lunes, 19 de octubre de 2015

BREVE APUNTE AUTOBIOGRÁFICO

El pasado día 1 de este mes, como consecuencia de haber sido galardonado con el Moscón de Oro Local, fui invitado por la Asociación Amigos de Grado a dar una pequeña charla en la Casa de la Cultura de Grau (Casa Miranda). Algunas personas que me crucé por la calle me pidieron si era posible que la colgase en el blog. ya que no habían podido asistir en su momento. La verdad es que no me atrevía en un primer momento considerando que era una osadía por mi parte hacerlo sabiendo del poco interés que podría suscitar entre mis lectores; no obstante, hoy, ante un último ruego de un amigo, decidí dar el paso y por eso la publico a continuación. Perdón por ello. 

 

BREVE APUNTE AUTOBIOGRÁFICO

(Charla del día 1 de octubre de 2015 durante la Semana Cultural de Los Amigos de Grado)

Buenas tarde, señoras y señores. Espero que disculpen mi nerviosismo y no salgan de esta charla muy aburridos, porque hablar de uno, de sí mismo en primera persona, ya es suficiente para que los demás piensen que es un verdadero rollo. Y no lo niego, posiblemente tengan razón y por ello les pido humildemente perdón por adelantado.


Quiero comentarles, y que vaya por delante, que no me creo capaz de dar una conferencia sobre algo y por eso no lo hago. Soy un firme y convencido seguidor desde siempre de la filosofía socrática y solo sé que no sé nada. Cuando uno sabe que va a hacer las cosas a medias o mal, vale más no hacerlas, aunque solo sea por respeto a quienes esperan un resultado que no se va a ajustar a sus esperanzas. Así que he preferido ofrecerles hoy una charla, que espero que al final se transforme en coloquio si a ustedes les parece bien. Tal vez alguien pueda apreciar, según voy hablando, que no necesito abuela para describir mi breve apunte autobiográfico, no obstante voy a intentar ser lo más fidedigno posible y nada hay en ello que me proporcione más placer que haber sido capaz de recordar cosas que creí que ya estaban olvidadas del todo en algún cajón recóndito de mi memoria. Quiero agradecer a Amigos de Grado, a quienes me han propuesto para Moscón y al jurado este galardón que me parece francamente algo exagerado, y no es pecar de falsa modestia, Dios me libre, pero es que no me considero merecedor de él habiendo como hay tantas personas que podrían fácilmente ser reconocidas por su trabajo hacia nuestra villa; no obstante, en este momento de mi vida, me han dado esta oportunidad, la de   conseguir que durante este último mes y medio mi mente se hubiese vuelto a abrir y que ese cajón de recuerdos olvidados hubiese vuelto a descubrirme hechos que de otra manera seguramente no hubiese vuelto a pensar nunca más en ellos. Y fue verdaderamente gratificante.

Veamos:

Cuando a finales de mayo me comunicaron que había sido elegido por el jurado como Moscón de Oro 2015 no supe casi ni qué responder. Fue poco a poco cuando me encontré primero asimilando este premio, más que nada porque la gente en la calle me felicitaba y yo siempre quise creer que eran sinceros en su apreciación, y después también día a día acostumbrándome al hecho de que allá por octubre (¡pasa el tiempo volando, verdad!) tendría que asistir a un acto en el que me tendría que dirigir al público, aunque solo fuese durante un par de minutos para agradecer el galardón que se me imponía o contar lo que fuese que me saliese de la cabeza en ese momento. Como debería de hacerme una presentación alguien que me conociese lo suficiente, busqué a la persona que consideré adecuada y le empaqueté el asunto a sabiendas de que nunca me diría que no, para eso lo había nombrado hacía ya tiempo mi hermano mayor y no podría escaquearse: es Alfonso Joglar, al que nunca voy a agradecerle bastante a él y a los suyos su generosidad para conmigo y mi familia en todas las facetas de la vida y haberme honrado además con su amistad y confianza.

Luego me puse a escribir cuatro palabras para leerlas en el acto del día 3 y punto final. Todo hecho y todo listo para que dentro de pocos meses –entendía yo-, con los deberes hechos, a falta de algún que otro retoque, todo marchase sobre ruedas y solo faltase la llegada de este mes, octubre, que ya está aquí. No era para tanto, pensé en determinados momentos, sobre todo cuando me acordaba de los nervios que me fustigaron desde que Manolo Tarralva me transmitió la noticia de que yo era el Moscón de Oro Local 2015.

Pero, ay, amigos, que no se terminaba todo ahí. Cuando a mediados de agosto me pilla Plácido por la calle, a la altura de la Plaza de la Iglesia, y me comenta que tengo que dar una charla o conferencia o lo que sea durante la Semana Cultural de los Amigos de Grado, me quedé de piedra.

<< ¿De qué querrán estos que hable? Si no estoy preparado para charlas ni conferencias, si mi facilidad de palabra pasa por leer lo que escribo y eso si no me pierdo a la quinta frase>> Así que, después de cambiar el día previsto, el 29 septiembre, fiesta del bollo de El Freisnu y que no me pierdo con mi familia desde hace años, por hoy día 1 de octubre, me puse a pensar qué les podría contar a los asistentes a este acto, es decir, a todos ustedes. Pensé en charlar sobre la Llingua Asturiana o sobre la AVA, temas que conozco someramente y de los que podría comentar algo, pero mi corazón no me permitía que hablase de asuntos que todos ustedes seguramente habrán oído, comentado, criticado o elogiado más de una vez. Me imaginé que serían cuatro amigos y que con cuatro cosas acabaría en un pispás. El caso era dar con esas cuatro cosas porque mi cabeza, desde la jubilación hace poco más de cinco meses, no me dejaba pensar en nada más que no fuese leer libros que me distrajeran y no me comiesen el coco, pasear leyendo por las afueras del pueblo, escribir de vez en cuando un artículo, un relato corto o una poesía para el blog, ir de pesca con Manolo o Jaime un día a la semana si se me arreglaba, echar una partida de cartas o de dominó si cuadra y, sobre todo, cuidar a mi nieta, de forma egoísta porque estar con ella me ha transformado, tanto externa como internamente, y es que, como decimos en Asturies, remociquéi, mious nenos. Pasión de abuelo, qué os voy a contar a quienes ya lo seáis: es la más guapa, la más buena, la más risueña, la más tranquila, la más cariñosa, la mejor en todo, como decía Manolito Gafotas, del mundo mundial. ¡Cómo no voy a remocicar! Y si aún me restaba algo de tiempo, lo aprovechaba para hacer algo que me encanta también: folgar todo lo que puedo, no dar golpe y perderme en elucubraciones raras que no me llevan a ningún sitio pero que me sirven de desahogo en estos tiempos que vivimos, o al menos que vivo yo, que para eso de dar vueltas y revueltas a cualquier asunto soy un caso perdido.

