Un minuto anodino a media mañana,
un pensamiento ante la inmediatez del tiempo,
un
folio en blanco que ves gris,
unas
líneas que surgen sin sentido:
Mirar
por la ventana mientras llueve,
a
través de unos cristales empañados
por
los que corren gotas de agua dulce y fría
que
pintan de forma abstracta el mundo.
Regalar
a tus ojos cansados por los años,
tristes
y melancólicos ya de tanto encierro,
un
paisaje verde húmedo difuminado
que
se confunde con tus ganas de vivir.
Concederle
a tu corazón un nuevo sobresalto
ante
la presencia inopinada de un águila
que
se posa suavemente sobre la copa
de
aquel árbol abarrotado de hojas llorosas.
Otorgarle
a tu alma unas ansias temblorosas
de
huir volando a reunirte con ella y su libertad,
mientras
tu cerebro sensato rehúsa, tercamente,
tamaña
insensatez propia sólo de un iluminado.
Retirarte, por fin, a tus fortalezas, aunque aún giras la cabeza
para
ver de refilón el agua deslizarse por el cristal,
y
dirigirte, con la solemnidad que se merece tal,
a
tus lugares favoritos del ahora: el sillón y el libro.
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