viernes, 12 de junio de 2020

ALTERAR LA HISTORIA

Y vino Floyd y armó la marimorena. Los polis lo asfixiaron mediante una técnica por la cual, con la rodilla sobre el cuello, tardaron más de ocho minutos en que el pobre dejase de respirar. En otras ocasiones la policía es más expeditiva, se hace un disparo o dos o más y se acabó el prófugo, lo fuese o no, que eso a los hombres de azul no les importaba.

Consecuencia: En EEUU la gente se lanzó a las calles de todas las ciudades, Y en el resto del mundo, aprovechando que el Ebro nace en Fontibre y pasa por Zaragoza, pues a la calle también.

De repente, algunos listillos de esos que hay en todos los sitios se dieron cuenta que en algunas ciudades había estatuas que no les gustaban. Pues a derribarlas, machacarlas o tirarlas al primer río que encontraron. Otros, que era una oportunidad única para desvalijar todo tipo de negocios y, ¡al ataque! Y que había películas que eran racistas. Y que había escritores que también lo eran. Nada, nada, a la hoguera con todo. La Santa Inquisición se adueña de las calles del mundo occidental juzgando con ojos de hoy la Historia, de ayer, de anteayer y de hace miles de años. No tardarán en exigir que se abatan las pirámides de Egipto o de Centroamérica, la Acrópolis griega, el Coliseo y los acueductos romanos, la Gran Muralla china (bueno, aquí no, que no se mueve ni Dios sin permiso de los gerifaltes), el Kremlin (vale, aquí tampoco, que pasa algo así como en China), la Mezquita de Djingareybe, el Taj Mahal, La Alhambra de Granada, etc., etc. A fin de cuentas, hay miles y miles de restos históricos con un valor colosal para toda la Humanidad que fueron construidos por esclavos, de todos los colores, sometidos por los tiranos y oligarcas de cada época. Aunque, hablando de personas, la Historia no es la que es si no fuese por muchas de esas que hoy derriban. Que conste que no defiendo ni racismo ni esclavitud ni nada que se les asocie en esos términos, pero el pasado no se puede cambiar por más imágenes, bloques de piedra o de metal que se denuesten y se destruyan. Se hace un flaco favor a nuestra cultura.

Y todos los medios de comunicación de Occidente, ante esta respuesta de la sociedad civil al asesinato de Floyd, aplaude hasta con las orejas.

En EEUU casi igual, allí donde muchos demócratas y menos republicanos hipócritamente lloran por ese asesinato, cuando en realidad ninguno hizo nada por cambiar esos métodos policiales abusivos y crueles, ni por alcanzar una justicia social que no hiciese distingos entre sus habitantes.   

Resulta que el tal Floyd ahora se ha convertido en un icono mundial. Nadie recuerda a Mandela, Martin Luther King, Thurgood Marshall, Rosa Parks, etc. ¿Pero quiénes son estos, qué hicieron?- se preguntarán muchos de los que desfilan hoy por las calles.

Sólo a George Floyd, como si se tratase de un intelectual o político defensor de los derechos humanos, concretamente de los de la gente de color estadounidense. Incluso la Universidad Central del Norte en Minneapolis anunció una beca conmemorativa con su nombre. ¡Quién se lo iba a decir a él en vida!

Tal vez en ese gran país que presume de libertades podrían hacer lo mismo condenando a todos los Presidentes y Gobernadores de Estados que durante el siglo XIX casi acabaron con la población india nativa que ocupaba y era dueña de la mayor parte del occidente de ese país. A lo mejor podrían derribar alguna imagen de los presidentes Jefferson o de Andrew Jakson, o militares como Nathaniel Lyon, William W. Harney, Patrick Connor y demás, si es que las hay. Lo mismo, destruir las grandes plantaciones sureñas, símbolo de su esclavitud en EEUU, así como demonizar a todos los herederos hoy de aquellos grandes señores esclavistas; es más, echar abajo sus empresas, que tuvieron seguramente su origen en la sangre derramada por muchos de los antepasados traídos por barcos negreros para someterse a una cautividad horrenda, atroz, sin paliativos.

Y otro tanto de lo mismo con figuras destacadas del pasado de España, de Francia, de Gran Bretaña, de Holanda, de Alemania, de Bélgica, de…. Pero… ¡ay, de nuestra Historia! Para bien y para mal. Y es que un pueblo sin Historia no existe.


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