Hoy, como llevo haciendo desde el viernes,
me ha tocado encender la tele a las ocho y pico de la mañana, buscar en el
disco duro que tengo conectado a ella la carpeta con el nombre de Celia,
rebuscar en su interior hasta encontrar otra que nombré como Villancicos Asturianos
y pulsar el play del mando a distancia para que mi nieta, ya desayunada y
vestida, aunque sin calzar, pudiese escuchar la canción del grupo Seliquín que
hace años, muchos, fue también una de las preferidas de mi hija, Los tres Reis,
y cantar al alto la lleva su estribillo (El
vieyu ye Melchor, el prietu Baltasar y el que ta mediu coxu que va en mediu ye
Gaspar). Cuatro veces lo oyó, hasta que se acercó a su estantería de
juguetes y se apoderó de la pandereta. Se acabó la tele, ahora le arremangaba
palmadas al instrumento musical sin orden ni concierto, pero cantando y
bailando el villancico. Me quedé
apartado a un lado, cerca del sofá, viéndola y sonriendo. Poco a poco, casi
susurrando al principio, acabé yo también cantándolo en voz baja, aunque en el
mismo momento en que ella giró y me vio mover los labios, me soltó: No, tú, no, Tito. Y este Tito se llevó
el dedo índice de la mano derecha a los labios para indicarle que no saldría
otra palabra más de mi boca, mientras mis ojos se iluminaban de alegría
contagiada por sus movimientos, gestos, panderetazos y letra cantada a su manera
que alejaron de mi mente las nubes que se cernían desde hace cosa de media hora
sobre nuestras cabezas, bueno, sobre nuestras casas y nuestra villa.
Entonces, se escuchó el primer estruendo,
pero a mí me dio igual y a ella también. Nuestro mundo era otro, sin truenos,
ni rayos, ni lluvia de ningún tipo. La tormenta no existía. Estábamos en Navidad,
el día de su cumpleaños, pero una Navidad a mediados de junio y no había tormenta
que igualase la alegría y la sensación de bienestar que anidaban en nuestros
cuerpos. Ante el primer relámpago, mirándonos a la cara, ambos sonreímos y
después, tras un Ahora los dos, Tito,
comenzamos nuevamente la canción de Los Tres Reis, al tiempo que un violento trueno retumbaba en el exterior.
Porque cualquier día es bueno para disfrutar
de su compañía, cualquier día es bueno para intentar lo imposible con tal de
arrancarle una sonrisa, cualquier día, cualquier momento es maravilloso para
seguir queriéndola y disfrutando de su compañía. Porque cualquier día se
convierte en fantástico cuando un niño es feliz.
Sigan sonriendo, disfruten
minuto a minuto con los que más quieren y sean felices.
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