El famoso, por ignorante, magistrado del Tribunal
Superior de Justicia en el País Vasco, el Sr. Garrido, pide perdón por su
intervención días atrás en una tertulia en la que denominaba a los
epidemiólogos como médicos de familia que habían hecho un cursillo. Dice que se
arrepiente y que no es precisamente lo que dijo lo que él piensa. ¡Qué va! Comentaba que había sido en el fragor del debate. Ja.
En realidad, este hombre, el pobre, no hace
otra cosa que lo que muchos en este país. La acuñada frase de “donde dije digo,
digo Diego” es algo propio de quién no tiene las narices suficientes para
mantener sus palabras y su opinión contra viento y marea ya que no son suyas, simplemente las emplea y habla de oídas, a ver si los oyentes son más ignorantes que él y tragan, de lo que no conoce ni sabe como si fuese un experto en la materia, igual
le da medicina que física nuclear, el caso es hablar y que lo vean o lo oigan
para tener su minuto de gloria. Lo mismo que muchos tertulianos. No obstante,
al oír la burrada del dichoso juez no queda más que pensar en qué se basaría el
hombrecito, a la vista de sus conocimientos, para firmar la sentencia por la que los locales de hostelería de
Bilbao podían abrir en contra de las opiniones científicas (sean acertadas o
no, pero expresadas por los que de verdad tienen algo que decir en este asunto)
en las que se fundó el Gobierno Vasco para dictar unas normas, extendidas por
toda España, además, encaminadas a doblar la curva de contagios de covid en su territorio.
Ya que el Sr. Garrido se arrepiente,
seguramente porque desde hace un par de días alguien le explicó lo que
significaba ser epidemiólogo, sería de esperar que también se arrepintiese de
la sentencia que firmó e hiciese todo lo posible y necesario para volver las
cosas atrás. Pero, como es habitual en muchos de estos personajes públicos, una
cosa es pedir perdón, que queda muy bien para mostrarse humilde y responsable ante la sociedad,
hechos estos que visten mucho, y otra arrepentirse de verdad, en conciencia, y arreglar el entuerto.
Para ejercer un cargo como el suyo es necesario saber lo que se tiene entre
manos en vez de contar sandeces; es decir, que mejor antes de tomar una
decisión como la que tomó, se hubiese enterado bien de lo que estaba juzgando,
por razón de su cargo y lo que conlleva. Porque, a la vista está, no tenía ni
pajolera idea de qué iba el asunto. Creía que aún estábamos en la Edad Media,
justo donde debe de encontrarse él, porque las medidas eran las que eran.
Y aún hay más: ¿quién nombró a este dechado
de virtudes para el cargo que ocupa?, ¿ha tomado alguno de los responsables algún
tipo de medida para que este señor se vaya a su casa? Pero como estas cosas en España
no se llevan, pues que sigan aguantándolo, por lo visto, y que Dios pille
confesado a quien tenga la desgracia de caer en su tribunal.
Que razón tienes. No se puede decir más claro.
ResponderEliminar