Y
los socialistas españoles, los militantes, y en contra de lo que les apetecería a las autoelegidas vacas sagradas de la
gestora, mandaron a la porra a los grandes dinosaurios del partido, aquellos
que, a punto de extinguirse definitivamente, aún contemplaban la idea de poner
en su lugar a alguno de sus herederos. En este caso, heredera, Susana, que
presumía de no haber perdido nunca unas elecciones; ahora se habrá tenido que
coser la boca con bramante y se habrá ido cariacontecida para su Andalucía del
alma, el único lugar donde triunfó entre sus partidarios, a rumiar unos
resultados que ni siquiera en sus peores sueños podía imaginar Porque en el
resto de España Sánchez barrió de un plumazo y le dio la vuelta al golpe de mano que Javier
Fernández y sus amiguetes cometieron hace nueve meses. A ver, que Pedro Sánchez
y la militancia socialista los dejó con el culo al aire.
Las
voces que comunicaban, pontificaban y defendían la abstención desde Ferraz
destilaban dosis de veneno contra Sánchez, aunque solo fuese de forma
subliminal, y arrojaban millones de flores al paso de la gran faraona andaluza.
Era el futuro que ellos deseaban, la continuación de una saga anclada en los
años del periodo cuaternario de la democracia; eran los sueños de unos
enchufados que deseaban con toda su alma continuar en la brecha, con la boca
abierta para seguir comiendo la sopa boba. Ansiaban, y lo siguen haciendo, la
inmovilidad de la sociedad, siguen pegados al pasado de los antediluvianos, al
del PP y PSOE como gobernantes únicos en España, juntos o por separado, según
les convenga, pero solos, ellos, los líderes, tejiendo y destejiendo alrededor
del poder. Los militantes solo son votos y nada más. No pintan nada. Al PSOE le salió torda.
A
uno de estos nuevos jefecillos, a Hernando, no le debió dar tiempo ni a digerir
el triunfo de su ex jefe. Dimitió de su cargo en el Congreso ipso facto. Debió
hacerlo, por coherencia, cuando echaron a Pedro Sánchez de la secretaría
general, pero Antoñito Hernando, aquel encarnizado luchador por el no es no,
prefirió subirse al carro entonces supuestamente ganador, no sabiendo apreciar
que una cosa es dar trigo y otra predicar, o al revés. Y él ansiaba la cosecha
de trigo; la predicación la dejó para quien consideró que llevaba las de ganar,
aunque fuese cambiándose de chaqueta. Ahora, se dio tal hostiazo que tampoco
quedaría mal si entregase su acta de diputado. Aunque no debería ser la única
dimisión.
Los
demás que aplaudieron el derrocamiento de Sánchez, cantaban por soleares y
bailaban sevillanas con Susana en los medios de comunicación y por los diferentes
lugares de España durante las primarias, si tuviesen un gramo de vergüenza y de
respeto hacia sus propios ideales, pondrían sus cargos a disposición del nuevo
secretario general, lo mismo barones y baronesas que enchufados gestores,
empezando por su presidente.
Lo
que pasa es que a muchos de ellos les va la moda del cambio de chaqueta y ya
están hablando de unidad, es decir, que ellos quieren seguir montados en el
carro. Eso sí, ahiora lo hacen con la boca grande para que no les den la patada que se merecen.
Con la boca pequeña lo decían antes de las elecciones, a sabiendas de que Susana
y sus amiguetes, en caso de victoria, iban a purgar el partido hasta decir basta.
Esto
de la política es muy entretenido. Da gusto oírlos hoy y hace un año o tres. Y dará
gusto volver a oírlos dentro de uno, dos o tres años. No hay ni un político, o
al menos no conozco a ninguno, que haya mantenido a lo largo de los años su
forma de pensar intacta y haya trabajado en base a lo que proponen y prometen
al electorado en tiempo de elecciones.
Como
será que, una vez vistos los resultados, todos se olvidan del programa, de
aquello que decían era fundamental.
O
eso parece.
Por
ello, tal vez, es por lo que me cuesta tanto creer ni siquiera una milmillonésima
parte de lo que dicen cada vez que abren la boca.
Sigan
felices, disfrutando del buen tiempo y con la sonrisa a flor de piel.
A ver si ahora empiezan a desfilar de una vez Javierin el triste, Trevin, Tini Atreves el diplodocus y otros muchos. ¡Que se jubilen, que lo tienen bien merecido.
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