Con que resulta que se me echaba encima una preocupación que creía haber guardado y olvidado hacía muchos años en un baúl imaginario de recuerdos donde arrincono esas cavilaciones en las que me pierdo cuando estoy folgando sentado en el sofá en casa o paseando sin rumbo por la villa: por una vez resulta que tenía que intervenir, no para presentar algo o a alguien como hacía cuando me correspondía en la AVA, o mis rollos macabeos en los Cursos de Adultos d’ Asturianu, sino para contar de mi propia cosecha lo que me apeteciese, pero siempre teniendo en cuenta que yo habría de ser el centro de las miradas. Y me puse a escribir así, un poco al tuntún, intentando que los asistentes, ustedes, al menos no se aburrieran, al tiempo que conocieran algo más sobre mí, si es que algo de lo que les pueda contar no saben o incluso, me arriesgué, a que ni siquiera les interesase.

¡Hala, más días a no pegar ojo! ¡Voto a bríos, en qué lío estoy metido!, me acordaba de aquellos cómics o historias ilustradas (El Capitán Trueno, El Jabato, Roberto Álcazar y Pedrín, Hazañas bélicas, etc) que leía hace más de cincuenta años y que me dejaban Davicín el de David y Trina, que vivían antes de llegar a La Barraca, o Serafín el de Fructuoso y Margarita, vecinos nuestros en La Podada, porque en mi casa, para comprar un cuento, un tebeo como decíamos entonces, no llegaba más que para hacerlo de pascuas a ramos, cuando era un día especial, el santo o cumpleaños, el día de La Flor o Santiago y cosas así. ¡Ah, sí, y por Reyes! Es que por aquel entonces lo de Papá Noel, nada de nada, tú. Mira qué pena, igual me hubiese caído otro cuento más. ¡Aunque bueno estaba el tema económico por casa como para pensar en más gastos! ¡Cómo para pedirles a mis padres más cuentos, ellos que ya las pasaban moradas con las cuentas para sobrevivir además de hacer lo posible e imposible para dar una educación a sus dos hijos!

Pero volvamos al presente. Una vez Plácido me dio el sorpresón de agosto, me dirigí hacía La Plaza por delante de Cadavieco y me colé por el callejón de Casa Mario, luego por la calle Julio César Estrada y subí hacia casa por la Ferrería y el Bolao, mientras en mi interior las musas se negaban a aparecer. Recordé, de la que pasaba por allí, haber estado en alguna ocasión en Casa Mario, uno de los bares más tradicionales y visitados en aquel Grau de hace sesenta años; un chigre con todas las letras. Como El Pistolo, El Bar Azul, Casa Riesgo, El Maracaibo, El Moscón, Bar Madrid, etc, etc. Tantos y tantos lugares emblemáticos para generaciones de moscones y hoy desaparecidos. Sin olvidar otros sitios como la sidrería El Infierno, la sala de fiestas El Maijeco, los cines Parque y Rada, lugares que marcaron, como a cientos de moscones, mi adolescencia y mi juventud. Y me acordé entonces de que iba a alguno de esos chigres con mi padre, El Carterín lo llamaban en el pueblo, Manolín el Carterín, porque había otro Manolo también en Correos.  A pesar de que hace casi veinticinco años de su muerte, aún hoy hay cosas, hechos y lugares que me lo recuerdan, a Manolín, a mi padre. Nunca pude olvidar aquellos días en que me bajaba al cole, cuando llovía, a hombros, al carrapuchu como decimos por aquí o a recostinas, desde La Barraca d’ Abaixu primero y el Ríu Ferreiru después, lugares donde residimos antes de bajar a La Podada, enfrente del Cuartel de la Guardia Civil; primero lo hacía hasta el colegio de monjas que había por entonces en esta Casa Miranda y luego hasta  el Sagrado Corazón, cuando comencé mis estudios de Preparatoria. De las monjas apenas si tengo recuerdos, a excepción de que solía jugar en el suelo con cachivaches o pintaba sobre hojas de papel lo que me mandaban o lo que se me ocurría. Del segundo ya es otro cantar. Fueron, creo, cuatro años de Preparatoria en un aula del piso de abajo, según se entraba por la puerta principal la segunda a la izquierda, si la memoria no me falla. Daos cuenta que allí estábamos mezclados más de cincuenta niños entre los seis y los diez años al menos, de todos los colores, nada de alumnos de atención especial o súper listos ni nada de eso. Cada uno hijo de su padre y de su madre, todos juntos y tira p’alante. Nuestro maestro era de Don Manuel, Peldaño lo llamábamos por detrás porque por delante te podía caer de todo, desde una bofetada como mínimo, hasta un reglazo en las manos abiertas ex profeso (y Dios no quisiese que las apartases porque entonces te caían unos cuantos más de propina) o en la punta de los dedos o un tirón de orejas de no te menees, o un par de coscorrones o de rodillas media mañana. Y estas cosas no sucedían siempre porque fueses tú culpable de algo, sino que te podías ver envuelto en tales castigos simplemente por sospechoso, porque estabas cerca del meollo o porque el Cubia pasaba  por Grau. Y no solo era D. Manuel, eh, que en aquellos tiempos era lo común en la enseñanza y todos, o casi, actuaban igual. Es verdad que a mí me tocaron poco, más que nada porque tenía más miedo a que se lo dijesen a mis padres y el castigo fuese doble, además de que era un niño un tanto enclenque, tímido y enfermizo que no se metía en líos o al menos lo intentaba (dichoso asma y dichosas bronquitis, acudiendo a un médico llamado D. José Bueno Barbero, nuestro médico de cabecera, que vivía enfrente de la Farmacia de Oscar. Sí, porque entonces las farmacias eran las de La Plaza, la de El Parque, la de Oscar y la de Patallo, si mal no recuerdo. Había otros médicos, claro, como D. Carlos, al que conocí más que nada porque era compañero de mi padre en las partidas de dominó que jugaban a veces en el Exprés).

