos más que seres
humanos inicuos que disfrutamos martirizándonos con pensamientos maquiavélicos
con tal de pedir a nuestro cuerpo que nos perdone por los desórdenes causados
en nosotros mismos y, en ocasiones, como consecuencia de ello, en los demás, a riesgo de que descubra que no estamos más que contándole la misma trola de todos los eneros y nos deje con el culo al aire.
Mientras,
como estamos en ello, a continuar disfrutando con la sonrisa siempre dispuesta.
Ya llegará enero para arrepentirnos.
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