Ala, amigos, ánimo, que ya pasó el día 23
de julio. Elecciones al carallo, diría Feijóo. Da la impresión que, como
siempre que existe algún tipo de comicios, ganan todos. Y no va a ser menos hoy, el
día después. No obstante, algunas caras desmienten a las palabras que salen de
su boca. Ni la derecha suma una mayoría absoluta para gobernar, ni la izquierda
se acerca a los números sin meterse en problemas. Eso que, como no se cansan de
contarnos, la política es la política y las amistades se ganan y se pierden a
momentos y en función los intereses que primen: todo depende del qué hay de lo mío. Porque en España no piensan, no seáis crédulos.
Llevamos más de cuarenta años desde las
primeras elecciones y siempre, al principio del mandato, los acuerdos funcionan
cuando se obtiene algo a cambio para quienes menos votos tienen, ya sean
partidos nacionalistas vascos o catalanes. Eso sí, siempre a final del mandato
se encorajinan porque no obtuvieron suficiente y amenazan con quitar el favor
al partido con más diputados a quien apoyaron hasta que le sacaron hasta los
hígados. Y da igual que el grupo con mayor base de votantes sea más próximo a la
derecha que los que se sienten más atraídos por la izquierda. Todos tragan con
los grupúsculos cuyo sostén buscan sin remilgos ni vergüenza, y que son
resultado de una ley d’ Honk que defenestra el concepto auténtico de “democracia”.
Pero todos nuestros mandamases encontrarán explicación que dar a los
ciudadanos. Recuerdo a Suárez pudiendo prometer lo que sabía que era imposible,
a Aznar que hablaba catalán en la intimidad, a Zapatero negando la mayor en
la crisis, a Rajoy con el hilo de plastilina o esperando que las cosas se revolviesen solas, a Felipe en tiempos del
terrorismo de Estado y a nuestro, por ahora, presidente ya en funciones,
haciendo declaraciones sobre con quién iba a pactar hace cuatro años y con quién no.
Y ya se lo conté el otro día: ninguno
mintió. Solo han cambiado de parecer o han incumplido promesas o los han
engañado a ellos o lo que sea con tal de poder mirarse en un escaparate y distraerse
con lo ofertado en él. En un espejo nunca lo harán porque lo romperían si se
miran y ven su propio yo reflejando la falsedad, la doblez y el fariseísmo que
esconden.
Ya saben. Hay muchos en política que siguen
a pies juntillas lo que decía Groucho Marx: Estos son mis principios y, si no
le gustan, tengo otros.
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