Pero sigo, de aquellos castigos del colegio recuerdo, eso sí, media mañana de rodillas porque, habiendo puesto como deberes unas cuentas de dividir en la pizarra, las acabé como un tiro, se me daban bien, y, al ir a enseñárselas a D. Manuel a su mesa, situada encima de una tarima desde la que oteaba y controlaba toda la clase, les dije el resultado del resto de las divisiones a algunos compañeros que se sentaban al lado del pasillo donde yo esperaba mientras terminaba otro niño que le estaba enseñando algún otro tipo de ejercicio al maestro. <<¿Cuánto te dan las cuentas o qué te dio el problema?>>- nos preguntábamos siempre que había cuentas sobre todo de multiplicar y dividir, más que nada para saber por dónde nos podíamos haber equivocado, y nos lo decíamos sin problema (sin que nos viese D. Manuel, claro). Pero el caso fue que sí me vio darles los resultados a algunos de mis compañeros. ¡Y mira que yo ponía cuidado porque sabía a lo que me exponía! Pues nada. “Usted, niño, de rodillas.” Entonces no se atendía a explicaciones. De rodillas y se acabó. Y allí, una vez dados dos o tres pasos hacia adelante, cerca de la pared, me pasé un par de horas intentando de vez en cuando achisbar un poco a ver qué hacían los demás. A la hora del recreo, ya os lo imagináis, sin recreo y a trabajar y a hacer los ejercicios que hasta ese momento me había perdido por dar el soplo de unos resultados que a fin de cuentas, porque eran de cuentas, no dejaban de ser un cuento. ¡Qué tiempo más precioso había perdido! Hoy, tal vez por la profesión que ejercí a lo largo de toda mi vida, soy incapaz de entenderlo. Perder dos horas de clase arrodillado por haber hecho unas cuentas bien y chivarles a un par de compañeros el resultado. ¡Si al menos se las hubiese hecho yo, vale, pero por eso…! La letra con sangre entra, decían y cumplían en aquellos tiempos, o al menos lo intentaban con todos los medios de que disponían a su alcance.

Ya me enrollé, iba por lo de mi padre. Sí. Cuando cumplí los diez años mis notas del cole, parece ser, fueron de las mejores e incluso me dieron un premio al mejor estudiante de aquel año: un reloj Edox donado por la joyería Tarralva. ¡Cómo olvidarlo! ¡Jolín, tampoco me enchipé yo con aquello! Y no por lo de buen estudiante, sino por el regalo. Por lo de estudiar no tanto ya que me habían dejado claro siempre mis padres que era casi como una obligación y además no se cansaban nunca de advertirnos a mi hermano y a mí que había que hacerlo si queríamos ser alguien el día de mañana. Y es que esta frase de estudiar para el día de mañana es como un mantra para todos los padres con hijos y, creo que no me equivoco, que aún hoy sigue más que vigente, aunque también en la actualidad podrían decirles que estudiasen para ocupar un buen cargo político con el que arreglar en poco tiempo toda su vida, y hasta podrían ponerles ejemplos abondos sacados de cualquier medio de comunicación. Ya sabemos que la sociedad cambia y los objetivos en la vida de algunos también.

A lo que iba: años después, aquel reloj lo usó mi padre hasta su fallecimiento. Ahora está guardado en mi casa. Pero el caso es que siempre llevo en la memoria el día, al cabo de una semana o así del premio, en que bajaba a su lado camino de Correos y al llegar a la altura de la sastrería de Oscar, en Cimavilla, se paró con un paisano que yo no conocía a charlar. En un momento de la conversación, le preguntó a mi padre: ¿Ah, Carterín, ésti quién ye, el to fíu, el del premiu del colegio, ho? Y entonces vi a mi padre hincharse como un globo, mirar a su amigo y luego clavar los ojos en mí sonriendo para contestarle: Bueno, yo pago la culpa, mientras me enredaba el pelo con su mano izquierda.

Y luego a Correos, en la calle Díaz Miranda, el antiguo Correos con su patio anterior, separado de la acera por unas verjas de hierro, por el que accedías a la oficina con sus dos ventanillas donde te recibía cualquiera de los dos carteros o D. Víctor, el jefe. Fueron muchas tardes allí echándole una mano con la distribución de las cartas que llegaban dentro de los cajetines en un cuarto que había a la parte de atrás, de bajar al tren a recoger las sacas del vagón correo o acompañarlo por las calles de Grau durante su tarea de reparto e incluso de repartir yo personalmente por las calles, como cuando en una ocasión él se puso tres o cuatro días enfermo de una bronquitis que le privó de atender su trabajo. Por aquel entonces nada de bajas. Es más, me acuerdo que en una ocasión, con motivo de una huelga, un paro o algo así y tampoco sé por qué, al cuerpo de correos lo militarizaron. A mi padre le llegó una especie de pequeño carnet, que anda perdido en algún cajón, y resulta que era cabo. ¡Qué cosas sucedían en aquellos tiempos! A día de hoy, viendo el presente y juzgando el pasado, queda uno pasmado, pero estoy seguro que hay mucha gente que aún recordará cosas de estas y, por desgracia, peores. Así que por allí me moví de cartero provisional, aunque sin cartera (aquellas carteronas de cuero que colgaban del hombro llenas de cartas o de publicidad simplemente y que requerían de un aguante considerable, ya que eran varias las horas en que habían de tirar por ellas de un lado para otro), y yo, un crío de unos diez años recorriendo Cimavilla, Díaz Miranda, La Cruz, Avenida de Galicia, Villabella, La Podada, Modesto Cuervo Guisasola, Resqueta y Resquetina, Los Niserinos etc. Y no solo cartas, sino también certificados, reembolsos o giros postales. Claro que Grau no era este por el que hoy andamos y entre la gente, el que más o el que menos, todos éramos conocidos.  Tal vez pueda parecer increíble aquella tarea para un rapacín, pero es que o lo hacía yo lo mejor que podía, con diez años, para lo cual me dejaban salir del colegio a media mañana, o cuando mi padre se incorporase lo tendría todo allí esperando por él. Tiempos pasados, qué tiempos ¿verdad?

Pues bien, una vez terminados luego mis primeros dos años de bachiller elemental, en el piso superior, se acabó el Sagrado Corazón: se inauguró en Grau el Instituto César Rguez. Y allí estudié tercero y cuarto. No había bachiller superior. Al terminar el elemental y con posterioridad a haber aprobado la reválida de cuarto, que era obligatoria, se me concedió una beca de la Fundación César Rodríguez por mis calificaciones, como a otros escolares moscones, y yo, gracias a ella, pude matricularme en Uviéu, en el Colegio Auseva con los maristas, gracias a que estudiaban en él algunos de mis primos. Bachiller de letras, nunca fui muy amigo de las ciencias: la física, la química y las matemáticas se me atragantaban como si comiera cristales. Y allí un día me llaman y me seleccionan, a finales de quinto, para organizar el equipo del colegio que el año próximo iba a participar en un programa de televisión nacional, Cesta y Puntos; o sea, que me vi estudiando, además de los estudios reglados, cientos y cientos de preguntas con su respuesta para prepararme para aquel rifirrafe. Por semana había que quedarse un par de horas extra y los sábados de propina también teníamos clase aparte los ocho que representaríamos al colegio. Fue una experiencia maravillosa, a pesar de todo. No llegamos a la final ni nada por el estilo, pero recibimos un premio por haber sido el equipo que más puntos consiguió en un programa durante aquella temporada, y de regalo por ello nos obsequiaron con montones de libros, un maletín de piel que aún conservo, un reloj que andará extraviado por algún recoveco de La Podada, etc, y una suscripción a la enciclopedia de Fauna, de Rguez de la Fuente, que me enviaban a Grau y me dejaban en la gasolinera de arriba cada vez que editaban uno de los tomos. Nunca se me olvidó la pregunta que nos hicieron y por la que nos eliminaron: ¿Cómo se llama una tela que no tiene costuras? Resulta que la respuesta estaba y está en el Nuevo Testamento, en el Evangelio creo que de San Juan, aunque no me atrevo a asegurarlo, aplicándolo a la túnica de Cristo, cuando se la reparten los soldados a la hora de la crucifixión: INCONSÚTIL. ¡Toma ya! Buff. Del latín “in”, no, y “consuo”, coser: es decir, no cosido.  ¡Y yo de letras yendo a latín y griego!

