jueves, 3 de noviembre de 2016

RECUERDOS


Casas antiguas, viejas, decadentes, ruinosas, como aquella en la que yo me crie, pero con historias que van más allá de nuestros meros deseos de agradar la vista con edificaciones modernas. Eso es lo que me pasa por los ojos cada vez que recorro alguna de las calles de nuestra villa moscona o entro en mi casa de La Podada, en la que mis padres lucharon por hacer de nosotros hombre de provecho, como dirían ellos, historias propias y ajenas, unas vividas, otras imaginadas, pero todas reales, porque nadie sabe dónde acaba la realidad y comienza la imaginación. No es solo ese solar lleno de matorrales y de basura donde se ubicaba tal o cual vivienda, ni siquiera la visión de esas otras construcciones que amenazan derrumbe lo que en mi mente se refleja, sino los paseos y las caminatas en una u otra dirección que recorría hace cincuenta años o más y que me recuerdan el paso del tiempo, lo efímero que es una vida a pesar de que a veces la vivamos como si el mañana fuese infinito. Me suponía a muchas otras familias, como la mía, en sus cocinas, en sus salones, en sus habitaciones; unas más grandes, otras más pequeñas; unas con enseres más míseros, otras más opulentos, pero todas con sueños, con ganas de progresar, de salir adelante, de vivir mejor, como nos pasaba a nosotros, que no pedíamos la luna, pero sí no tener que vivir bajo las estrellas, sino poder verlas desde nuestra ventana. Nos armábamos de valor cada vez que mi madre, a peticiones nuestras que considerábamos justas y hoy  reconocemos más como caprichos que otra cosa, nos contaba lo de “Ya, ya. Y yo quería un coronel y no me quiso él”, y con eso ponía punto final a nuestras demandas.
A las nuevas generaciones les cae el alma a los pies cuando descubren alguna de esas casas renqueantes que osan aún estar levantadas en distintas calles de Grau, la percepción que de ellas tienen es la de saber, o creer saber, que ningún tiempo pasado fue mejor, que el futuro está en las manos de su juventud y que esas reliquias que aún conviven con su estilo de vida y de habitabilidad deberían reposar y descansar el sueño de los justos, o injustos, es igual, mediante la autorización de palas excavadoras, buldóceres y demás para que echen abajo esas estructuras obsoletas, que hieren el sentimiento innovador de su mocedad y que arrasa allá por donde pasa. Y seguramente tendrán razón. “Juventud, divino tesoro”- escribía Rubén Darío; aunque tampoco estaría de más recordar a Jardiel Poncela cuando decía que “La juventud es un defecto que se corrige con el tiempo”.
O sea, que ahora, después de que ese defecto mío haya sido superado por el tesoro de vivencias acumulado también por el paso del tiempo y el aumento de recuerdos, me gusta evocar, cada vez que paso ante una de esas edificaciones vetustas, anticuadas y achacosas, mi niñez, mi ir de la mano de mi padre, mi madre o ambos con o sin rumbo, mis “excursiones” de infante que busca encontrar parajes nuevos, en la inocencia de la edad, en aquellos mundos maravillosos que coexistían a mi alrededor. Hoy, mientras escribo, me vienen a la mente fotograma a fotograma, las películas de los grandes descubrimientos realizados junto a mis amigos: desde La Podada viajé por la calle Cimavilla y El Curatu hasta el centro entonces de Grau, La Plaza, y el Parque d’ Arriba; recorrimos El Casal y llegamos a El Rodacu; nos atrevimos a bajar por El Bolao hasta Las Calles Nuevas y luego al puente de La Mata; nos lanzamos a explorar la zona de Riviellas y el depósito de agua, igual que la de La Moratina; llegábamos a La Barrera y Acebéu; y así, poco a poco, hasta que entramos en la juventud, en esa loca edad en que nada se pone por delante y en la que nos centrábamos más en la búsqueda de cosas nuevas que nos diferenciasen de nuestros padres, de aquellos mayores que nos contaban historias y nos daban consejos con los que no estábamos en absoluto de acuerdo porque eran cosas de viejos. ¡Qué sabrían ellos! ¡Menudos éramos nosotros y más con nuestra experiencia! Hasta que uno llega a esta edad en la que los recuerdos se amontonan hasta no saber distinguir entre la realidad y el deseo de que algunos quizá fuesen ciertos.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario