martes, 16 de junio de 2020

ANTOJO MATINAL

Hoy, a las siete de la mañana, cuando me asomé a la ventana de la cocina con un café solo corto de esos de cafetera Nespresso, sin azúcar como acostumbro a tomarlo en mi hogar, la brisa que se mezclaba con la llovizna primaveral me trajo el olor de uno de los dos obradores cercanos a mi casa. En ese momento, no sé por qué, me apeteció comerme un pastelillo, tal era el aroma que me había entrado por las fosas nasales haciendo que mi pituitaria recordase tal vez momentos en que sí lo había hecho, o al menos lo había intentado.

Allí, acodado con mi vasito de aquel líquido oscuro tan estimulante, ese olor de la panadería o de la confitería, no sabía de cuál de las dos procedía, me retrotrajo de repente a unas vacaciones por Galicia, en un hotel por las Rías Baixas. Nos encanta este tipo de hoteles que disponen de buffet libre por la mañana donde elegir lo que a uno le apetece, que no todos los días es lo mismo. La verdad es que yo no soy de café matinal cuando estoy fuera de casa, me apetece mucho más esa especie de zumo de naranja fresco que suele ubicarse al lado de la cafetera para los clientes; en realidad, desconozco qué le echan a esa mezcla, porque no me imagino que hayan estado en cocina exprimiendo naranjas hasta casi acabar con la producción nacional a la vista de la cantidad que se bebe; además, solo por el sabor, uno ya se da cuenta de que hay poca fruta natural, pero yo me lo bebo con placer, quizá porque me gusta beber algo frío por las mañanas. Raro que es uno, qué le voy a hacer.

A lo que iba, los efluvios que se mezclaban en el aire hoy con las finas gotas de agua, me llevaron en concreto a aquel otro día de hace varios años cuando, a la hora de desayunar, una vez terminado con un plato de huevos fritos y beicon más medio bollo de pan, me levanté y, sin saber por qué o por qué no, me arrimé a la cafetera, ubiqué con cuidado una taza mediana sobre una pequeña plataforma de aluminio bajo un pitorro, calqué un botón que ponía- quiero recordar- white coffee ( sí, sí, en inglés, ni en gallego ni en castellano) y, tras llenarse el recipiente con aquel líquido crema que olía a algo que no me sonaba a café pero que tenía pinta de serlo, lo así con una mano, lo deposité sobre un platito y cogí una cucharilla y dos bolsitas de azúcar; no obstante, mientras me giraba para dirigirme a la mesa que ocupaba mi mujer, vi al lado, sobre una meseta de acero inoxidable, varias bandejas con todo tipo de pastelillos y bollería y no pude resistirme a echarle mano a uno de los donuts que acababa de colocar con esmero en una esquina una chica, que acababa de salir de la cocina, y que despedía un aroma fenomenal. Al llegar a la mesa con mi café y mi dónut, mi esposa quedó pasmada: nunca me había visto en una actitud semejante en toda su vida. Allí estaba yo, medio disculpándome, enriqueciendo la mezcla explosiva de agua, leche y sucedáneo de café con las dos bolsitas de azúcar, revolviendo un poco con la cucharilla en la mano derecha, mientras sujetaba en la izquierda el bollito dispuesto a metérmelo en la boca: ‘’Es que tenía tan buena pinta, cielo, que no me pude aguantar”. ‘’Pero si tú nunca bebes café con leche ni comes nada de bollería, ni en casa ni en ningún sitio. ¿Entonces hoy qué…?’’ ‘’Nada, mujer, que los vi allí recién sacados y…’’. En ese momento, acerqué el brazo con el dónut a la boca, puesto que había quedado a medio camino con la interrupción, y le di un bocado como Dios manda. ‘’Ah’’- no pude menos que exclamar. Pero no por el deleite que me pudiese haber producido, sino porque aquellos mordiscos que le iba dando en la boca al trozo arrancado de una dentellada más parecía una pasta gomosa intragable que otra cosa. Hice de tripas corazón y lo pasé como buenamente pude, más por educación que por ganas, ya que no era cuestión de hacer un bolo con él, levantarme a por una servilleta de papel, esconderlo en su interior disimulando como que me limpiaba los labios y olvidarlo en una esquina del platito. Inmediatamente, apuré un buen trago de café con leche para quitar aquel desagradable gusto en el paladarl. Un nuevo ‘’Ah’’ me surgió del fondo de la garganta. Uf, frío y con sabor a… ¿a qué? Yo qué sé. Lo único, que dulce sí estaba debido al azúcar. Pero por lo demás… O sea, que, entre sonrisas de mi mujer, me levanté, me acerqué a una de las jarras de zumo, llené mi vaso y, otra vez sentado, me lo bebí de dos tragos. A pesar de todo, no pude dejar de pensar que como un buen gin-tonic no hay nada. Aunque, claro, a las ocho y media de la mañana, como que no.

 Y hasta hoy, aquí, a las siete y veinte de la mañana, a la ventana olfateando el olorcillo de uno de los obradores. Pero resistí con estoicidad y gallardía a sabiendas de que mi esfuerzo sería recompensado sin tardar. Así que entonces me apresuré en acabar el cafetito, cerré la ventana para evitar la tentación procedente del extremo del patio, abrí la nevera casi como un loco y me zampé dos ciruelas americanas verdes en un santiamén. ‘’ ¡Ah, qué placer!’’.


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