Me
voy a permitir hoy, y no pido perdón por ello, reflejar en unas líneas dos
obstáculos que impiden una correcta circulación de peatones por algunos lugares
de Grau. Y no son precisamente de ayer, sino que ya llovió desde entonces, sin
que nadie haya tomado cartas en el asunto ni se haya preocupado de resolverlos
hasta la fecha. Y eso que uno, ya sea por la edad, comienza a tener si
no más paciencia con las cosas sí a
verlas desde cierta distancia y darle tiempo al tiempo; no obstante, hay situaciones
que acaban jorobando al más pintao, más
que nada porque cree que la desidia o la ignorancia no son compatibles con el
buen gobierno.
Desde
hace ya varios meses, habitualmente llevo a mi nieta bien temprano, sobre las
ocho, en el carricoche desde su casa hasta la Escuela Infantil de 0 a 3 años.
Suelo hacer siempre el mismo recorrido: salgo por la Travesía de La Panerina,
cruzo la Plaza del mismo nombre, subo por Eduardo Sierra hasta La Plaza de La
Ferrería y continúo por el Bolao arriba hasta la rotonda de La Cruz; aquí giro
a la izquierda y, por la acera izquierda también, prosigo por la calle Fernando
Villabella hasta el puente sobre el río Martín; reanudo el trayecto hacia El Casal
por la misma acera, paso por delante del IES César Rodríguez y, por fin,
me adentro, justo enfrente del cuartel de la Guardia Civil, en el patio de la Escuela,
en la cual dejaré a Celia durante unas horas perfectamente atendida por unas
personas maravillosas que se desviven por estos pequeños, los cuales se lo
pagarán, supongo, con sonrisas, besos, caricias, abrazos y la consecución y el aprendizaje lentos pero
seguros de los objetivos y contenidos que se han marcado para ellos. Pues bien,
aunque no me haya esforzado mucho en situar la ruta dentro del contexto moscón,
estoy seguro que cualquiera que conozca este pueblo no tendrá problema para
seguirla.
Únicamente
voy a comentar dos lugares peatonales por los que transcurre el itinerario
diario.
Uno
es en La Ferrería, cerca de una cafetería, donde hay una casa con aleros en
medio de dos calles, en cuya acera habían anclado una mole pétrea de varias
decenas de quilos tal vez para evitar que determinados vehículos pudiesen
ocasionar daños en el edificio. Pues bien, por la razón que fuese, ese pedrusco
granítico fue desplazado hace meses de su sitio y ahora no permite el paso por
la acera, con lo cual hay que bajarse a la calzada para poder transitar, con el
correspondiente peligro ante la circulación regular de coches por esa calle en ambos
sentidos. ¿Acaso es tan problemático que la acera quede libre de obstáculos?
El
otro es la acera izquierda que va desde el cruce del Bolao con Fernando Villabella
hasta el puente sobre el río Martín. ¿Qué serán, cien o ciento cincuenta
metros? Es igual. No deben de quedar muchas baldosas bien, de vergüenza. Día
que llueve, mojadura que te crio; te salpica el agua, se te cuela por encima de
los zapatos y te pone perdida la ropa hasta la altura de las rodillas.
Transitar por ella es una aventura incomprensible en una villa como esta.
Porque pase que un par de esas baldosas estén sueltas, pero cuando se halla en
las condiciones en que se encuentra demuestra, o así parece, que a quienes son
responsables de su arreglo no les gusta mucho patear las calles. ¿Es tan caro arreglar una acera, viendo cómo está?
Veamos
cuánto tardan en resolver cosas que considero tan sencillas como estas. Hay
más, igual de fáciles de solucionar, creo yo, pero las dejaré para otro día.
Mientras,
sean felices y sonrían que está al caer la Navidad.
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