¡Ay, aquel beso,
que me lanzaste, liviano, vaporoso,
desde la palma de tu mano con un delicado
soplo
de esos labios susurrantes y enamorados
que el viento de norte, airado y envidioso,
empujó con fuerza en el equinoccio otoñal!
¡Ay, aquel beso,
que voló con los alisios al ecuador,
aquel que circunvaló la Tierra sin perder
de vista jamás
el destino de aquellos sentimientos inmaculados,
preñados del primer amor, el que nunca se
olvida,
hasta posarse delicado sobre mi boca sedienta,
que paladeó las gotas de rocío de tu
quintana,
que aspiró el aroma de tu pelo húmedo y tu
piel mojada,
que penetró en mi cuerpo, en mi alma,
colonizando todo mi ser con toda tu
ternura,
que me transportó en una milésima de
segundo
a tu presencia, que me devolvió a ti, mi
amada!
¡Ay, aquel beso,
aquel primer beso,
vergonzoso, volandero, etéreo, sublime,
el que retornó a casa como el velero,
ansioso tras explorar mares y tierras
ignotas,
para recalar gozoso en este su puerto!
¡Ay, aquel beso embrujado que me lanzaste!
¡Ay, qué beso, el que me hechizó!
¡Ay, aquel, qué beso,
el primero!
No hay comentarios:
Publicar un comentario