Al final han detenido y ya está en la calle
el actor Willy Toledo. Su delito: haberse cagado en dios, o Dios, no lo sé con
exactitud. Además, como no era suficiente, también vejó a la Virgen.
Todo muy claro, amén de hacerlo con pleno
conocimiento de causa, con desprecio hacia unos seres que forman parte de las
creencias de millones de personas en el mundo. A él eso le tiene sin cuidado.
Libertad de expresión, dice. Le importa un comino ofender a los creyentes en la
religión cristiana, o católica más concretamente. Él está por encima de las
creencias y la libertad de expresión parece ser que es la panacea para que
cualquiera pueda llamar a cualquiera como quiera. No importa si molesta a otras
personas por ellas mismas o por sus creencias. ¡Pobre libertad de expresión si a
ésta no le alzan un muro insalvable que la prohíba cuando se ofende a otra
gente! Siempre fui partidario de una LIBERTAD DE EXPRESIÓN, aquella que acaba
cuando se molesta, se agravia o se zahiere a alguien. Porque ahí es donde debe
terminar la libertad de uno y comienzan los derechos del otro.
No es cuestión de chistes fáciles ni de
chorradas por parte de aquellos que piensen como el dichoso actor. Como hay un
coro de gente que aplaude sus palabras, amparándose en ese derecho, o mejor,
defendiendo algo que saben que no es ético pero que da cierta publicidad que
ellos consideran positiva, él sigue a lo suyo. Son los mismos que, si los
critican a ellos, entonces ponen el grito en el cielo y atacan a diestro y
siniestro con todos los medios a su alcance.
No obstante, me gustaría oírle de vez en
cuando, a él, al actor, que es un descreído, un ateo que no cree en nada,
cagarse en Alá y en su profeta Mahoma, en Yahvé o en Buda. Sobre todo, en el
primero. Si viaja, supongo que lo hará de vez en cuando, si aparece por
Marruecos, por Arabia, por Irán, por etc., etc., allí que haga uso de su
libertad de expresión para cagarse en Alá a cuenta de la cantidad de derechos
humanos que son obviados en esas sociedades.
Demuéstrelo,
señor Willy Toledo, emplee esos tacos en esos países, o aquí mismo en España,
sin problema ninguno, y hágalo con el mismo desprecio con que usted lo hace de
las creencias cristianas, y publicítelo bien para que todos sepamos de su
valentía, de su defensa de las políticas sociales contra los absolutismos a los
que conducen esas otras religiones donde la libertad de expresión se la pasan
por el forro mil y millones de veces. Cáguese en Alá, ande. Y defienda luego su
libertad de expresión en esos lugares. Sea usted mismo, si se atreve. Porque,
claro, aquí en España se siente a salvo, a pesar de despotricar contra lo que
usted le dé la gana. Cuenta con adeptos, pero que tampoco se atreverían a
aventurarse por esos caminos. ¡Pobrecitos, dais pena y no os enteráis!
Y que conste que a mí ni me va ni me viene.
A palabras necias, siempre me comporté con una sordera total.
Ah, y que conste, que ayuda
mucho más una sonrisa que un cabreo en situaciones asemejadas. Por ello,
recomiendo una risotada bien grande, a cuenta de las idioteces de gente así.
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