Hay
hechos que desmenuzan perfectamente la mentalidad de la gente urbanita y sobre
todo la de quienes nos gobiernan. Desde hace varios meses, o incluso años, la
plaga de jabalíes que se ha instalado cerca de las ciudades del centro de Asturies
o que campan a sus anchas dentro de ellas ha levantado voces a cual más alta
una que otra a la vista de los destrozos que provocan. Estos suidos se han
encargado de hozar en prados, jardines, glorietas, etc. a la vista de los
curiosos que se han hallado con un espectáculo con el que no contaban. Desde el
poder público no saben qué medidas tomar y hoy deciden una cosa y mañana otra.
Los grupos ecologistas, que defienden la vida y costumbres de estos animales, y
cuya residencia habitual es urbana, se lamentan de que se tome en consideración
siquiera la idea de matarlos. ¡Menudo lío el que tienen montado estos cerdos
salvajes que, además, se han cruzado con otra raza tan autóctona como la de los
vietnamitas! Los ecologistas, ante estos casos de mascotas raras, no dicen
nunca nada. Genial, oye. Vivan las mascotas y quienes defienden este tipo de
cosas. Un día aparece una boa, otro una pitón, otro una mangosta, mañana un
cerdo vietnamita y pasado… ¿un elefante? Pues que paste por el Campo de San Francisco,
o el de Ferrera o el de Isabel la Católica (aunque en estos últimos tal vez
sería mejor un cachalote en un estanque hecho ex profeso para él, por la
proximidad al mar, digo).
Hasta
hace pocos meses, o incluso años, cuando estos jabalíes asolaban, como siguen
asolando, el medio rural nadie se acordaba de nada. Era normal, no llegaban a
la calle Uría ni a la calle La Cámara o a La de Corrida. Los habitantes de los pueblos que debían lidiar con los
destrozos de estos animales no tenían importancia, eran y son de segunda o
tercera división; les pagaban los estropicios (cuando lo hacían, tarde, mal y
nunca y a precio de risa), jajá, causados por esos animales salvajes y san se
acabó, aquí paz y después gloria, digo en el ambiente urbano. ¡Y es que los pueblos
y los campesinos quedan tan lejos! A años luz, vaya. No se ven los agricultores
y ganaderos por delante de la calle Fruela, con contadas excepciones y en un
número ridículo, como no vayan de paseo. Como sabemos todos, son los grandes
desconocidos de los ciudadanos metropolitanos, para los que siguen siendo casi
los “aldeanos” de toda la vida, y de nuestros políticos, que solo los usan en
tiempos de elecciones. Estos tienen mucho más miedo a la prensa que se ceba en
cuatro plantas arrancadas levantadas del terreno de la urbe por la maldita manía
de los suidos de hozar. ¡Serán malos estos bichos! Hay que erradicarlos de la
ciudad, se cansan de contar en los medios. Pero ninguno aparece defendiendo lo
mismo si eso sucede en cualquier pueblo asturiano donde, además, los destrozos
influyen en la calidad de vida y los bienes personales de cada habitante.
Y
es que los pueblos quedan tan lejos que nada más se vislumbran cada cuatro
años, a no ser que haya una feria anual importante en la que lucirse o un acto
institucional en la que enseñarse. Y en estos últimos casos, se acude siempre y
cuando tengan lugar esos actos en la capital del concejo, que de camino a las
aldeas se puede uno manchar los zapatos, con deposiciones de vaca, de caballo, que
sería lo normal, pero además de jabalí, de lobo, de zorro, de oso, de…, escriban
lo que más les plazca, porque en nuestro mundo rural hay de todo, pero a nadie
le interesa ponerle remedio. Ya sabéis, Asturies, paraíso natural. De momento,
toca arreglar la ciudad, como se hizo toda la vida, que es donde más votos se
recolectan. ¡Pero ya veréis la que montan cuando llegue hasta el Palacio Regional
el lobo o el oso, ya veréis!¡Cuánto daría por verlo!
Bueno,
sigan ustedes con el otoño y la sonrisa.
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