Y de sexto a hacer otra reválida también obligatoria y directo a la escuela de Magisterio. No hacía falta PREU, fue el último año, ya que aquel plan de estudios, el del 67, no lo precisaba. Posteriormente, con el plan 71, ya haría falta tenerlo o bien el curso sustitutorio, es decir, el COU. Tuve suerte, gané un año.

Eran los primeros años de la década de los setenta y me tocaron bastantes asambleas en el primer piso de la Escuela Normal de Magisterio ocupando la gente el pasillo de un lado a otro. Algunos nos dirigían la palabra subidos a una mesa y nos explicaban cosas que hasta ese momento para mí habían pasado desapercibidas y casi me sonaban a chino. Yo tenía 17 o 18 años y estaba en la inopia. De vez en cuando alguien increpaba a uno que tomaba notas sobre los participantes: ¡Cuidado, que ese es un poli, de la secreta!- oías. Y veías a aquel de las notas marchar antes de que los ánimos fuesen a más. Seguro que habría otros como él entre los asistentes. Así fue como se me empezaron a abrir los ojos poco a poco con la situación política por la que estábamos pasando. Dictadura, democracia, monarquía, república: distintas formas de gobierno que se iban desgranando en mi cabeza sin que atinara del todo a entender aquello. Siempre había estado metido entre libros y la vida que te rodeaba era la de la familia y cuatro amigos en Uviéu, además de los de toda la vida de Grau (Abella, Hita, Melga, Franjo, Goyo, Manolo Blanco,….) De repente se abrió una pequeña rendija por la que entraban ideas nuevas y atrayentes. Me tocó, como a muchos en aquellos tiempos, correr delante de los grises, de la policía nacional, o quedar encerrado en el patio de la Universidad en la calle San Francisco mientras te daban cinco minutos para que abandonásemos la protesta, aunque no tardaban ni dos en entrar a saco con las porras y había que escabullirse por donde se podía si no querías acabar molido, como vi que hacían con alguno de mis compañeros y compañeras. Recuerdo que a Valentín, un compañero de la Ponte Samartín, lo molieron bien molido por proteger a su novia de los porrazos junto al bar La Perla, enfrente del teatro Campoamor. A pesar de episodios más o menos convulsos, de verme entre gente que defendía cosas de las que casi no había oído hablar, todavía saqué tiempo suficiente para aprobar mi primer curso en junio y el segundo de Magisterio también, menos una, la música, lo que me obligó a tener que perder un año yendo a clase desde Grau dos días a la semana. Nunca supe solfear ni sé ahora tampoco. Teoría de la música, historia de la música y  tocar la flauta más o menos regular, pase, pero solfeo, que si quies arroz, Catalina. No había manera. Al final, me grabó en una cinta de cassette María Luisa, que tocaba el órgano en la Iglesia parroquial de Grau, todas las partituras del libro de texto tocadas al piano y cantadas con sus notas musicales, me las aprendí de memoria como si fuesen canciones y cuando hice el examen extraordinario en febrero, nada más oír el piano del examinador, reconocía la música y me ponía a cantar llevando el compás con la mano derecha como si supiese por dónde iba; sólo me fijaba si era dos por cuatro o tres por cuatro o cuatro por cuatro o como sea que se llamen y mover la mano arriba y abajo, y derecha o izquierda según lo que marcase la partitura arriba; si me llegan a parar a la mitad y me preguntan en qué parte de esa partitura me encontraba, aún estaría hoy esperando para aprobar la dichosa música. Pero bueno, por fin acababa con segundo de magisterio. Era el curso 74/75. Tocaba preparar y superar otra especie de reválida para junio y en septiembre a realizar el último curso de carrera haciendo prácticas en el colegio Menéndez y Pelayo, en la calle Gral Elorza, en Uviéu. Otoño de 1975. Otro curso que comenzaba crispado, con protestas por las calles, carreras, etc: a finales de septiembre se fusilaba a cinco personas en Barcelona, Madrid y Burgos, miembros del FRAP y de ETA. Y en noviembre moría Franco. Hay nerviosismo ante las palabras de Arias Navarro sobre que dejaba las cosas atadas y bien atadas. Gracias que se impuso la cordura y poco a poco las cosas se fueron calmando. Es cierto que, visto desde el momento actual, hubo aspectos que se podrían haber tratado mejor, pero hay que remontarse a aquellas fechas para entenderlo. Hoy es otro momento y la situación hace posible que se puedan modificar temas que hasta ahora se creían inamovibles. Todo es cuestión de querer y de razonar, no de imponer, sino ceder por parte y parte para llegar al objetivo común: dotar a los españoles de leyes que nos ayuden a vivir en paz gozando todos, recalco lo de TODOS, de los mismos derechos, deberes y libertades. No me parece tan difícil, pero ya veremos porque la obstinación basada en defender intereses personales por encima de los colectivos está a la orden del día.

Había terminado el curso 75/76, la carrera y mis estudios, pero mis objetivos de futuro se veían truncados en aquella ocasión por otro de los momentos especiales que a todos los jóvenes nos tocaba justo cuando podríamos haber empezado nuestra vida laboral: el servicio militar. Lo hice por el IMEC (Instrucción  Militar para la Escala de Complemento), que se fraccionaba en dos partes. La primera se dividió entre Figueirido, en Galicia, y la Academia de Infantería de Toledo; regreso a casa en diciembre del 76 y a preparar las oposiciones de Magisterio, seis meses con un horario rígido diario de estudio del que no se libraban ni los domingos. Suspenso: En los dos primeros exámenes escritos no tengo problema ninguno y los supero con facilidad, pero en el examen oral me confundo con un tema por no haber leído el enunciado bien y explicar el que no me correspondía y a volver otro año. Y eso que el tema que debería haber expuesto era mucho más fácil que el que expliqué. No me acuerdo el nº del dichoso tema pero, bueno, si tenía que explicar el 13, yo me lancé con el 14.

