-¡Si
no somos nada!
No.
Somos
menos
que
una arena en la playa.
-Ilusión
vana,
eso
es lo que somos,
seres
errantes
en
busca de alma.
-Fantasmas,
eso, fantasmas.
Sí,
ansiando
compañía
junto
a la mar salada.
-O
en la montaña,
sintiendo
al viento
que
nos cuenta
que
no somos nada.
-¡Ay,
mente atormentada,
que
no hallas paz
ni
en la mar plácida
ni
en la montaña más alta!
-Quizá
en nuestras entrañas,
al
lado del corazón,
donde
aún no indagamos,
se
halle el sosiego que nos falta.
-Quizá,
tal vez, obcecadas,
hayamos
perseguido oropeles,
brillos
de baratijas, apariencia,
relumbrón
y mascaradas.
-¿Y
si la respuesta a esta demanda,
no
está hoy en nuestras manos
sino
en perseverar con paciencia
a
la espera de un nuevo mañana?
-Pues
esperemos, hermana,
al
amparo de mi querida mar
o
al abrigo del viento recio
que
sopla en tu montaña.
-Sí,
aguantemos, hermana,
como
una dorada arena diminuta
o
el susurro sibilante del nordés,
hasta
oír esa voz que nos reclama.
-Y
cuando sintamos su llamada,
no
perdamos tiempo y corramos
raudas,
veloces, sin miedo,
como
gacela libre en la sabana…
-…,
que las mentes, siempre ancladas
en
mil razonamientos obtusos,
son
incapaces de comprender
el
funcionamiento del alma.
-
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