jueves, 30 de julio de 2009

Como una hormiga


No puedo privarme de dejar por escrito la impresión que me causó una isla que visité por primera vez la semana pasada: Lanzarote.
Cuando subí al avión, lo único que conocía de ella era su origen volcánico. Pero no estaba preparado para enfrentarme a la majestuosidad de sus pequeñas montañas, acostumbrado como estoy al paisaje asturiano, y aún más cuando lo primero que nos cuenta la guía que nos trasladó desde el aeropuerto al hotel es que de montañas, nada, que todo cuanto veíamos erigirse y mirar hacia el cielo azul de la isla eran todo volcanes.
La primera idea que me vino a la mente fue la de cierto temor atávico, producido únicamente por la visión que para mí tenía este hecho a través de documentales, reportajes televisivos o simplemente lecturas más o menos propensas a engrandecer estos fenómenos: ¿Sería posible una erupción durante mi corta estancia veraniega en busca de cuatro días de tranquilidad y de olvido de mis tareas diarias? No obstante, enseguida mi cerebro, mi parte más racional, me mandó la orden de no preocuparme ante un previsible acontecimiento futuro e imposible a día de hoy, contra lo que nada ni nadie puede hacer nada.
La percepción de un hecho tan tangible como que un pueblo fue, es y va a ser capaz de vivir sí con respeto, pero sin miedo a las consecuencias que el poder de la Tierra, inequívoco, pueda originar me produjo la sensación de estar viviendo en una isla de héroes enfrentándose todas las mañanas de su vida a la tremenda epopeya de luchar contra algo tan superior a ellos como es el poder incontrolado de su propia tierra.
Y día tras día, ese pueblo sale victorioso.
Y entonces tuve la impresión de ser una hormiga al lado de un conejero*.
Hasta el próximo día y que ustedes sigan disfrutando de este ¿verano?


* Es el gentilicio con el que se conoce a los habitantes de la isla de Lanzarote

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