Acabar los meses de mili al año siguiente en Madrid, previo paso por Alcalá de Henares, mal preparar oposiciones allí, que menudas eran las ganas que tenía después de horas revoloteando por el cuartel, la mayor parte de las veces sin nada que hacer más que perder el tiempo, y en el 78 superarlas por los pelos cuando no daba un duro por ellas.

Y entonces llegó lo serio Ese periodo de tiempo que abarca el segundo semestre del 78 y el año 79 marcan un hito en mi vida: apruebo, como dije, las oposiciones, me caso con una mujer extraordinaria, me mandan a Grullos, mi primer destino como maestro, soy padre de una hija maravillosa y descubro la Llingua Asturiana. Dejadme que os lea un poema que le dediqué a mi hija al cabo de unos años, en uno de esos días de recuerdos insondables pero que tenemos todos de vez en cuando. Está en asturiano, y en mi blog, pero ya os imaginaríais que alguna cosa en esta lengua os iba a tocar. Que conste que no habrá más. La titulé así:

...pero falen.

(A la mio fía, qu’ enllenó dafechu la mio vida ‘l nueve de xunu del setenta y nueve)
De la qu' abrió los güeyos
naide yera p' atalantar, plasmaos,
si espresaben no más fondo
l' ablayu énte lo descubierto,
la gayola énte la vida
o la esmolición énte 'l futuru.
La mio fía acababa nacer.
L' " inda nun pue ver" del enteráu de turnu
dexóme ablucáu y duldosu de la so intelixencia.
Inda más cuando los güeyos del llucerín,
verdiazulaos y esllumantes,
que clisaben el baltu del mio coral,
taben nesi intre falando:
-"¡Hola, pá. Hola, ma!"
Llueu, sí, durmióse,
satisfecha,
asosegada,
paciblemente.
Y una llárima de plata
esbarió pela mio mexella,
escurriéndose adulces
hasta aballar selemente,
posándose, tienra,
enriba la so cabeza.
Y siguió durmiendo,
sorriente.

Bueno, pues aquí, en Grullos, en el colegio Prieto Bances, conocí a gente, a profesionales, que influyeron más tarde en mi vida laboral por su capacidad de trabajo (sobre todo, y sin menospreciar a otros que seguramente cumplían como él, a Javier Calvo Pardo, D. Javier, el director, una de las mejores personas a las que tuve y tengo el privilegio de conocer) y aquí fue también donde me acerqué por primera vez a la Llingua Asturiana. En algún momento, hacía un par de años, ya había leído cosas sobre ella a través de Asturias Semanal y conocía la formación de un grupo de gente que escribía en Asturianu en Xixón; había oído hablar de Conceyu Bable y de la manifestación que recorrió Xixón pidiendo el bable nes escueles. Pero los dos años que mediaron entre estos acontecimientos y el final de la mili me habían alejado de todo aquello. No obstante, por una de esas casualidades que se dan y que acaban por convertirse en un eje sobre el que va a girar luego una parte de mi vida, durante el curso 79/80 me empeñé en representar una pequeña obra de teatro con mis alumnos para la fiesta de fin de curso y encontré en la biblioteca de mi tío Benjamín, que fue cura entre otros lugares de San Tirso y en aquel momento lo era de Oviñana, un librín de Antón de la Braña, es decir de Manuel Antonio Arias García, padre de Luis Arias Argüelles-Meres, actual profesor en el IES César Rguez, escritor y habitual columnista de opinión actualmente en El Comercio de Xixón, entre otros. Pues bien, en aquel librín descubrí “Un xuiciu de faltes”, obrina teatral que representaron con gran éxito en la fiesta del final de curso. A partir de ahí empezó a interesarme aquella lengua que se hablaba en nuestra tierra y a entender por qué tantas veces uno escuchaba a diferentes personas de mi entorno que habían sido y eran acusadas de “hablar mal” cuando llegaban a realizar algún tipo de gestión sobre todo en organismos oficiales de la capital. Como me pasó a mí cuando me fui a estudiar a Uviéu con 14 años recién cumplidos Hoy no te acusan de hablar mal, pero es muy fácil que no te atiendan o te tachen de radical y casi subversivo si les hablas o te diriges a ellos en asturiano. Hay excepciones, claro, pero no han cambiado mucho las cosas. Y para ejemplo está el hecho de que hace aún pocos días a una cooperativa, El Nocéu, no le admitieron a trámite sus estatutos por estar en Asturianu. Está claro, pues, que de nada sirven las palabras, ya hace tiempo que no les hago ni caso; las palabras sin hechos que demuestren que no se discrimina por un tema, como es la lengua, son palabras  hueras que pueden intentar regalar los oídos de los más crédulos o de quienes quieren ocultar el problema con discursos fatuos, pero alejados de la realidad.

Pero sigo:

De aquí, de Candamo, me fui a Naraval, en la comarca del Cuartu los Val.les de Tinéu. Es el pueblo de mi padre por eso no tuve problemas a la hora de pedir un destino así. Lo conocía. A más de uno le chocó que, cuando daban las plazas, yo siempre me decantara por aquella escuela rural, más que nada porque tenía plazas más cerca de Grau, incluso en Uviéu, Avilés o Xixón, que era a donde quería ir la mayoría.

En esta parroquia, Naraval, donde convivían xaldos y vaqueiros, entré en contacto con la variante occidental del asturiano. Mi tío Benjamín, el cura, me regaló entonces, y los mantengo como oro en paño en mi biblioteca, una primera edición de los dos tomos de Manuel Menéndez García “El Cuarto de los Valles, un habla del occidente asturiano” que me zampé más de una vez a lo largo de los años.

 Allí tuve ocasión de poder escucharla porque era una lengua viva, una lengua que, como todas, cumplía con su fin primordial: entenderse la gente cuando habla. Y me tocó aprender porque los alumnos venían a la escuela hablando como hablaban, ni más ni menos. Puede decirse que fue allí donde mamé la esencia y el significado de la importancia de este bien cultural que desde entonces he defendido, como dice Cervantes en El Quijote, a capa y espada.

También entré en contacto con otra realidad, la de la escuela rural. Para esta última no te preparaban ni te preparan en la escuela de Magisterio. Los maestros nos enfrentábamos en estas escuelas rurales a clases con niños de todas las edades desde los cuatro hasta los once donde impartías todas las asignaturas, fuesen de lo que fuesen, no había especialista ni nada por el estilo. Era y es un trabajo arduo, pero más que satisfactorio. Daos cuenta que estoy hablando de hace más de treinta y cinco años. Por un lado, las relaciones con los padres eran más que fluidas. No se necesitaba tener un día y una hora como hoy para charlar con ellos en esas famosas visitas de padres que se programan en los centros educativos. ¡Qué va! Salías de casa, dabas una vuelta por el pueblo y siempre te encontrabas con alguno. Podías hablar con ellos a cualquier hora del día, informarles de la marcha de sus hijos o contestarles a cualquier duda que pudiesen tener sobre los críos.

