A la señora Carme Forcadell le ha temblado
el pulso, o más bien la lengua, a la hora de presentarse ante el juez. Ya no
dice lo que decía, se desdice de todo cuanto defendió con el único objetivo de
intentar evitar el trullo. No sé lo que estarán pensando Oriol y demás ante
este hecho, pero lo que sí les importa es que son ellos los que salen
reforzados tanto de la espantada de Puigdemont como de la de Forcadell. Aunque
se hallen encarcelados, mucho me temo que estarán frotándose las manos de cara
a las elecciones de diciembre.
No obstante, una pregunta que me hago:
¿alguien cree a Forcadell este arrepentimiento instantáneo ante el juez?, ¿acaso
se ha echado atrás y ahora aboga por la legitimidad del 155?, ¿la declaración de República Catalana fue un fraude, un gesto sin importancia, una broma gastada a la gente que el 1 de octubre salió a la calle a votar confiando en sus representantes? No sé lo que, de
acuerdo a la ley, que se ha de ajustar a las declaraciones
que ella hizo ante el tribunal y a la decisión de un magistrado que ha de
interpretar esas palabras, puede hacer ese tribunal, es decir, puede creerla o
al menos tomarla más o menos en serio tanto como para evitarle una condena como
la de Oriol, pero yo no trago, vamos, como millones de personas que la oímos vociferar
contra todo lo que le sonase a español y de la falta de democracia y de la ausencia de separación de poderes (en lo que no anda muy equivocada, pero la política es la que es y funciona como funciona) en esta España en la que vivimos. Despotricó antes y después, en los mítines antes de las elecciones y posteriormente como Presidenta de la Mesa en el Parlament, contra el estado español que los tenía acogotados. Pero, ay, señora, una cosa son las palabras y otra los
hechos. Digo yo. Aunque otra, la más importante, es la ley y, supongo, a ella
se ajustará quien la juzga.
Sigan disfrutando del otoño, esta
estación cuyo colorido y belleza hace aflorar la sonrisa a cualquiera.
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