domingo, 24 de marzo de 2019

GRADOS DE PARENTESCO


Hace unos días, hablando con ella, con mi nieta, de las relaciones familiares, estuvimos aclarando los conceptos de hijo e hija confrontados a los de hijo político e hija política.
-O sea, Tito, que mami es tu hija, pero papi es tu hijo político.
-Exacto. Muy bien, lo has cogido enseguida, cielo.
-Y papi es hijo de los abuelitos del Freisnu y mami es su hija política.
-Eso es!- exclamé yo todo ufano.
-Yaaaa. Bueno. – asintió como si la comprensión de esos conceptos fuese lo más fácil del mundo.
Y ahí acabó la cosa. Siguió mirando el álbum de cromos de una muñeca que le encantaba y revisando los que tenía repes para llevar alguno al cole al día siguiente y regalárselos a sus amiguitas.
Mientras, yo me repantigué en el sofá junto a mi cama, donde ella desplegaba los cromos, y seguí con mi lectura, una novela sobre un soldado perdido en una isla caribeña en los primeros tiempos de la conquista de América. No había leído ni media docena de páginas, cuando me fijé en que la cría se levantaba con un puñado de aquellas estampas y salía de la habitación. La seguí con el fin de saber qué se le había ocurrido.
-Las voy a guardar en la mochila, Tito. Son las que voy a regalar a mis amigas.- Y corrió a la habitación contigua donde, sobre una silla acolchada, depositaba nada más entrar en casa su mochila y su chaquetón.
Oí el deslizamiento de la cremallera de su mochila correrse y luego cerrarse. Después no tardó un segundo en volver a mi habitación y lanzarse sobre la cama nuevamente.
-Ya están, Tito; ahora, ponme nenucos.- Ya se había sentado, apoyada la espalda en un cojín que a su vez descansaba sobre la almohada, y estaba estirando una manta para taparse de medio cuerpo hacia abajo.
-Ah, no. Primero, recoge el álbum y esos cromos que dejaste sobre el edredón.
-Luego, Tito.
-No, Así no hay dibujos en el tele.
A trancas y barrancas, algo enfurruñada, fue apilando los cromos sueltos hasta que formó un montoncito que posó sobre la mesita; a continuación, agarró el álbum, lo acomodó a su derecha y me miró.
-Ya está, Tito- me dijo fijándose en la situación de ambas cosas, mientras, de reojo, comprobaba que mi gesto denotara que todo estaba correcto.
-Vale. Ahora sí que te pongo los dibujos en la tele. ¿O prefieres una peli?
-No, no, de nenucos.
-Bueno, pues de nenucos.- había encendido el televisor y en el canal de YouTube busqué los dichosos nenucos.- Pero sólo un poco, eh. Te voy a preparar la merienda y, en cuanto acabes, nos vamos.
-Que sí, Tito, pero ponlos, anda.
Aguanté otros diez minutos leyendo antes de dirigirme a la cocina a por su merienda: hoy tocaba sándwich de Nocilla y zumo de naranja. Lo dispuse en una bandeja con un par de servilletas y se lo llevé. La tengo mal acostumbrada. Allí mismo, sobre la cama, cruzó las piernas y sobre ellas le instalé la bandeja. ¡Gracias que no me ve mi hija, porque si no…!
Al cabo de un cuarto de hora, no quedaba ni una miga de pan ni una gota de zumo. La vestí y después salimos a la calle. Había quedado con mi mujer, quien sería la que la conduciría a su casa ya que los padres debían de estar al llegar.
Cuando se presentaron ante la puerta, oyeron dentro un ruido: la rumba, esa aspiradora automática que se cuela por todos los rincones, estaba funcionando. Por lo visto, el padre estaba en casa, aunque no hacía mucho tiempo de ello puesto que su anorak descansaba aún sobre el respaldo de una silla de la cocina y su cartera, donde guarda el ordenador portátil y la documentación pertinente a su trabajo, reposaba sobre el mueble que cubría el radiador a la derecha de la puerta del salón.
Enseguida, la niña lanzó su mochila a la esquina donde la depositaba a diario, se quitó el abrigo, que fue a dar al sofá, y los playeros aterrizaron de cualquier manera sobre la alfombrilla que se hallaba dispuesta en una esquina, a la vera de sus zapatillas, que no se calzó porque casi siempre anda sin ellas por casa, sólo con los calcetines. Se dirigió corriendo hacia él a abrazarlo y darle un beso.
-¿Jugamos, papá?- preguntó sin casi no darle tiempo ni a llevar las cosas a su despacho.
-Espera, Celia. Voy a dejar esto y vengo. Pero, antes, ese abrigo tuyo a su sitio y los playeros bien colocados.
-No te preocupes, estoy yo un rato más con ella. Tú haz lo que tengas que preparar para mañana.- se ofreció la abuela, que ya se estaba quitando el abrigo y los zapatos.
Una vez que la niña hizo lo que había mandado su padre, allí estuvieron las dos enredando con las muñecas un pedazo hasta que él terminó sus quehaceres, los cuales realizaba a diario telemáticamente enviando sus datos a la empresa, y dejó todo listo para el día siguiente.
-Bueno, yo me voy, que tengo que ir a ver a Luis, quedé con él…- la abuela miró el reloj- …dentro de un cuarto de hora. No sé si llegaré. Tengo que llamarlo para que me espere; si ve que no llego a la hora, igual cree que me fui andando para casa.- La abuela ya se había calzado y puesto su abrigo-¡Hala, Celia, anda, dame un beso, cielo!- y se agachó para esperar el choque inevitable de la niña que se había levantado del suelo como un volador y corría hacia sus brazos.
-¿Por qué no te quedes otro poco, mamá Nini?- como llamaba ella a su abuela.- Para acabar de dar la cena a Calisina- su muñeca preferida a la que quería embutir el biberón aunque apenas disponía de abertura suficiente en la boca para ello.
No, mi vida, que tengo prisa- Y la cubrió de besos por la cara y la frente- Ahora vas a jugar con papi.
-Bueno, pero tú también puedes jugar con nosotros. Es tu hijo “automático”.
-¿Quééé?-se quedó patidifuso Jose. Debieron de poner tal cara de estupefacción tanto la abuela como el padre, que la  niña se quedó observando a ambos alternativamente ante aquel gesto tan incomprensible en aquel momento, como si les hubiese dicho que la Luna era un queso que se comían los ratones del cielo poco a poco hasta que lo acababan y entonces tenían que ir al mercado a comprar otro entero, como sucedía en el cuento que un día le había relatado su abuelo.
-Papi, que es tu hijo “automático”, que me lo dijo Tito Luis en la merienda.- le explicó ella muy seria a su abuela.- Como mami, que es la hija “automática” de los abuelitos del Freisnu.
No fueron capaces ninguno de los dos adultos de evitar la aparición de una sonrisa seguida de una carcajada del padre.
-¡Hijo político, mi cielo, po-lí-ti-co!- acertó a decir la abuela entre sonrisas.
-Bueno, eso, político, qué más da.- concedió a medias la cría, aunque sin olvidar el origen de la explicación. ¿Por qué no te quedas Mamá Nini?
Ya lo sabes, vidina, no puedo, voy a buscar a Tito Luis. ¡Hala, dame un besín, anda!
La niña se le acercó un tanto ofuscada, aunque cuando le pegó su carita a la mejilla le dio un sonoro beso y después corrió hacía su padre.
-¡Venga, papi, vamos a jugar!
La abuela abrió la puerta y, antes de cerrarla a su espalda, se despidió de ellos con una sonrisa aún en su rostro.
-Hasta mañana, Celia. Y que lo pases bien, hijo “automático”, hasta mañana.

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