Por otro lado estaba la preparación de las clases: tenías que distribuir el tiempo desde la entrada de los alumnos por la mañana de tal manera que todos tuviesen tarea y todos tuviesen la oportunidad de oír tus explicaciones ya que las edades y los cursos que estudiaban eran diferentes. Mientras estabas explicando a unos, los demás debías de tenerlos con actividades lectivas distintas y que fuesen terminando escalonadamente para acabar con unos y empezar con otros pero sin que se juntasen todos a la vez.

Y la otra pata del aquel tayuelu que era la enseñanza, la conformaban los niños: alegres, sanos, vivos, respetuosos, agradecidos, más o menos traviesos o tranquilos, juguetones, risueños, ansiosos de aprender hasta el punto que uno se veía obligado a no fallarles porque se lo merecían todo. Al final lo llevaba de maravilla, fue todo cuestión de práctica, aunque al principio las pasé canutas. Recuerdo que, una vez terminaba la jornada lectiva, fueron muchos los días en que me quedaba en el aula con mi máquina de escribir o simplemente a mano preparando alguna ficha para el día siguiente, trabajando con papel de calco para hacer copias en función del número de alumnos a quien fuese dirigida. Y luego para otro curso, y después otro,… Acababa algunos días cerca de las siete y media o las ocho.

Nunca me arrepentí de esas horas que alguien podría considerar de más, porque para mí formaban parte de mi trabajo y de mi responsabilidad y compromiso para con los alumnos. Incluso aquí en Grau fueron muchos los días en que se iban las limpiadoras del colegio, de lo cual pueden ellas dar fe, y me avisaban para que cerrase yo, que estaba metido en mi aula de Asturianu, porque ellas habían terminado su jornada.

Fue durante este tiempo, cinco años seguidos en Naraval, en un lugar que a mí me pareció y me parece fascinante, cuando asistí a los cursos de la Academia de la Llingua Asturiana: Cangas del Narcea, L.luarca, Payares, etc, que posibilitaron mi conocimiento más a fondo de todo aquello que me tocaba vivir y casi palpar a mi alrededor al estar en contacto diario estrecho con la gente. Así aprendí las características de la lengua, su historia, su gramática, algo de su literatura, didáctica, traducción, vocabulario... Profesores como Xosé Lluis García Arias, Ana Cano, Glez Riaño, Pablo Manzano, Esther García, Ramón d’ Andrés, Roberto Glez Quevedo, Xosé Bolado, etc que marcaron definitivamente mi acercamiento a la Llingua asturiana. Posteriormente también asistí a otros que organizaba el Principáu por Les Arriondes, Perlora, Uviéu, y más en los que profundizábamos en temas más concretos dirigidos a la enseñanza del Asturianu en Primaria y Secundaria, y más adelante dirigidos a la enseñanza de adultos.

Durante mi estancia en Tinéu, entre los maestros rurales había una preocupación grande en cuanto al trato que teníamos por parte de la Administración en relación a todo tipo de materiales de los que carecíamos y sobre todo a la falta de coordinación ya que se trabajaba como en auténticos reinos de taifas: cada uno a lo suyo. Así que acabamos formando un Colectivo de Escuelas Rurales en el concejo, a semejanza de otros que ya funcionaban en el oriente y centro de Asturies. Me habían elegido coordinador y durante un par de años de trabajos, de pedir audiencias, de solicitar por escrito y personalmente en unos sitios y otros, acabamos por conseguir que crearan un CAR en Tinéu con una subsede en Folgueras de Cornás. Los dotaron de materiales didácticos de todo tipo y a su través podíamos acceder a ellos en unas condiciones semejantes, aunque no iguales, a las que podían tener en el colegios de las villas o ciudades, con la limitación que existía de que muchas cosas no las tenías a mano, pero sí a tu disposición alguna semana al año. Había que repartirlo entre todas y se hacía rotando por las distintas zonas. Pero algo era algo, ya que antes no teníamos nada. A mí hoy me hace gracia o al menos me resulta chocante que hayan nacido los CRAs, es decir Colegios Rurales Agrupados, en vez de Escuelas Rurales Agrupadas. Siempre esos centros educativos rurales fueron escuelas, no colegios, lo que pasa es que debe vestir más con este nuevo nombre. No obstante, aparte del nombre, es de agradecer que hayan sido este año merecedores de la medalla de Plata de Asturies porque los profesionales que desempeñan su labor en esas zonas bien que se merecen ese reconocimiento.

Por entonces, curso 85/86, ya estaba destinado como propietario definitivo en La Mortera, también en el Cuartu los Val.les, Tinéu. Paralelamente a esa labor de coordinación con otros maestros y a mi trabajo lectivo, fue aquí donde comencé mis pinitos como juntapalabras. Ya tenía escrito varias cosas en Naraval, pero en mi traslado se perdieron muchas. Recuerdo que un par de ellas versaban sobre la Leyenda de la Capiel.la Cutariel.lu y sobre El Castiel.lu Manxelón. A saber por dónde quedarían.

Por aquel entonces varias escuelas y el colegio de Navelgas habíamos ofertado el Asturianu como optativo a nuestros alumnos. Había una gran mayoría que lo aceptaron y entonces descubrimos el poco material de lectura que había para que lo hiciesen en la variante occidental. Así que, con el fin de disponer de algunos textos, me puse nuevamente a escribir y así aparecieron cuentinos como Hestoria de Gotina, Linos ya’ xatín y El l.lobu que se fotocopian en el CAR para enviar a las escuelas con Asturianu y que en 1988 se editan dentro de una trilogía sobre las variantes de la Llingua en un libro de la colección Dayures, de materiales didácticos, por la Conseyería d’ Educación, Cultura y Deportes, junto a otros textos de Xosé Antonio Fdez en la variante central y Pablo Ardisana en la oriental.

Posteriormente, desde el Colectivo de Maestros con el apoyo del CAR, logramos la publicación por parte del Ministerio de Educación y la Conseyería de un libro, Cuentos n’ asturianu, con relatos de los alumnos de las escuelas de El Baradal y La Mortera y el colegio de Navelgas, fruto del trabajo en las clases de Llingua del curso 87/88.

