-¡Uy,
esa muñeca, uy, lo que me ha dicho!:
que
mañana, sin falta ni disculpas,
sin
un no quiero ni puedo de ningún tipo,
iremos
a dormir a tu casa- cuenta sin ápice de duda
-¿Estás
segura que fue ella quien lo dijo?
¿O
lo habrás decidido tú esta noche cuando la luna
te propuso risueña y contenta el acertijo
del
platito de avellanas, eh, ricura?
-Ja,
ja, ja. Ese que no sabías la respuesta, Tito,
y además
es que no tenías ni idea, ninguna:
el
de las avellanas en su escondrijo,
por
la mañana siempre ocultas,
y levantadas
de noche para ver el rocío.
-Ya
me lo explicaste, sí, las estrellas diminutas,
esos
diamantes brillantes, cielo mío,
que
acompañan a tu querida luna
por
el firmamento pintándolo tan lindo.
Pero
aún no me contestaste, granuja:
lo
de ir a dormir a mi casa, ¿quién lo dijo?
¿Fue
cosa de mi querida nieta o fue cosa suya?
-Mía,
pero ¿a que me vas a llevar, Tito?
Mis
papis me contaron que era decisión tuya.
¡Porfa,
porfa, por favor te lo pido!
Así
baño la muñeca y la duerme Mamanini en la cuna.
Luego,
al día siguiente, van a comer Sofi y Nino
y,
para vestirla y peinarla, ambos me ayudan.
-¡Vale,
vale! ¡Lo que no te consienta tu abuelito!
¡Ay- pienso-, por qué será que siempre
me engatusa!
Y creo que mando, que educo, que enseño,
¡pobrecito!,
cuando en realidad es ella quien a su
antojo me usa.
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