A Juana
Rivas la han condenado a cinco años de prisión y a seis sin poder disfrutar de
sus hijos. La sentencia de un juez, que, según se ha leído y oído, no es la
primera vez que describe su fallo de manera al menos insatisfactoria realizando
juicios de valor que no son precisamente los más adecuados, no puede ser
obviada. Si han permitido que, a pesar de sus antecedentes aireados hasta la
saciedad por distintos medios de comunicación, siga conservando la toga y la
plaza de un juzgado, es porque no lo hace mal o porque desde algún órgano
superior se lo permiten, aunque supusiesen que no estaba capacitado. Y si la
razón es esta última, entonces habrá que achacárselo a quienes cobijan a estos
personajes en sus puestos
Este tipo de sentencias dejan a uno frío,
claramente. Y no me refiero a que la hayan condenado a cinco años de prisión,
que no sé si es mucho o poco por lo que hizo, sino a no poder ver a sus hijos
durante seis años, como si esto último no fuese de lo más irracional que uno
hubiese imaginado.
Está bien que sus actos, fuera de la ley,
hayan sido castigados, porque de lo contrario sentaría un precedente que no
creo que nadie desee: saltarse la ley no es un acto inicuo, es permisible según
de quién se trate y por qué. Pues no. La ley, esa a la que tanto se alude por
todos, aunque consideremos que a veces se la saltan a la torera determinados
gerifaltes, ha de ser igual para todos. Nadie, por muy madre que sea, tiene
derecho a retener a sus hijos menores en contra de lo que dictamina un
Tribunal. Y éste, como así fue, está obligado a actuar, guste o no.
Es verdad que esta mujer había interpuesto
una denuncia por malos tratos contra su esposo, ex esposo o compañero, padre de
ambos críos. También lo es que dicha denuncia aún se halla en los juzgados
italianos, después de diversas peripecias por los españoles, sin que hasta hoy
se haya conocido una sentencia. O sea, que mientras los hechos estén sin
dilucidar, no hay derecho que la ampare para hacer lo que hizo. Y eso a pesar
de que hoy existe una especie de paranoia por la cual, y casi por definición,
ante cualquier suceso delictivo entre un hombre y una mujer, a priori ésta
tiene razón y él es condenado.
Pero, permitidme que siga haciendo de
abogado del diablo: si quien hubiese escapado con los niños hubiese sido el
padre, acusando a la madre de no ejercer sus funciones como tal, ¿estaría la
gente en la calle pidiendo su libertad?
No nos podemos cegar a sabiendas y sin
sentido; el hecho es que, en los tiempos que corren, donde la igualdad es una
premisa fundamental de la sociedad, tan mal puede actuar un hombre como una
mujer. Y si se han saltado las leyes, cualquiera de los dos, que lo paguen.
Pero en nada debe influir una acusación de maltrato conyugal, que todavía no ha
sido vista ni demostrada en ningún tribunal, con el derecho de los hijos en este
momento a ver a ambos padres. Cuando todo se aclare, hablaríamos, pero mientras
tanto los problemas de dos adultos no pueden pagarlos sus hijos, a no ser que
se demuestre que uno de los cónyuges es culpable de maltrato hacia ellos.
Y mientras esto sea así, Juana Rivas, tal
vez incluso mal asesorada para hacer lo que hizo, no puede ser castigada a no
disfrutar de sus hijos. Por mucho que lo haya dicho el susodicho juez. “Errare humanum est”, pero hacerlo
aposta, a la vista de todos, es una estupidez. Otra cosa es la sentencia por el
delito cometido, y que nadie se rasgue las vestiduras por ello ya que “dura lex, sed lex”. Y si no, que la cambien.
¡Ah!, espero que nadie deduzca de lo
anterior lo que no soy. Se estaría confundiendo o tergiversando palabras y
hechos.
No
se desesperen por cosas como ésta, que siempre hay tiempo para una sonrisa,
aunque sea a cuenta de reírnos de nosotros mismos. Es muy sano saber dibujarla
también a nuestra costa.
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