Durante este año 88 también formo parte del Conseyu de Redaición de la revista pedagógica Trébole, que edita el Servicio de Política Llingüística, junto a Mª Teresa Álvarez, Félix Ferreiro y Mª Xosé Díaz. En ella colaboran escritores como Xuan Bello, Antón García, Severino Antuña, Xuan Xosé Sánchez, Pablo Ardisana, José Luis Atienza, Teodoro Fdez Cuesta, Lourdes Álvarez, Berta Piñán, y un largo etcétera. No obstante, a partir del quinto número tengo que dejarlo: ir y venir dos días a la semana desde La Mortera a uviéu, después de acabar las clases en la escuela, se me empezó a antojar demasiado pesado y difícil para compaginar con mis otras actividades, y más durante el invierno, con jornadas en que para llegar a casa de noche, a las tantas, me tenía que enfrentar a todo tipo de meteorología que en alguna ocasión me provocó algún susto.

Durante este curso, 87/88, en el que podría haber venido para Grau, ya que había obtenido mi destino definitivo en el concurso, permanecí en La Mortera en calidad de comisión de servicios. Me habían propuesto desde la Dirección de Política Llingüistica continuar allí un año más para coordinar desde la escuela y el CAR la enseñanza del Asturianu en Tinéu y no lo dudé. Además, tuve que impartir un curso de Llingua Asturiana a profesorado de aquel concejo, lo cual me llevó un día a la semana a la capital del municipio durante el invierno y la primavera del 88.

Por fin, en septiembre de este año, comencé mi aventura docente y familiar en nuestra villa. Mi destino era el Colegio de La Cruz. Desde el primer año empecé dando Asturianu, aunque al ser de forma gradual, solo lo hice en 1º y 2º, el ciclo llamado entonces Inicial, combinándolo con una tutoría de Primero. A lo largo de mis años como maestro en este centro, casi 28, fui responsable de este departamento durante muchos cursos; alguno hubo, a mi pesar, que no pude debido a que mi disponibilidad horaria, al alternar cargos como el de jefe de estudios o secretario, no me permitían hacerlo, aunque fueron los menos.

Fue durante este tiempo cuando comenzaron a publicarse algunos de mis libros como Menuda Nuetiquina, El xuegu de los bolos de Tinéu (bilingüe, sobre textos de Jesús Rguez y Milio Mariño), Vivan los Cuentos (editado por el Aytmo de Tinéu y donde colaboran también entre otros Antón García, Rafael Lorenzo o Xuan Bello), Felipe y los rebelguinos, El Milanu, El fervíu máxicu de medrar (premio Montesín de literatura infantil en el año 1996) (todos en la variante occidental del asturianu) y Lina, mi primera incursión en la Llingua estándar. Al mismo tiempo, iba escribiendo algunos relatos cortos y me atrevía con alguna poesía que se publicaron en distintas revistas como la de Hojas del Foro (de cuyo Consejo de Redacción también formé parte durante un tiempo) O bien labores de traducción al Asturianu, como el último libro de mi amigo Javier Marinas, Homes, con el que logró el IV premiu Alfonso Iglesias de cómic del Principáu.

Colaboré también algunos años con Fernando Flórez, Leno, en aquella publicación local llamada El Eco de Grado, con una columna que titulé “Nun ía d’ estrañar a naide” y posteriormente en otro periódico, “El Progreso” o algo así que trataba temas del centro de Asturies.

Fui coorganizador con el Aytmo de las Jornadas de Llingua y Cultura Asturianes que se celebraron durante dos o tres años en Grau, con participación de diferentes personas del ámbito lingüístico y cultural de nuestra comunidad.

Me tocó poner en Asturianu unas placas explicativas bilingües que se colocaron delante de edificios y lugares históricos de la villa y que, por razones inextricables para mí, fueron hace un par de años cambiadas  y, por arte de birlibirloque,  solo  se escribieron en castellano. Seguro que fue cosa de algún Sumiciu para el cual el Asturianu hay que hacerlo desaparecer sí o sí porque sí.

No voy a extenderme mucho en hablar de estos años, sobre todo porque estoy seguro que son los más conocidos por todos ustedes. Solo les aburriré unos minutos más con cuatro cosas. Además no puedo dejar de reconocer que se está haciendo, seguramente, algo pesado y no son horas ya de seguir aguantándome.

Me encantaron esos años en el Bernardo Gurdiel en los que se mantuvo un altísimo número de alumnos, es decir de padres, que optaron por la enseñanza de la Llingua asturiana. En ocasiones se superó el 80% del alumnado. Organicé desde ese departamento diversas actividades de las que me siento orgulloso; para todas ellas además se les entregaba siempre a los niños un pequeño cartafueyu, una especie de libreto grapado, con lo que se iba a ver y que previamente se trabajaba en el aula.. Desarrollé programas como el de Conocer el propiu conceyu visitando Peñaflor, Villamarín, Agüera, Báscones, Belandres, Bayu, Sama de Grau, incluso el Camín Real,  etc

Otro de los programas fue el de La Ruta la Escanda, que nos llevaba desde Cabruñana visitando El Freisnu, Álvare, Moutas, Las Cruces y regreso por Vigaña y El Torno.

La razón de estos dos programas fue acercarlos más al entorno próximo en vez de hacer excursiones a otros lugares más alejados, que reconozco no estaban exentos de interés, pero que obviaban aquello que nos rodeaba. El objetivo no era otro más que conocer localidades cercanas a Grau con distintos restos y edificios que forman parte de nuestra historia y que les eran casi totalmente desconocidos.

Otro programa que mis alumnos de último curso recordarán es el de Aulas de la Naturaleza, “L’Home y la mar”; este solíamos hacerlo durante el primer trimestre de cada curso. Por primera vez, o casi, los alumnos salían y dormían solos fuera de casa. Eran tres días en L.luarca. Conocíamos aquella villa “de pe a pa”, caminando de arriba abajo: El Chanu con su jardín botánico (antes incluso de que se hubiese puesto de moda), la arquitectura indiana de Vil.lar y Barcel.lina, el mundo de la pesca, viaje en las lanchas de la Cruz Roja por la dársena del puerto, Severo Ochoa, la radio en directo, el Cepesma, la discoteca Marisol, cuyos dueños abrían especialmente para nosotros un día después de la cena, etc.

Lógicamente, otro de los logros que más me agradaron fue el literario: todos los años, los mayores dedicaban un par de meses a escribir un relato de su puño y letra en el aula durante las clases: tenía que ir corrigiéndolos uno por uno, orientarlos en cuanto al tiempo de los personajes principales y secundarios, el desarrollo y desenlace del tema que elegían, etc  hasta que por fin, cuando acababan, lo podían pasar a limpio y se les entregaba a todos ellos una copia de todos los cuentos en una especie de libro grapado; y otro fue la publicación de una revista o periódico escolar titulada “Coses, cosines y cosiquines” donde aparecían todo tipo de temas: poesías de los niños, adivinanzas, cuentos, datos y reportajes sobre distintas actividades del colegio, fotos, dibujos, etc para la que conté con el apoyo económico no solo del centro sino también de la AMPA, de la Conseyería y de Cajastur No faltaba, ni sobraba nada. Fueron varios años publicando, entre febrero de 2002 y febrero de 2007. Hoy guardo encuadernados un ejemplar de cada uno como una joya de valor incalculable..

También desde el departamento de Asturianu se colaboró con otras actividades culturales locales como los certámenes de la OMIC, los concursos de marcapáginas, los concursos literarios de Valentín Andrés(donde alguno de aquellos alumnos ganó algún que otro premio), las salidas al Aula Vital de Yernes (de cuya Fundación soy socio desde su inicio por el poder de convicción de Toni, el del Chigrín, y en la que encontré personas excepcionales como Paco Montesinos, Gerardo, Mari Canto y Lise, qepd),…. No sé, en lo que se podía siempre y cuando redundara en obtener algún beneficio para la vida cultural moscona, pero sobre todo que fuese en beneficio de un desarrollo educativo y vital mejor para los alumnos.

La mayor parte de estas actividades, es verdad, no las hubiera podido llevar a cabo con suficiente solvencia si no fuese por el apoyo de muchos de mis compañeros del centro: Riesgo, Toni, Pepe, Milio, Ana, Esther, Adi, etc, etc)

También durante los últimos veintitantos años fui consciente de que no solo la enseñanza debía dirigirse a los niños, sino que había muchos adultos interesados en su  conocimiento. Así que, a través de los Cursos d’Asturianu p’ Adultos, que organizaba el Ayto, pude realizar una labor que resultó al cabo de los años impagable para mí, y digo esto porque no puedo agradecer bastante a todas esas personas que pasaron por aquel aula de Asturianu del colegio de La Cruz, cientos y no exagero, lo que aprendí de ellos. Yo me limité a enseñarles todo cuanto buenamente sabía, pero aquellos alumnos me mostraron algo para mí muy importante: el interés por la Llingua no era solo cosa de unos pocos que aparecíamos contando lo que creíamos que era lo mejor para ella, que no es otra cosa que la cooficialidad, sino que había otros muchos que, aunque fuese desde la sombra, nos animaban para seguir creyendo en que no era ni es un objetivo inalcanzable. Por allí pasaron personas de todas las edades, con carrera y sin ella, con estudios y sin ellos, simplemente  atraídos por conocer algo que forma parte de nuestra esencia como asturianos y que resulta inconcebible que algunos no defiendan como por sus cargos deberían y como en otras Comunidades con lengua propia hacen.

Uno de los recuerdos más agradables de estos cursos fue, aparte de las espichas del final del curso, cuando formamos un equipo abierto a cualquiera que hubiese participado en ellos y nos atrevimos con un programa de radio,”Falando de nós”, que se emitía un día a la semana en Radio Grao con los contenidos que íbamos preparando las jornadas anteriores: desde historia a gastronomía, o desde  medicina tradicional a literatura. Todo cabía hasta que, como sucede en muchas otras cosas, algunos encontronazos a causa de las interpretaciones políticas en algunas noticias de actualidad que dábamos lo desarmó. Pero fue encantador y ameno mientras duró. Una experiencia extraordinaria para los alumnos de unos cursos de adultos que colaboraron como si en ello les fuese la vida. Supongo que lo tendrán guardado en su memoria, como me sucede a mí, que aún oigo la melodía de la Danza de las castañas, del disco la Noche Celta de Ramón Prada, con el que abríamos y cerrábamos nuestra emisión.

Otro tema del que quiero hablaros un momentín es el de AVA. Allá por 1991, un día aparecieron por el colegio Antonio Pavón y no sé si Manuel Antonio el municipal o Fernando Flórez, Leno, para hablar conmigo. Nos juntamos, al salir del centro, en un bar cercano y me plantearon que estaban buscando a algunas personas para formar un colectivo que recordara la figura de D. Valentín Andrés Álvarez. Así fue como entre los presentes, más Luis Martínez, amigo personal de D. Valentín y primer presidente de la Asociación, Chema Blanco qepd y alguno más decidimos ponernos manos a la obra. Nació así la AVA, que va a hacer ahora 25 años, en diciembre, más o menos cuando se procedió a descubrir en la Calle Manuel Pedregal una placa en recuerdo del nacimiento de esta insigne y polifacética figura moscona. En el 92 se convocó el primer certamen literario infantil dirigido a los escolares de Grau. Así se mantuvo durante tres o cuatro años. Por entonces ya se habían unido otras personas: Gustavo, Sánchez, Joglar, Luis María, María Rguez, María Fdez, Marco, Pilar  etc, perdonad que no siga con más nombres, prefiero el etcétera antes que equivocarme o dejar a uno en el tintero. Se dio entonces el salto a nivel provincial y al año siguiente se hizo internacional. Todo fue posible gracias al apoyo de algunas empresas e instituciones entre las que cabe destacar el Aytmo o Cajastur que tanto moral como económicamente, nos dieron el espaldarazo para que aquello siguiera creciendo.

Estuve varios años como Presidente, una vez Luis lo dejó por motivos de salud. Desde entonces el número de actividades que esta Asociación ofreció a la villa de Grau fue, me atrevo a decirlo con rotundidad, impresionante. A lo largo de su historia hubo decenas de exposiciones de pintura y alguna de escultura, exposiciones sobre Valentín Andrés, Jornadas sobre su figura, conciertos corales, presentaciones de libros, charlas y conferencias, participaciones en cualquier otra actividad considerada interesante para la cultura, con la Biblioteca, con el Aula de las Metáforas, etc. Pero no porque yo fuese o no presidente, ya que hace cinco años que no lo soy, sobre todo debido a algunos problemas que tuve de salud y que  me obligaron a tomar las cosas con más calma. La razón del éxito de esta Asociación hay que dársela a todos sus miembros porque fueron ellos los que se movieron, los que buscaron, los que leyeron, los que trabajaron como nadie puede haberse imaginado. A todos ellos quiero darles las gracias por su esfuerzo porque me hicieron la vida muy fácil cuando me tocó representarla.

Solo para terminar, José Luis, Jose, Luis, Xosé Lluis, Pepe Luis, Carterín, el Fíu ‘l Carterín, maestro, profe, Alberdi, y últimamente buelu y bulitu, que por cualquiera de estos nombres me conocen, quiere daros las gracias a todos ustedes por haberme soportado tanto tiempo.

Y, como les dije al principio, si lo desean pueden hacerme las preguntas que consideren oportunas o inoportunas, que intentaré dar las respuestas que más les satisfagan a ustedes… y a mí, claro.


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